La cuestión social. He aquí un apremiante cuestión moderna.
Queriendo definirla y solucionarla, han surgido en la historia contemporánea conceptos absurdos y sistema que proceden de un error fundamental anatematizado en las encíclicas sociales: el materialismo, el olvido de nuestro verdadero destiNo.
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Pío XI en la Quadragessimo Anno (n.108) traza este lindero infranqueable que divide, en la cuestión social, el campo cristiano y el campo socialista aún en su forma más mitigada:
«Según la doctrina cristiana, el hombre dotado de naturaleza social, ha sido puesto en la tierra para que, viviendo en sociedad y bajo una autoridad ordenada por Dios, cultive y desarrolle plenamente sus facultades; de gloria y alabanza a su Creador; y cumpliendo fielmente los deberes temporales y juntamente la eterna. El socialismo por el contrario, completamente ignorante y descuidado de tal sublime fin del hombre y de la sociedad, pretende que la sociedad humana no tiene otro fin que el puro bienestar».
Y claro está; cuando se ha perdido este concepto superior que baña de esperanza a la humanidad, no queda más que el odio de clases, la visión despiadada de miles de obreros en huelgas de hambre y de miseria, turbas sin fe y sin amor…
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¿Por dónde llegó la humanidad a estos excesos?
La reforma del siglo XVI proclamó la suficiencia de la razón individual y la inutilidad, por consiguiente, de la autoridad. Esta es la fuente.
Luego por vía normal, el mal penetró en el campo filosófico. La filosofía viciada proclama ente la sociedad el falso principio de libertad absoluta. La sociedad se vio entonces corrompida en todos sus organismos. Y el mal se agrava con la cuestión obrera.
Tal en síntesis el itinerario marcado por la sabiduría de León XIII.
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En suma, la rebelde negación de los sobrenatural ha llevado a los ricos injustos a olvidarse de aquel Dios que no es aceptador de personas cuando reclama la justicia; ha llevado a los pobres inconformes a soñar en paraísos terrenales conquistados con el puño cerrado; ha llevado a unos y otros al odio y a la ambición de sólo bienes terrenales, olvidando que hay una felicidad más noble y un destino más alto.
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Ante rebelde apostasía de la humanidad, la iglesia ha proclamado muy claro su afirmación integral de los sobrenatural. No sólo con doctrinas sapientísimas, sino con la muda-elocuente predicación de sus ejemplares: los santos.
Pero el santo providencial propuesto por los modernos pontífices como el prototipo del cristiano moderno, es SAN JOSE.
Precisamente porque su vida de fe en el cumplimiento exacto de su deber es la refutación más acabada del espíritu moderno sin convicción, intranquilo, falaz…
Este párrafo de León XIII en el Breve «Neminem fugit», sintetiza cuanto San José se puede decir para la vida moderna.
«Los que han nacido nobles, aprendan de aquel varón de estirpe real, cómo deben moderarse en la próspera fortuna y cómo debe retener su dignidad en adversidad.
Los que son ricos, aprendan de él como deben posponerse las riquezas a la virtud. Los obreros y todos aquellos que tan acremente se irritan por las angustias de los asuntos familiares y por inferior condición, si ponen sus ojos en aquel hombre, sentirán más bien motivo de alegría y no de aflicción. Porque sus sufrimientos son comunes con los de la sagrada familia, iguales los cuidados de la vida cotidiana, pues José debió sustentar su vida y los suyos con el sudor de su frente; más aún las mismas manos divinas se ejercitaron como obrero. Por eso no es de extrañarse que hombres sapientísimos y llenos de riqueza, quisiesen más bien despreciarlas para elegir la vida de pobreza con Jesús, María y José».
O.A.R.