Testigos de la fe del siglo XX, El Salvador
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- Wednesday April 29th, 2020

“Siento miedo a la violencia de mi persona, se me ha advertido de serias amenazas para esta semana…, siento miedo a la violencia de mi persona, temo por la debilidad de mi carne, pero pido al Señor que me de serenidad y perseverancia…, mi otro temor es acerca de los riesgos de mi vida, me cuesta aceptar una muerte violenta que en estas circunstancias es muy posible. Incluso el Nuncio Apostólico de Costa Rica me aviso de peligros inminentes para esta semana. Mi disposición debe ser dar mi vida por Dios, cualquiera que sea el fin de mi vida. El asistió a los mártires y si es necesario lo sentiré muy cerca al entregarle mi último suspiro… Pero más valioso que el momento de morir es entregarle toda la vida y vivir para él y mi misión… Y acepto con fe en él mi muerte por más difícil que sea, ni quiero darle una intención como la quisiera por la paz de mi país y por el florecimiento de nuestra iglesia, porque el corazón de Cristo sabrá darle el destino que quiera… Me basta, para estar feliz y confiado, saber que con seguridad que en El esta mi vida y mi muerte. Y a pesar de mis pecados, en él he puesto mi confianza y no quedare confundido… Y otros proseguirán con mas sabiduría y santidad los trabajos de la iglesia y de la patria”.
(Oscar A. Romero, últimos Ejercicios Espirituales, febrero 25-28 de 1980, Planes de Renderos, San Salvador, El Salvador).
En la Cara Apostólica Tertio Millenio adveniente, el Santo Padre invita a la Iglesia a hacer de la celebración del año 2000 “una gran plegaria de alabanza y de acción de gracias, sobre todo por el don de la Encarnación del Hijo de Dios y de la Redención realizada por Él” (TMA, 32), y a extender esa acción de gracias por “los frutos de santidad producidos en la vida de tantos hombres y mujeres que en todas las generaciones y épocas históricas han sabido acoger sin reservas el don de la Redención” (ibid). En el n. 37 de la citada Carta Apostólica, el Santo Padre se detiene a considerar una forma especial de respuesta al don de la Redención: el martirio, recordando que la Iglesia ha sido fecundada por la sangre de los mártires y que el martirio es una constante en su historia dos veces milenaria. Subraya de modo particular los mártires de nuestro siglo, e invita a las Iglesias particulares a poner los medios para conservar la memoria de los “nuevos mártires”, <<muchas veces ignorados, como “soldados desconocidos” de la gran causa de Dios>>.
Por ello, al conmemorar en este año el XXº aniversario de la muerte de Mons. Romero, damos gracias a Dios que nos permite celebrar, en el marco del año Jubilar, la memoria del más grande “testigo de la fe” entre los salvadoreños quien, el 24 de marzo de 1980, dio su vida como máximo testimonio de amor por Jesucristo y su Evangelio. Sin embargo, debemos agradecer al Altísimo, el testimonio de muchos Sacerdotes, Religiosos, Religiosas y de fieles cristianos Laicos que también supieron permanecer fieles a Jesucristo, al Evangelio y al Magisterio de la Iglesia en el cotidiano vivir de su fe. Con toda certeza y por muchas razones, se nos quedan una cantidad innumerable de cristianos que en el silencio permanecerán como “testigos anónimos de la fe del siglo XX”. A ellos nuestra gratitud y veneración.
Todos supieron vivir en medio de una historia de dolor y compartieron con los pobres su fe inquebrantable en el Señor de la vida, la esperanza de ver realizada en El Salvador la realidad cristiana de unos cielos nuevos y una tierra nueva, y una caridad no sólo anunciada, sino encarnada en el destino mismo de los pobres y en la solidaridad fraterna.
Muchos siglos nos separan de aquellos primeros mártires, verdaderos heraldos de Dios, hoy “nuevos testigos de la fe” siguen regando con su sangre la vida y el quehacer de la Iglesia, que su sangre sea siempre semilla de cristianos.
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