El sábado de gloria es un despertar triunfal.
En la edad de oro de la liturgia, toda la noche del sábado era una noche de oración en la basílica lateranense. Los que se iban a bautizar y que se habían preparado para ese sacramento durante toda la cuaresma, eran el centro de las atenciones de la Iglesia: todo les hablaba del bautismo. Y cuando la aurora del domingo comenzaba a despuntar, se dirigían al cercano bautisterio donde el Sumo Pontífice bendecía la fuente, bautizaba solamente y confirmaba a «los nuevos retoños del cristianismo» como los llamaban. Y luego, vestidos de blanco y presididos por el Papa, volvían a la basílica bajo la fresca mañana de la resurrección mientras cantaban ellos y el pueblo en expresión de cristiano regocijo.
Y en la Mañana del domingo, cómo se siente la perenne juventud de la Iglesia en la magnífica ceremonia del Vaticano! Después de la pontifical del Papa, se abre la Logia de San Pedro y hay en la plaza una explosión de júbilo vivando al Papa en mil idiomas. Alguna vez ha culminado esta ceremonia con la canonización de algún santo. Por ejemplo, la última pascual de Pío XI, dio la Iglesia tres santos: un polaco, un español y un italiaNo. Entre los numerosos peregrinos era extraordinaria la concentración de la juventud católica; millares de señoritas vestidas de blanco enardecían la multitud con el vibrante himno de la Acción Católica.
Y por la noche, la cúpula gigantesca y la fachada de la Basílica, son artísticamente iluminadas.
O.A.R.