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En Cristo se revelan las tres dimensiones de los verdaderos grandes

En Cristo se revelan las tres dimensiones de los verdaderos grandes
HOMILIAS 1979

25º Domingo del Tiempo Ordinario

23 de septiembre de 1979

Lecturas:

Sabiduría: 2, 17-20

Santiago: 3, 16-18. 4, 1-3

Marcos: 9, 29-36

Queridos hermanos:

-Ofrecimiento de la cuarta carta pastoral y edición de Puebla.

Gracias a Dios, está ya en circulación la cuarta carta Pastoral que les recomiendo mucho, porque es un esfuerzo por dar a este momento del país la palabra de nuestra Arquidiócesis. Al mismo tiempo es la presentación oficial del documento de Puebla a nuestra comunidad arquidiocesana para que -según es el deseo del Papa- muy pronto se hagan vida estas sabias directrices pastorales. Nuestra Arquidiócesis quiere ponerse siempre dócil a la voluntad del Papa, iluminada siempre por el magisterio de la Iglesia universal y continental.

Esto nos dá mucha fortaleza, por eso quisiera que todos los que se sienten comprometidos con nuestra Arquidiócesis, y aún aquellos que nos critican también, estudien cuál es el pensamiento auténtico, no falseado, de nuestra Arquidiócesis.

-El hombre, primer camino que la Iglesia debe recorrer en cumplimiento de su misión.

En esta carta pastoral se resalta- según es el pensamiento del Papa actual y de Puebla- la doctrina sobre el hombre. En un afán de querer ser dócil a esta voluntad y a esta doctrina, copiamos: “El hombre por su dignidad e imagen de Dios merece nuestro compromiso en favor de su liberación y total realización en Cristo Jesús. Sólo en Cristo se revela la verdadera grandeza del hombre y sólo en él es plenamente conocida su realidad más íntima; por eso hablamos al hombre y le anunciamos el gozo de verse asumido y enaltecido por el propio Hijo de Dios, que quiso compartir con él las alegrías, los trabajos y sufrimientos de esta vida y la herencia de una vida eterna”.

-Necesitamos conocer el “Misterio del Mesías”

-Cada domingo

Cabalmente a eso venimos a misa todos los domingos: a conocer a Cristo y su gran misterio. Al tratar de conocer el misterio de Cristo nos estamos descubriendo a nosotros mismos. Nadie tiene una idea tan exacta del hombre como aquel que reflexiona en Cristo. “El misterio del hombre -ha dicho el Vaticano II- no se descifra sino en el misterio del Hijo de Dios que se hizo hombre”.

Primera parte: San Marcos el misterio del Mesías

Cabalmente la lectura del evangelio de San Marcos que va marcando domingo a domingo nuestro estudio de Cristo, en este año nos ha presentado el primer aspecto: en la primera parte del año que culminaba el domingo pasado: el misterio del Hijo de Dios, del Mesías, hasta lograr una confesión maravillosa en San Pedro; “¡Tú eres el Mesías!”.

Segunda Parte: el misterio del Hijo del Hombre

Pero Cristo comienza la segunda parte de su evangelio a explicarnos que ese Mesías es también el Hijo del Hombre. Asi podía titularse la segunda parte del evangelio de San Marcos: el evangelio del Hijo del Hombre. Porque es allí donde Cristo perfila la figura del Mesías, no un falso Mesías, triunfalista, de conquistas fáciles, de dominaciones mundiales que afloran casi espontáneas, milagrosas. ¡No! Es un mesianismo que hay que conquistar con la cruz, el sufrimiento y el dolor. Es un Mesías que tiene que encarnar en su grandeza divina el dolor del Siervo de Yahvé. El Siervo que aparece ya en Isaías: escupido, azotado, coronado de espinas, humillado como no ha habido otro hombre. Esto extrañaba a los que esperaban un Mesías triunfal: ¿Cómo puede ser un Mesías doliente? Ese empalme del triunfo y del dolor es lo que está trabajando Cristo en estas páginas que se ponen a consideración en estos domingos desde el domingo pasado.

