Aun contra ciertos criterios obtusos, que no saben relucir mas que sus manidos sofismas ya mil veces superados, se implantó el nombre de Dios en el preámbulo de la Nueva Constitución nacional.
Y aunque este solo hecho no basta para sentirse optimista pues tras el nombre de Dios pueden todavía asestarse serios golpes contra los derechos de ese mismo Dios, sin embargo hemos de felicitar a los valientes defensores del nombre de Dios porque en esto han reflejado sin duda el sentir del pueblo que «quiere que se invoque el nombre de Dios en la Constitución, no por fanatismo», ni por tradición, ni por costumbre, sino porque para que la ley fundamental sea justa en primer lugar y sea respetada, es preciso que en ella se haga referencia a esa fuente de toda energía, de toda sabiduría que es Dios, porque Dios es el Supremo Legislador del universo».
Tan del alma del pueblo salvadoreño es esta verdadera expresada por el Hon. R. Rosales que nuestra expresión mas característica, y mas salvadoreñamente espontánea antes los hechos, es esta bella imagen del alma nacional. PRIMERO DIOS!
Y no es porque el pueblo tenga de Dios un «concepto derrotista», sino precisamente se siente mas optimista, y mas realizador cuando se arroja a su empresa con la expresión tan suya: «PRIMERO DIOS».
«Criterio derrotista», tiene mas bien nuestro pueblo tantas veces desilusionado, de aquellos que conculcando los derechos de sus mas caras creencias, se han proclamado «vanguardias del progreso» por su «capacidad científica» (¿?). Y no será acaso expresión de esa idea derrotista la apatía con que el pueblo esta distinguiendo la elaboración de la Constitución?.
Ni es porque el pueblo tenga de Dios un concepto «anti- revolucionario» o «antipolítico», cuando vimos a la misma revolución acercarse a Dios, no solo por convicción sino también por política, y por reclamar el «Supremo Hacedor» cuando se dirigió al pueblo en aquel llamado día de júbilo nacional.
El pueblo salvadoreño quiere a Dios en la constitución.
La otra «masa que se mueve por allí» será siempre la masa de aquellos cuyo Dios es su vientre… o acaso la «masita» que se movía en el bolsillo asalariado por la intriga…Esa si que es oscurantista y antirrevolucionaria!.
Y no es porque queremos dar importancia a los modernos Voltaires (menos inteligentes que el original aunque igualmente cínicos en su hipócrita respeto de la Divinidad); pero porque creemos oportuno encender un pequeño final para los hombres de buena voluntad y para que no vaya a prevalecer un error en nuestras leyes constitucionales cuando se trate de dar a Dios lo que es de Dios; por eso es por lo que queremos remozar aquí esta afirmación de sentido común: el concepto religioso y el concepto científico, son distintos pero no se oponen ni se eliminan.
«La ciencia, según la definición de sus cultivadores más autorizados, no es toda ciencia del hombre, sino solo el saber experimental. Tiene por objeto los fenómenos, las causas segundas, no la explicación última de la cosas. Ignora, e ignorará siempre, como ciencia, la naturaleza íntima de los seres, su primer origen y último fin, el sentido del ideal mora, los destinos humanos.
Es una ignorancia por definición. El que dice científico, dice abstracción de aquellos problemas. La ciencia los ignora porque no son de su competencia. Ignorar, sin embargo, no es eliminar, pues la eliminación es también una resolución por negación, ¿Y como podría resolverlos de cualquier modo si no los conoce? Toda solución de ellos que se pretenda hacer pasa en nombre de la ciencia, como en los volúmenes de un Guilleminot, por ejemplo, no es científica. Por eso dijo Boutroux que la ciencia no lo es todo.
Pero si no los conoce, los supone. Mirando el mundo solo desde el punto de vista de la experiencia pura, es todavía mayor la sombra del misterio, porque para penetrarlo se dispone solamente de una luz, y luz además de poco alcance. Como escribió Th. Robot, el conjunto de los acontecimientos humanos se asemeja a un gran río que corre bajo un cielo resplandeciente de luz, pero del que se desconoce la fuente y la desembocadura, que nace y muere en las nubes… Ahora bien, la Religión nos enseña precisamente la fuente y la desembocadura de todas las cosas: Dios» (1).
En una reciente encuesta dirigida a los miembros de la Academia de Ciencias de París, se preguntaba «Si la ciencia se opone al sentimiento religioso». Robert de Flers publicó en el «Figaro» las interesantes respuestas. Y qué respondieron aquellos príncipes de la ciencia francesa? Todos sin excepción afirman que no hay oposición entre la ciencia y el sentimiento religioso, y que sus respectivos dominios son distintos; el mayor número de ellos reconoce expresamente el valor y la legitimidad de su Religión como fundamento de vida superior y de moralidad; algunos yendo más lejos hasta condenan y reprueban a los que invocan la ciencia para combatir la Religión, viendo en la invocación de aquellos un «acto de ignorancia» y en el ataque a ésta un «acto condenable».
La Francia intelectual de hoy retracta así los resabios de aquella Francia anticuada que sigue siendo orgullo y patrimonio de nuestros liberalillos rezagados que solo por sarcasmo se puede decir que están «con la juventud intelectual».
No hay pues oposición entre el concepto religioso y el concepto científico; son distintos pero no se oponen ni se eliminan y al legislar sobre los complejos intereses de una nación, estos dos conceptos deben conjugarse sabiamente.
PRIMERO DIOS!
O.A.R.