A PESAR DE LAS DECEPCIONES
El 16 de Mayo próximo va a ser el día del seminario. Hora Católica migueleña no se cansará de martillar sobre esta idea: Es necesario ayudar al seminario. Y esto a pesar del ambiente de indiferencia con que se reciba este llamamiento; o precisamente porque en nuestro ambiente hay algunos que no se mueren de generosidad…por eso es necesario clamar; clamar aunque sea como el Bautista: Un clamor que se pierde en el desierto; en el árido desierto del egoísmo: Que al fin y al cabo ésta es la verdadera causa de nuestra vida social y católica tan raquítica, tan precaria, tan primitiva. Porque ciertamente los católicos aumentan con la población que crece, pero no aumenta ni crece el espíritu social…y muchas ideas tienen que ahogarse en las arenas calcinantes de una sociedad poco generosa.
Esta es la verdadera causa. Lo demás son pretextos. Pretextos aquellos que apuntábamos el domingo pasado: ciertas defecciones humanas que se comentan y se exageran y en mala lógica se llevan hasta concluir: luego, ¡para qué ayudar el seminario? ¡Para qué formar sacerdotes?
Insistamos un poco sobre este tema. Los católicos sinceros deben llevar en su cerebro una idea bien clara para que su fue en la santidad de la iglesia y su orgullo de ser católicos no se marchite ni se aminore, ni decaiga su generosidad por el triste hecho de las defecciones en la iglesia.
Todo se aclara si se tiene en cuenta aquella preciosa parábola del Sembrador: La iglesia es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo, pero al tiempo de dormir los hombres cierto enemigo y sembró la cizaña en medio del trigo. Cuando en el campo comenzó a crecer junto al trigo la mala hierba, los trabajadores se desconsolaron, se asustaron y corrieron a preguntar al patrón. Señor: ¿Qué no sembraste buena semilla en tu campo? Pues, ¿Cómo tiene cizaña?
En distintas formas se va haciendo en el mundo la misma pregunta: Cuando sucede una defección en algunos de los miembros de la iglesia: una debilidad, un tropiezo…se preguntan los hombres asustados, o fingiéndoselo, cómo tiene cizaña? ¿Cómo es posible que tal persona, sacerdote o seglar, que ocupa un puesto tan importante cometa tales faltas?. Y quizá, como los sembradores de la parábola, proponen al Señor: vamos si quieres y la arrancamos de cuajo. Sin embargo la profecía de Cristo debe cumplirse. El reino de la Iglesia, es semejante a ese campo donde crece también cizaña. Dejadlos creced, no sea que arranquéis también el trigo. Va a llegar el tiempo de la cosecha y entonces, dice el señor: «Yo diré a los segadores: coged primero la cizaña y hacer manojos para el fuego, después cortar el trigo y guardadlo en mis graneros».
La misma idea desarrolló Nuestro Señor en esta otra comparación: La Iglesia es semejante a una gran atarraya arrojada en el mar, y en ella se recoge toda clase de peses, allí están revueltos buenos y malos, pero cuando la jornada termine, los pescadores comenzarán a seleccionar los buenos peces y arrojar lejos la mala calidad.
Con esa dos comparaciones el Divino Fundador de la iglesia previno a todos para comprender las defecciones en la Iglesia. La Iglesia es trigal, pero también se predijo que habría cizaña, La iglesia es la gran pesca de almas, pero también predijo que caerían muchos peses de mala calidad bajo sus redes.
¿Está por eso comprometida la santidad de la Iglesia? De ninguna manera. Creo que bastará esa comparación para probarlo: La Iglesia es como el hombre: Un compuesto de alma y cuerpo. El alma de la Iglesia es el Espíritu Santo que se la dio en transfusión divina el día de Pentecostés. El cuerpo de la Iglesia lo formamos por su alma, es decir el hombre no se puede decir responsable de los actos de su cuerpo sin consentimiento del alma, contra su voluntad…así también la iglesia no es responsable de lo que hagan sus miembros, su cuerpo contra su alma, contra la voluntad del espíritu Santo. Por eso todas las deficiencias de los hombres, los escándalos, la cizaña de la Iglesia son actos de su cuerpo, pero contra la voluntad. La voluntad de la Iglesia es siempre santa y con toda serenidad sanciona, jamás transige con las deficiencias de algunos de sus miembros.
No olvidemos nunca este doble elemento de la Iglesia. La Iglesia tiene un aspecto divino: su alma; y un aspecto humano: Sus miembros. Por eso también es doble la historia de la Iglesia: La historia de su alma, torrente de vida que baja del cielo y ennoblece al os hombre para elevarlos hasta Dios. Y la historia de su cuerpo, sus miembros que nacen viven y mueren, para luego volver nuevas generaciones. Y estas generaciones viven de aquel triste origen del pecado original, con sus malas inclinaciones, afán de dinero, de poder, de sensualidad, de egoísmo…y la iglesia emprende el trabajo eterno de ir modelando esa inmensidad de miembros en continua renovación. Es natural que en esta historia no falten páginas negras: lo predijo el Señor: no todo sería trigo…no todo sería buena pesca, habría mucha cizaña, habría mala calidad en la pesca. La Iglesia en este trabajo de modelación no destruye la libertad humana: el libre albedrío, es el noble distintivo del hombre pero es también su gran peligro: por su libertad el hombre puede obrar el bien y el ser santo, pero tiene gran capacidad para hacer el mal y ser un demonio.
Puede ser trigo y también cizaña.
Pero entre esta historia humana, a veces, la iglesia se dirá siempre santa. Formada por hombres es natural que en ella no falten debilidades humanas. «Pero junto a la mezquindad humana hay que ver también la grandeza divina: En el rostro de la iglesia no hay solamente rasgos humanos, sino que se acusan también en él los rasgos divinos que es imposible no advertir la solicitud con que la preserva la amorosa Providencia del Señor.
Amado radioyente: Aunque todo cuanto he dicho se extiende a sacerdotes y seglares…era el objeto de estas palabras mi idea que expuse al principio: Es necesario ayudar al seminario. Y como el domingo pasado concluyo: Por las defecciones humanas, por la historia humana de la iglesia, no hemos de perder la fe en un aspecto de su obra divina: la hermosa obra del seminario, donde unos hombres sabios y santos están dedicados en nombre de la iglesia a formar las nuevas generaciones del clero salvadoreño.
O.A.R.