Por eso, la doctrina sobre el hombre y nuestra reflexión sobre Cristo van paralelas. Y yo creo que hoy, más que nunca, en El Salvador necesitamos conocer a Cristo. Hoy se necesitan cristianos y desde el cristianismo serán los verdaderos liberadores del hombre; si no se nos darán movimientos políticos violentos, agresivos, de extrema derecha o de extrema izquierda. Pero no nos darán al verdadero hombre. Es del cristianismo – de ustedes queridos hermanos, comunidades que reflexionan la Palabra de Dios como lo estamos haciendo hoy para conocer el misterio de Cristo- de donde saldrán los verdaderos liberadores que la patria necesita.

Seamos cristianos actuales, no nos asustemos de las audacias de la Iglesia actual. Con la luz de Cristo iluminemos al hombre hasta en sus antros más horrorosos: la tortura, la prisión, el despojo, la marginación, la enfermedad crónica. El hombre oprimido hay que salvarlo pero no con una salvación revolucionaria solamente a lo humano, sino con la revolución santa del Hijo del Hombre que muere en la cruz precisamente para limpiar la imagen de Dios que se ha manchado en la humanidad actual tan esclavizada, tan egoísta, tan pecadora.

EN CRISTO SE REVELAN LAS TRES
DIMENSIONES DE LOS VERDADEROS GRANDES

Sólo serán grandes los que llenen estas tres dimensiones:

1a.    La justicia que se prueba en la persecución
2a.    Un servicio animado por el amor
3a.    Una trascendencia que identifica con Dios hasta a los más pequeños y humildes

¡Esta es la verdadera liberación! La que se anuncia en las lecturas de hoy, principalmente en el evangelio: en Cristo se revelan las tres dimensiones de los verdaderos grandes. Yo creo, hermanos, que los santos han sido los hombres más ambiciosos. Los que han querido ser grandes de verdad. Y son los únicos verdaderamente grandes. Ni los heroísmos de la tierra pueden llegar a la alturas de un santo. Eso es lo que yo ambiciono para todos ustedes y para mí: que seamos grandes, ¡ambiciosamente grandes! Porque somos imágenes de Dios y no nos podemos contentar con grandezas mediocres.

Quiero para todos la envidiable aspiración de la grandeza, pero según estas dimensiones que Cristo nos ofrece hoy; si no, no hay verdadera grandeza.

1º. LA JUSTICIA QUE SE PRUEBA EN LA PERSECUCION

a) Paralelo evangelio- primera lectura

¡Qué hermoso paralelo nos ofrece la liturgia de hoy! Entre la primera lectura del libro de la Sabiduría hablándonos de la persecución de los impíos contra el justo. Unas palabras que las oímos en el evangelio cuando nos narra la burla de los enemigos de Cristo crucificado ya, muriendo y riéndose de él: “¡Bah!, decía que era Hijo de Dios. ¡Que venga y nos salve! ¡Creemos en él si baja de la cruz!” Era la burla de los impíos contra el justo tal como hoy leemos en la primera lectura, del libro de la Sabiduría.

-Segundo anuncio de la pasión… difícil tarea

Ese paralelo con el evangelio de hoy que nos cuenta la segunda vez Cristo anuncia su pasión. ¡Tres veces en el evangelio de San Marcos! La primera fue el domingo pasado. En la pintoresca región de Cesarea de Filipo, allá en las faldas del monte Hermón, junto al Lago de Genesaret. Hoy desciende de aquellas alturas, y caminando a las orillas del lago llegan hasta lo que él llamaba “su ciudad”, cafarnaum. Quizá en la casa de Pedro es donde sucede el episodio de hoy.

Al llegar, Cristo les explica nuevamente que el Hijo del Hombre ha de sufrir, ha de ser entregado: ¡lo van a matar, pero al tercer día resucitará! Otra vez la preciosa síntesis del anuncio de Cristo. Esto es Cristo, lo que vamos a decir en el momento de la consagración: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección”. Ahí está la esencia del cristianismo: el Cristo tiene que morir humillado pero resucitará al tercer día. Este es el camino de la verdadera salvación.

-no entendían, les daba miedo preguntarle

Es el Hijo del Hombre cuyo anuncio de sufrimiento los apóstoles no entienden. “No le entendían- dice el evangelio de hoy- y tenían miedo de preguntarle”. Tenían miedo de preguntarle porque intuían que les iba a afirmar y les iba a aclarar horrorosamente lo que tenía que sufrir. Y como no queremos saber las cosas que no queremos… Ahí se explica muchas veces por que no se quiere aceptar una Iglesia perseguida, no se quiere oír de una persecución y parece que todo eso es demagogia.

