Mientras está para celebrarse la fiesta de Cristo Rey, ya el ambiente comienza a saturarse con las tristes fragancias de las coronas de ciprés y en el horizonte abren sus brazos las cruces del cementerio anunciando, en ademán de oración y esperanza, el próximo «día de finados».
Este contraste de triunfo y muerte, me sugiere la idea de estas líneas en honor de Cristo Rey: CRISTO ES REY DE LA VIDA Y DE LA MUERTE. Idea que en síntesis rotunda expresó el más fogoso soldado de Cristo Rey: «Jesucristo ayer…Jesucristo hoy…Jesucristo por los siglos…»
Allí donde puso límites la muerte a la vida, allí todavía está Cristo empuñando en su diestra plena de juventud y vigor su cetro infrangible para señalar horizontes de inmortalidad a su realiza.
Sólo El queda cuando todo pasa. Cuando la ciencia médica demuestra ya su incapacidad…cuando toda protección humana es ya inútil…cuando toda altanería se subyuga…cuando toda vanidad y todo error se rompe en sombras de desilusión… cuando todo pasa, sólo queda El, el que dijo con serenidad divina: «Quien cree en mí, no morirá»… «Yo soy el camino, la verdad y la vida».
Cuando la muerte descarga su zarpaso fatal, sólo quien cree en Cristo Rey de la vida, puede desafiarla como San Pablo: » ¿Dónde está oh muerte, tu victoria?» O como Javier que muere besando su crucifijo: «En ti Señor he esperado; no seré confundido jamás». O como los mártires modernos para quienes la muerte por Cristo no es más que el preludio de la vida; de una vida que se comienza así, expresando a todo pulmón este grito de victoria: ¡VIVA CRISTO REY!
Pero no vayamos a pensar que si llamamos a Cristo Rey de la muerte su imperio sólo comienza más allá de la tumba. No …Todo poder se le ha dado en el cielo y en la tierra.
El es también verdadero Rey de las naciones. Y aunque el mundo no lo quiera ver, es cierto que estamos palpando en nuestros días el cumplimiento de una profecía. Lo mismo que al terminar la primera guerra mundial, se puede concluir hoy como aquel conferencista que analizaba quién había ganado la guerra: militarmente…políticamente… económicamente…diversas potencias; «pero moralmente: TAN SOLO EL PAPA».
Y así también es cierto que toca a nuestros días sufrir la vergüenza de estar sosteniendo con un progreso de nuestra civilización una asamblea donde hay quien se atreva a desterrar la idea de Dios de los graves asuntos internacionales; esto no es más que el principio de aquella derrota fatal que profetiza el Salmo 2, y cuyas consecuencias amargas están saboreando muchos pueblos hasta que se reconozca la realiza de Cristo:
Los reyes de la tierra y los príncipes se conjuraron contra Jehová y contra su ungido, diciendo: Rompamos sus coyundas y sacudamos su yugo. Pero el que mora en los cielos se reirá y se burlará de ellos, los quebrantará con vara de hierro, como vasos de alfarero los desmenuzará.
Y el Salmo 2, que bien puede llamarse el Salmo de Cristo Rey, termina con la dulce bendición para los vasallos sumisos de ese divino imperio: «Bienaventurados todos los que en El confían»
O.A.R.