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No.1825 Págs. 1 y 3 – EL LAICISMO EMPEQUEÑECE AL MAESTRO

(EN LA MISA POR LOS MAESTROS MIGUELEÑOS)
Bajo el símbolo augusto de la Religión os anticipamos nuestro saludo, distinguidos maestros migueleños:
Permitidme recordaros en este ambiente sagrado la palabra del Divino Maestro que Consagró todo magisterio cuando lo hizo dimanar de su personalidad divina: MAGISTER VESTER UNUS EST CHRISTUS, vuestro maestro es uno: Jesucristo.
Solo así, a la luz de Cristo Jesús y de su evangelio se ilumina en toda su grandeza la figura colosal de vuestra misión. Apagada esa luz, vuestra profesión laicizada se empequeñece lastimosamente.
A la luz de Cristo y su Evangelio, se comprende mejor la grande de vuestra personalidad, la trascendencia de vuestra misión, la sublimidad de vuestros educandos.
1.- Vuestra personalidad ha sido elevada a tal altura en el cristianismo, que para llamaros es necesario daros el nombre de Cristo: Maestro.
Vuestra posición en el cristianismo es privilegiada.
Mientras las otras profesiones están frente a Cristo para escucharlo, la vuestra, maestro, está al lado de Cristo para imitarlo. Los otros hombres basta que oigan a Cristo como Legislador de toda «moral profesional». Para vosotros Cristo no sólo es legislador, sino verdadero modelo viviente. Vosotros no solo os sentáis frente a El para escucharle. A vosotros os admite a su lado para que lo observéis más de cerca y aprendáis su conducta y las actitudes de su corazón, de su muerte…los gestos de mano… la luz de su mirada…para revivirlo totalmente en el mundo de vuestra escuela.
Como del sacerdote se ha dicho «sacerdos alter Christus», así de vosotros se podría decir lo mismo «magister alter Christus» – EL MAESTRO ES OTRO CRISTO.
2.- La grandeza de vuestra personalidad y vuestra aproximación a Cristo- el cual quiso llamarse maestro como vosotros- es porque vuestra misión es de una trascendencia enorme a la luz del cristianismo.
Todos los hombres cargamos con una responsabilidad educativa respecto de nuestros semejantes. Pero hay en quien confluyen de manera especial esas responsabilidades: el maestro.
Por derecho natural son los padres los que tienen en primer lugar el positivo mandato de educar a sus hijos. Las familias, por naturaleza social del hombre, han pasado parte de esa obligación y de ese derecho al Estado (que es la comunidad de las familias), y el Estado en su organización moderna delega a los maestros gran parte de esos poderes recibidos de la familia. Por otra parte la Iglesia ha recibido formalmente el derecho y la obligación de instruir a todos los hombres, y un Estado bien constituido debe reconocer y apoyar ese derecho de la Iglesia de Cristo.

Aquel derecho pues, de las familias, aquella responsabilidad del Estado y en parte aquel deber de la Iglesia, confluyen en la tremenda responsabilidad de quienes conviven en la escuela con los pequeños ciudadanos de la patria, que son al mismo tiempo tiernos hijos de la Iglesia.
Prescindir de la Iglesia y de la instrucción religiosa es una desorganización que, según expresión reciente de un Ministro italiano, deja entre la familia y el estado la profunda y divisoria trinchera de la lucha religiosa. Y en esta lucha no debe olvidarse que un pueblo cristiano por tradición y convicción, si él mismo no traiciona esa fe, nadie, ni todas las leyes, podrán jamás hacerlo apostar. Y la educación que quiera descartar esas convicciones encontrará siempre resistencias, reacciones o algo peor.
3.- Grande vuestra personalidad a la luz del Evangelio de Cristo, trascendental vuestra misión, por último, sublimes vuestros educandos.
Toca al mundo moderno vivir la vergüenza, después de 20 siglos de cristianismo, de ver sazonado el fruto de las doctrinas de Hegel en un colectivismo ateo, que tiene del hombre no la idea de una persona, sino de una cosa. Y este veneno sutil se introduce en ciertas pedagogías que carecen por tanto de un fin personal, que ignoran la mata altísima que debe alcanza la persona del niño y del joven que se educa.
He aquí entonces a la luz de Cristo y su Evangelio cómo se ilumina la educación ya que tiene por objeto la formación integral de la persona humana.
Cristo es quien reveló en forma más explícita y terminante la suprema dignidad de la persona. Y el maestro que se pone al lado de Cristo para desarrollar su divina misión, tendrá más clara la pupila y más delicado el oído para ver y auscultar en cada corazón de niño, en cada inteligencia a él confiada los aletazos de una dignidad personal por la que Cristo no dudó en dar hasta su misma vida.
La persona humana que el cristianismo concibe tiene exigencias y tendencias ultraterrenas, sobrenaturales. Y desconocer esas tendencias para dar al niño una educación naturalista, laica, es truncar en lo mas vivo la educación.
Y no se diga que los niños no tienen conciencia de esa exigencia sobrenatural…porque tampoco el árbol tiene conciencia de que necesita agua. Y sin embargo la falta de agua lo marchita y lo mata. La educación de la persona humana, si no lleva savia la vida sobrenatural, dará una formación lánguida, que no resistirá los embates de la vida. Y la carencia de esas recias personalidades en el mundo moderno, está denunciando una educación incompleta.
Sólo a la luz de esta idea cristiana de la personalidad del niño y del joven puede ser verdadero educador. Y el maestro, todo maestro debe ser educador, debe conjugar aquellas riquezas y poderes interiores, integrales del alumno, para hacer de él no solamente un matemático, un geógrafo, sino todo un hombre: es decir, el verdadero maestro no solo instruye, sino que educa. En todas las disciplinas, debe hacer suyo aquel axioma de Agustín reore: «Disce litieras Ulhomo sis». Aprende las creencias para que seas más hombre.
Uno es vuestro maestro: Jesucristo.
Grande como la de Cristo es vuestra personalidad y vuestra misión, maestros: formas cabales ciudadanos de la Patria, de la Iglesia y del Cielo.
De aquella divina fuente de todo magisterio, Cristo Jesús, coged siempre las únicas aguas vivas que pueden fecundar vuestras siembras.
O.A.R.
San Miguel, junio 21 de 1950

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