Tienen miedo de preguntarle a Cristo el por que del sufrimiento. En vez de rehuir una explicación cruda y sangrienta, hay que enfrentarse, y preguntar, y hacer nuestra esa persecución. Eso es lo que Cristo quiere: ¡No tengan miedo, tienen que seguirme si quieren ser fieles! ¡Niéguese a si mismo, tome su cruz y sígame! Sólo asi tendré verdaderos seguidores. No quiero cristianos miedosos. No tengan miedo. Entérense bien de la persecución. Sepan que este es el único camino auténtico del que quiere salvar al mundo junto a mí.

b) ¿Por qué la persecución?

¿Por qué la persecución hermanos? Porque es la verdadera fuerza de la redención de la voluntad de Dios: “Padre, si es posible, quita de mí este cáliz.

¡Pero no se haga como yo quiero sino como Tú!” Y Cristo tuvo que sorber el cáliz amargo de la pasión.

Cuando Pedro sacó su espada para defenderlo le dice: “Mete tu espada en la vaina, porque el que a hierro mata a hierro muere. Y tú ¿no crees que el Padre podía enviarme doce legiones de ángeles para librarme?” Pero es necesario cargar la cruz y aparecer como un vil condenado a muerte. No importa, asi lo quiere el Padre. Es la voluntad del Padre que se lave con sangre de Cristo, Hijo de Dios, el pecado del mundo porque es muy grave. Ojalá pensáramos cuando somos rebeldes que la verdadera rebeldía es ésta; la rebeldía santa de Dios, que no se somete al pecado del hombre sin pedirle purificación. Fue necesario pedirle la sangre de su propio Hijo y no perdonarlo para que sobre sus espaldas cargara todas nuestras iniquidades.

c) Porque la buena conducta es reproche de los malos

La primera lectura nos dá la razón del por que de la persecución. Ayer, en Guazapa, me preguntaban algunos catequistas: “¿Por qué la persecución? Si predicamos el bien, ¿por qué no nos quieren entender? Si nos reunimos para reflexionar la Palabra de Dios, ¿por qué nos mal informan como reuniones subversivas?”. ¿Saben por qué? Ojalá tuviéramos la sabiduría de la lectura primera de hoy. Dicen los impíos: “¡Su actitud reprocha nuestros pecados!” Esta es la primera razón: ¡la actitud de los justos reprocha la actitud de los injustos! Es como cuando amanece el día que las tinieblas tienen que esconderse, huir. No puede compaginarse la justicia santa de Dios con el pecado del mundo. El mundo tiene que perseguir la cruz. Cristo lo dijo: “¡Amaron más las tinieblas que la luz!” Aqui podemos conocer de quien somos nosotros: si de Dios o de las tinieblas.

“Es ahora- les decía yo ayer en Guazapa -cuando se conoce quien es quien”. Quienes son los verdaderos seguidores de Cristo a pesar de la persecución, del mal entendido, de la calumnia. Y no flaquean, porque saben que llevan la luz.

d) Porque la persecución prueba el ideal trascendente del verdadero grande

Otra razón que encuentro en la primera lectura es que la persecución prueba, pone de manifiesto el ideal trascendente que uno lleva por dentro. “¡Se dice que es Hijo de Dios! ¡Probémoslo a ver si nos salva!” Pobrecitos, creen que todo se resuelve en la historia temporal. Creen que humillando a un  cristiano  entre torturas, entre prisiones, entre cárceles, están triunfando…

Decía San Agustín, hablando de los mártires: “¿Ves al verdugo con su espada triunfante sobre el cadáver del mártir? ¿Quién ha venido?. ¡No hay duda de que ha vencido la víctima! El que ha vencido por la fuerza bruta de la espada no ha comprendido la grandeza del que ha sabido dar su vida por un ideal altísimo. Esta es la verdadera victoria que vence al mundo.

