Presbítero Oscar Arnulfo Romero
Ya pasó el poder de las tinieblas! Se han corrido las sombras y pasaron las horas del dolor.
La voz humilde de un sacerdote canta junto al altar «Gloria a Dios en las alturas», una campanilla lo avisa al campanario; y el campanario lanza al aire su júbilo de bronce a una torre hace eco en otra torre…y el mundo entero se siente estremecido por un torbellino de alegría que arrastra a todos los corazones. Todos sienten que hay un rejuvenecimiento espiritual…; es la primera de las almas… Y hasta los pecadores sientes que llega a su lóbrega prisión una invitación de libertad.
En otros tiempos los cristianos expresaban este enardecimiento universal con el siguiente saludo pascual.
– Resucitó Cristo
– Verdaderamente ha resucitado
Pero antes y hoy la alegría sigue repitiendo una oportuna invitación pascual. San Pablo, el perseguidor que se convirtió en Apóstol y que por tanto experimentó las alegrías de la resurrección, escribe esa invitación:
«Si habéis resucitado con Jesucristo buscad las cosas de arriba donde Cristo está sentado a la diestra de Dios. Saboreaos en las cosas del cielo, no en las de la tierra».
Se diría que el Apóstol estaba escribiendo para los hombres de hoy. Para los que encorvada hacia la tierra su frente buscan placeres y riquezas y olvidaron ya el cielo. Para los orgullosos del progreso técnico creen levantando la torre de Babel y pueden despreciar a Dios. Para los que confían más en la naturaleza de la máquina y temen más los horrores de la atómica que el poder y la justicia del omnipotente.
De que sirve todos esos «descubrimientos» si en vez de dar alas al alma para acercarse a Dios, fueron tumba que aprisionó el espíritu? No es que condene el progreso, sino el ateismo de nuestro progreso. Que el hombre se olvidó que las fuerzas que tiene en sus manos y el dominio sobre la materia Dios se los confió solamente para perfeccionar su misma esencia humana que consiste en ser imagen Dios Y por eso se ha escrito que el alma de toda cultura del alma…La fuerza más potente del mundo no es el vapor, sino la fe. La energía más valiosa del mundo no es la electricidad sino el amor. El ideal más digno del hombre no es el campeón de boxeo, sino el santo. El tesoro más sublime del hombre no es la máquina sino el alma».
Almas que aprisionó la sensibilidad o el espíritu comercial excesivo, o la fe desmedida en el poder de la máquina, o el atropello de toda justicia, o el error de falsas opiniones. Almas que parecéis vivas y estáis muertas, oíd, está soñando la hora de la libertad!
Es la hora de la resurrección!
Se rompieron los sellos de la tumba, rodó la pesada losa sepulcral. Y por el campo libre, bajo la espléndida mañana, iluminado por una vida sin temores de muerte, camina seguro el Resucitado.
Si con Cristo habéis resucitado, buscad vosotros también las cosas que son de arriba.