Pasará esta hora de prueba y quedará refulgente el ideal por el cual murieron tantos cristianos. Es una noche negra la que estamos viviendo, pero el cristianismo vislumbra que tras la noche ya fulgura la aurora, ya se lleva en el corazón la esperanza que no falla. ¡Va Cristo con nosotros! No temamos, somos Hijos de Dios, aunque se rían de ese título como se reían frente a Cristo: “Dice que es Hijo de Dios. ¡Que lo salve!” Y se reían pensando que habían triunfado sobre el Hijo de Dios. Cristo podía bajar de la cruz y aniquilar, hacer polvo a sus enemigos; sin embargo, esconde toda su grandeza por dentro porque tiene que salvar al mundo, precisamente, con esa convicción que los ciegos no pueden comprender.

Por eso, la persecución es necesaria para que los que llevan esa esperanza profunda en su alma la sometan a la prueba y para que, tal vez, asi se conviertan los incrédulos y para que sepan que el horizonte de la historia no termina con la vida, sino que se extiende mucho más allá a donde llegan los ideales de los verdaderos hijos de Dios.

-Elogio de Juan Pablo II a Pablo VI: “Apóstol del Crucificado”

He leído con cariño los elogios que el Papa Juan Pablo II ha hecho del Papa Pablo VI. Precisamente me viene -como dicen: como anillo al dedo -en esta domínica en que recordamos la razón de la persecución. Llama al Papa Montini un “Apóstol del Crucifijo”. “Conocía la dimensión interior de la cruz. No fue ajeno a los insultos y faltas de respeto que sufrió como maestro y servidor de la verdad. No fue ajeno a la pena ni a la angustia”.

Yo tuve la dicha de ver muy de cerca al Papa Pablo VI y veía en su mirada triste la serenidad del verdadero perseguido por la justicia. La encíclica Populorum Progressio fue llamada en las grandes revistas del mundo como “un recalentamiento de marxismo”. Su maravillosa encíclica Humanae Vitae, en que se prohíbe todos los atropellos a las fuentes de la vida, verdadero defensor de la civilización, fue calumniada vilmente como “ingorante”. El Papa dijo cuando firmaba aquella encíclica: “Nos ha costado todo un Getsemaní- la oración de Cristo en el huerto- porque sabemos que es duro lo que vamos a afirmar, pero es necesario”. ¡Verdaderamente fue el Apóstol del Crucificado!

Que bonito título para que de todo cristiano se pudiera decir lo mismo: “¡El Apóstol del Crucificado!”. El que supo la filosofía y la teología profunda de la cruz y llevó esa teología en la intimidad de su corazón. No es cristiano el que no ha comprendido esta dimensión: del justo probando su justicia en la perque no ha comprendido esta dimensión: del justo probando su justicia en la persecución para nuestra Iglesia y no nos avergüenza. Aunque se quiera calumniar el motivo de la persecución, diciendo que es porque la Iglesia se ha metido en política, se ha hecho comunista, se ha hecho subversiva. Ya sabemos lo que esos términos significan ya que desde Cristo se lo aplicaron a él para llevarlo al cadalso. Pero sabía él que no moría por nada de eso, moría por obedecer al Padre que quería probar en la intimidad de su corazón la dimensión inmensa de los verdaderos grandes: la dimensión del sufrimiento, la dimensión del dolor.

Nadie se asuste, hermanos, de ser inocente y tener que sufrir. Cuanto más inocente es el que lleva la cruz más digno es de grandeza ante Dios. Esta semana yo celebré la misa por un niñito que murió víctima del cáncer. Le decía a sus padres afligidos y a los que acudían a la misa: Nadie se escandalice de que Dios tome estas medidas. Parece una injusticia. ¿Por qué este inocente? ¡No! ¿Es que Dios quiere demostrar ante el cielo y ante la historia que en esta tierra todo está perdido? De esta tierra donde hay tanta violencia y odio, tanta maldad y pecado, Dios es capaz de arrancar una florecita tan pura y llevarla a su reino y colocarla cerca de su trono. Los inocentes no se avergüencen de ser inocentes, ni se escandalicen de sufrir. Son las flores puras que en este valle de fango y de pecado Dios está cultivando. Son víctimas santas que Dios necesita para su purificación.

En ese mismo hospital hoy está sufriendo una niñita. Tendrá, quizá, unos diez años, ya víctima de cáncer. Le han operado la cabeza y sin duda va a morir. ¿por que ésto, Señor? Aquí nos está dando la respuesta el libro de la Sabiduría: “Los impíos quieren echar en cara a Dios estas injusticias. Pero Dios devuelve la sentencia diciendo que la buena conducta de los inocentes es el reproche de los pecadores; y diciendo, también, que es necesario manifestar al mundo la trascendencia de lo humano, que no termina todo en la historia sino que Dios lo está cultivando to
o para su vida eterna. Esto no es opio, sino que es darle el verdadero valor a la vida que sufre aquí abajo.

¡Cuanto sufrimiento!, ¡cuanta pobreza!, ¡cuanta choza! donde hasta el mismo gobierno ha dicho: “En condiciones absolutamente carentes de higiene, de salud y de subsistencia”. ¿Por qué ésto, Señor? él pecado de los malos. Al mirar esas injusticias, naturalmente que se escandaliza el pecador que disfruta y que no deja margen para una vivienda más decente al pobrecito que está sufriendo. Le está echando en cara la propia injusticia que está cometiendo. Pero Dios está santificando el dolor y nos debemos de convertir. Como decía el Papa también, hablando de la Virgen al pie de la cruz: “No era un sufrimiento de alienación. María no recibía con conformismo estas injusticias del imperio. María sabe- y lo canta en su Magnificat- que Dios es capaz de despachar vacíos a los soberbios y, si es necesario, botar de sus tronos a los poderosos cuando la injusticia ya es demasiada”…

Ojalá que la lección de Cristo que nos quiere dar a través del evangelio de San Marcos sea comprendida y hecha vida en este tiempo en que la necesitamos de verdad. Necesitamos que nuestra pobreza, que nuestra marginación, nuestro sufrimiento, nuestra hambre, nuestro subdesarrollo, no sea sólo inspiración de violencias, inspiración de venganzas o de odio; sea sobre todo, inspiración de verdadera liberación. Ofrecerlo como Cristo aceptó la cruz: voluntad del padre. Pero no para morir conformista bajo una opresión, sino para convertir su resurrección de la opresión en la verdadera fuerza liberadora de nuestro pueblo.

2o. UN SERVICIO ANIMADO POR EL AMOR

Pensamiento que nos dan las lecturas de hoy. Otra dimensión de los verdaderamente grandes. “No he venido a ser servido, sino a servir y a dar mi vida para la salvación de muchos”. La palabra es de Cristo, que nos quiso enseñar, precisamente, la lección que tuvieron que aprender, humillados, los apóstoles en el pasaje del evangelio de hoy.

a) Evangelio-discusión de los apóstoles

Venían discutiendo: “¿Quién es más grande en el reino de los cielos?” Cuando Cristo- que adivina los pensamientos de los hombres- llegando a la casa de Cafarnaum les pregunta: “¿De qué venían discutiendo en el camino?”. No se atrevían a decirle. Era un tema tan vergonzoso ante un Cristo tan humilde hablar de estas pretensiones.

Nos hemos  olvidado del verdadero espíritu de cristianos y estamos pensando quien es más grande, quien puede más, quien tiene más dinero, quien puede más en política. Estas grandezas de la tierra a Cristo le salen sobrando, como decimos. Porque si un hombre llegara a escalar esos puestos de dirigencia  en la política, en lo social, en lo económico, no debe de hacer consistir su grandeza en ese apoyo de cosas materiales que se escapan de las manos cuando menos se cree.

-El más grande es el que mejor sirve

“La verdadera grandeza- dice Cristo-, él que quiera ser grande entre ustedes, el que quiera ser el primero, hágase el último y sea servidor de todos”. Discutan, entonces, a la luz de este principio cristiano ¿quién es más grande? ¿Será más grande el que sirve con más humildad y con más amor? Si un hombre, por la necesidad de la sociedad, es elegido para Ministro, para Presidente de la República, para Arzobispo, para servidor, es servidor del pueblo de Dios. ¡No hay que olvidarlo! La actitud que hay que tomar en esos cargos no es decir: “Yo mando y aquí se hace despóticamente lo que yo quiero”. No eres más que un hombre Ministro de Dios y tienes que estar pendiente de la mano del Señor para servir al pueblo según la voluntad de Dios y no según tu capricho.

La voluntad de Dios es la que prevalece en el servicio de la autoridad. Cierto, muchos han querido echarnos en cara, como una subversión, que nosotros predicamos contra la autoridad. Nunca hemos predicado contra la autoridad verdadera. ¡Sí hemos predicado contra el abuso de autoridad!… Toda autoridad viene de Dios y hay que respetarla. Y si una autoridad es grande, es precisamente cuando él administre esa autoridad sabiendo que le viene de Dios y que pertenece a un orden moral que no tiene que transgredir. Pero cuando esa autoridad traspasa ese orden moral y manda cosas inconvenientes, atropellos del pueblo, otra clase de abusos de autoridad, es la hora de que el mismo apóstol dice- no lo olvidemos aquellos que no quieren recordar el texto de San Pablo: “Que toda autoridad viene de Dios”. Acuérdense también de este otro texto de San Pedro- “¡No podemos obedecer al hombre antes que a Dios…!”

b) Iglesia al servicio de los hombres-diaconía.

Cuando Cristo organizó su Iglesia, les enseño a sus apóstoles la verdadera característica de la Iglesia. En otro nombre la Iglesia se llama “diaconía”. Es una palabra griega que quiere decir “servicio”. La palabra nació cuando los apóstoles ya no eran suficientes para atender a los cristianos que iban aumentándose. Entonces llamaron a siete hombres llenos de Espíritu de Dios, los llamaron “diáconos”. Diáconos quiere decir: “servidores”. Entonces se le dio también a la Iglesia el nombre de “diaconía”, servicio; la Iglesia es servicio.

Cuando el Concilio Vaticano II, que ha vuelto a poner las cosas en su puesto, piensa en la jerarquía, nos dice a los obispos que ya no pretendamos ser los príncipes con los que se había prostituido la figura del obispo. No somos príncipes, no somos reyes. No hemos venido a ser servidos sino que tiene que ser, he aquí las palabras del Concilio: “Los ministros que poseen la sacra potestad están al servicio de sus hermanos”.

Yo soy el diácono de ustedes, queridos hermanos, soy el servidor y toda la pastoral que deriva de la responsabilidad del pastor tiene que ponerse toda en esta actitud de servicio: sacerdotes, religiosas, comunidades. Me alegra mucho, -yo quiero decirlo con gran alegría, que nuestra Arquidiócesis va comprendiendo cada día mejor este sentido de servicio. Si acaso van quedando resabios de imperialismos, de potestad terrena, de paternalismo, yo los invito a todos: a los queridos sacerdotes, a las comunidades religiosas, a las superioras, a los superiores, que su papel no es sólo ser el jefe, sino el servidor de la comunidad, el que sabe escuchar los deseos y sabe orientarlos hacia Dios para servir a las necesidades del pueblo…

A ustedes, los laicos, que no son presbíteros, ni obispos, ni religiosos, ni religiosas, ¿qué les dice el Concilio?: “Sirviendo a Cristo, también, en los demás, conduzcan en humildad y paciencia a sus hermanos al Rey a quien servir es reinar”. Esta es la grandeza del servicio cristiano: “Servir es reinar”. Cuando yo digo que soy el diácono, el servidor de ustedes, no quiero ser yo un acomodaticio para ganarme esos aplausos. De ninguna manera los he buscado yo; ustedes me los han dado espontáneamente, ni me envanecen, porque se que no es más que la expresión de un pueblo que están sintiendo con aquel que les está dirigiendo la palabra y que está tratando de servirlo, precisamente, en sus sentimientos más hondos…

Digo que no es oportunismo, sino que es más todavía, perdonen que les diga: No me interesa tanto la simpatía de ustedes como la simpatía de Dios, no me interesa tanto reinar sobre sus corazones, que gracias a Dios siento un cariño que me constituye casi rey de esta comunidad, sino que me hace sentirme, sobre todo, rey ante Dios. Servirlo a él es reinar y cuanto más humildemente lo quiera servir en el pueblo, más reinaré…

Lo mismo, hay alguien que ha invertido este dicho precioso del Concilio: “Servir es reinar”. Podemos decir, también, al revés: “Reinar es servir”. Es decir, el que llega a tener una posición de autoridad tiene que considerar como servicio y sólo desde el servicio podrá reinar. Por eso hay tanto malestar, porque no se ha comprendido la felicidad de ser humilde, porque no se ha comprendido la dicha de ser servidor, porque vamos discutiendo todavía por el camino como los apóstoles: “¿Quién es más grande aqui en la tierra?”, porque estamos haciendo consistir la alegría y el poder sólo en las vanidades de la tierra. Ojalá se convirtieran, nos convirtiéramos todos los que tenemos cargos de autoridad para no creernos que por nuestra linda gracia estamos en el puesto alto, sino que estamos por la voluntad de Dios…

Que este Dios, que nos va a pedir cuenta a todos, hasta al más humilde, pedirá cuenta con más estrechez a aquel a quien le depositó la autoridad en sus manos para que la administrara según su corazón. “¡Ay, de los poderosos- dice la Biblia- porque serán castigados más poderosamente por Dios!” Podíamos seguir hablando de este aspecto, porque es bello. Y sería la lección más grande que aprendiéramos este domingo: ser humildes. A hacer consistir nuestra alegría en servir a Dios en la persona del pobre. A ésto viene mi tercer pensamiento, una tercera dimensión, una tercera medida del verdadero hombre grande según Cristo. La primera, no la olvidemos, es ser justo en medio de la persecución; la segunda, la acabo de reflexionar, es un servicio animado por el amor y la humildad.

3o. UNA TRASCENDENCIA QUE IDENTIFICA CON DIOS HASTA LOS MAS PEQUEÑOS Y HUMILDES

Aquí vamos a hacer un honor al Año Internacional del Niño. ¡Qué bella figura la de Cristo tomando un niño de la muchedumbre y poniéndolo en medio para hacerlo el símbolo de su predicación! Cristo es el intérprete del mensaje del niño. Que bien haríamos en este Año del Niño, en vez de tantas cosas como sentimentales, románticas, pero que dejan al niño, en la realidad, siempre en la miseria, la pobreza. Anoche, me decía un amigo: “Esta mañana ¡qué dolor me dio ver una pobre muchachita que ahí en el Boulevard de los Héroes estaba durmiéndose con un rollito de periódico que no lo había podido vender, porque sabía que al llegar a la choza le esperaba una buena reprimenda. No había cumplido su tarea. Eran casi las 11 de la noche”. Esta es la triste realidad de nuestro niño.

a) Escena del niño

Cristo toma uno de esos niños y lo pone en el centro de la asamblea. ¡Qué hermosa parábola viviente de Cristo! Entonces dice la palabra del evangelio de San Marcos hoy: “El que acoge a un niño como éste es mi nombre, me acoge a mí. Y el que me acoge a mí, no me acoge a mí sino a que me envío”. Miren que relación más bella entre el niño y Dios a través de Cristo. Hasta el  más chiquito, el niño, es grande cuando Cristo lo asume como su propia causa. Esta es la lucha de la Iglesia cuando en Puebla dice “opción preferencial por los pobres”, porque el niño es la figura más elocuente de la pobreza.

-Invitación a la trascendencia… desde la pequeñez

Yo leí en el comentario de este texto de San Marcos una nota histórica que dice: “El niño, en el derecho antiguo no era persona en el pleno sentido legal… Además de tener que vivir bajo la autoridad de sus padres… se consideraba propiedad de sus padres; no tenía capacidad de autoafirmación, ni independencia para actuar”. Era verdaderamente la negación de sí mismo. Cristo dice: “El que quiere venir en pos de mí niéguese a sí mismo”, es decir, hágase niño. El ser humano que no tiene derecho a nada, el que no se puede mover si no es de la mano de su papá o de su mamá. Por eso, de la debilidad del niño se abusa tanto y no se respeta. Porque cuando esa debilidad, esa fragilidad cobija Cristo con ese abrazo del evangelio de hoy, reta al mundo entero: “El que reciba uno de estos pequeñitos en nombre mío, a mí me recibe. No sólo a mí, sino a mi Padre que me ha enviado”.

El que respeta a los niños es querido por Cristo y es querido por Dios, pero no con un sentido así romántico, como acabamos de decir. Son simpáticos los niños y es peligroso que nos quedemos solamente en la simpatía humana.

Son tan sencillos, son tan ingenuos, cualquier broma les cae bien, parecen cosa de nadie porque cualquiera que llega ante una mamá que está chineando a su niño le dice: “¡Préstemelo!” y se lo coge como cosa propia y todos sentimos que es de nosotros el niño. Una sonrisa de niño equivale a millones. ¡Cuánto vale más para mí que un niño me tenga la confianza de sonreírme, de abrazarme y hasta de darme un beso a la salida de la Iglesia, que si tuviera millones y fuera espantable a los niños!

¡Vale mucho un niño!, pero no sólo en ese aspecto humano, sino, sobre todo, de la perspectiva que hoy nos dá Cristo: desde la perspectiva de la fe acogerlo en su nombre. Esto es lo divino del cristianismo, acoger al niño en nombre de Cristo, es decir, como si de veras sintieras al niño Jesús, como si de veras sintieras al Hijo del Hombre con toda su grandeza divina encarnada en ese niño. Por eso dice Puebla, cuando habla de la opción preferencial por los pobres: no es una demagogia, no es una división que queremos hacer, una lucha de clases, al contrario, hacemos una invitación a todas las clases sociales sin excepción para que tomemos como propia la causa del pobre; más aún, como causa de Cristo que es, que nos dirá al fin de los tiempos casi parecido al dicho que nos ha dicho hoy: “Todo lo que hagas a uno de ellos a mí me lo haces”.

Es transcendencia. Digo en mi cuarta carta pastoral “… la trascendencia que la Iglesia predica no es una alienación, no es al cielo para pensar en la vida eterna y olvidarse de los problemas de la tierra, es una trascendencia desde el corazón del hombre”. Es meterse en el niño, meterse en el pobre, meterse en el andrajoso, en el enfermo, en la cabaña, en la choza, es ir a compartir con él. Y desde la entraña misma de su miseria, de su situación, trascenderlo, elevarlo, promoverlo y decirle: “Tú no eres una basura, tú no eres un marginado… Es decirle cabalmente lo contrario: Tu vales mucho, tu vales tanto como el Señor que vive en las grandes moradas que tu ves y no podrás poseer. Tu eres igual, tu eres hombre como todos, imagen de Dios, estás llamado también al cielo”. Esta es la trascendencia que dá la verdadera dimensión de los grandes, de los hombres grandes.

Cuando un hombre se deja trascender, cuando un hombre no se cierra a los límites de las liberaciones temporales, cuando un hombre se cree no sólo líder para conducir a los otros a una masacre, si no cuando un hombre encarna un liderazgo pero para dar a todos esos que van con él una dimensión de verdadera grandeza, de trascendencia divina, ésa es la verdadera liberación que la Iglesia predica. Si predicara otra cosa, la Iglesia misma se estuviera mutilando y estuviera perdiendo su originalidad, la fuerza de su liberación. La liberación que la Iglesia predica es ésta que parte del corazón del hombre: librándolo del pecado para elevarlo hasta Dios y hacerlo hijo de Dios.

Entre esas medidas de dimensión trascendente, el Papa Pablo VI, que analizó tan profundamente la humanidad actual decía: “Hay que cultivar también el espíritu de pobreza. El espíritu de pobreza que está lejos de toda codicia que hace consistir la grandeza del hombre en tener más; en cambio la grandeza es ser más. Es allí donde el Papa decía: “Cultivemos ese espíritu de pobreza que hace verdaderamente grande y trascendente al hombre porque lo quita de estar de rodillas ante el dinero para ponerle de rodillas ante Dios…

b) La trascendencia divide a los hombres en justos e injustos

Es, cabalmente, en esta dimensión de la trascendencia donde encontramos la línea divisora entre los verdaderamente grandes santos, y los impíos, los malos, los materialistas. Esto no lo digo yo, lo dicen las lecturas de hoy.

-Los impíos… visión terrenal del justo (no ser destino eterno)

La primera lectura nos presenta a los impíos con una visión terrenal: “¡Atormentemos al justo, burlémonos de él, veamos si le vale todo eso que anda diciendo que es Hijo de Dios; su conducta nos reprocha, nos estorba; matémoslo, quitémoslo!” ¡Qué lenguaje el de la Biblia, que podía decirse en len

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