Hoy que está para promulgarse la constitución nueva, sería oportuno enfocarla con los clásicos principios que deben normar toda ley para ver si nuestro código máximo, fraguando en la noche y en la logia masónica, soporta la meridiana luz de los principios inmutables.
La condición indispensable de una ley para que sea ley y tenga fuerza de obligar, es que sea justa. Justa en el sentido estricto, es la ley que está ajustada a la regla de la razón que es la ley natural.
Si la ley humana discrepa en algo de la ley natural, ya no es ley sino corrupción de la ley.
Las leyes humanas obligan porque son una derivación de la ley eterna.
La simple voluntad de unos hombres es tan igual a la voluntad de cualquier otro hombre; y si esa voluntad que legisla no refleja la justicia de las leyes inmutables escritas en la conciencia, nadie está obligado a obedecerla. Más aún, si la ley del Cesar contraría los derechos de Dios, no es al Cesar a quien se debe obediencia, aunque se parapete en las curules y tras una barra clamorosa, sino que seguirá en pie el principio que ha desafiado los siglos: Al Cesar solo lo que es del Cesar, y a Dios todo lo que es de Dios.
Es concreto:
I. El artículo de nuestra constitución que declara la enseñanza como atribución del estado y solo por capricho masónico atropelló la voluntad del pueblo libre que la quería libre, NO ES JUSTA, porque atropella la ley natural que no al estado sino a la voluntad de los progenitores dejó la educación de la prole. Siendo ley injusta, no obliga.
II. El artículo que pone restricciones a las congregaciones religiosas, contraria palmariamente la ley natural que da a todo hombre libertad de honesta asociación. Por tanto es ley injusta y no obliga.
III. El artículo que laiciza el matrimonio contraría la voluntad del Autor de la Naturaleza que quiso hierática tal institución. Por tanto es ley injusta y no obliga.
IV. Toda la tendencia a poner cortapisas ala libertad y actividad de la iglesia católica, contraría por otra parte a la voluntad de Dios que la que tiene por su religión. En uno y otro sentido tales leyes están marcadas de injusticia y por lo tanto no obliga.
No obligan porque son injustas. Y si los nuevos gobernadores van a hacerla cumplir no será en fuerza de la justicia sino por la fuerza bruta de aquel principio totalitario: SIC VOLO, SIC IUBEO, SIT PRO RATIONE VOLUNTAS (así lo quiero, así lo mando, la única razón es que así es mi capricho).
Bajo estos atropellos no ha faltado quienes juzguen una humillación para nuestro catolicismo nacional.
Pero es la hora de recordar el sereno optimismo de San Agustín: «no está pisoteado por los hombres en que padece persecución, porque solo puede ser pisoteado el que está debajo…pero no está debajo el que, soportando la persecución en la tierra, mantiene su corazón fijo en el cielo».
Y en esta hora de capricho masónico (la hora de las tinieblas), el catolicismo salvadoreño puede levantar muy airoso su frente, porque sus razonamientos han sido contundentes, y el apoyo de genuino pueblo y de la gente noble está con él.
No está pisoteado.
Pisoteado debe sentirse los que en las tinieblas de la noche fueron de la mano como buenos hermanos con los masones y la gentuza nauseabunda de la barra asalariada.
El pueblo saludó jubiloso la revolución hace dos años, porque esperaba como fruto sabroso de tanta alharaca una constitución ecuánimemente revolucionaria que hiciera justa estima de las genuinas realidades nacionales. Hoy va a recibir esa constitución…pero qué desilusión! Qué resentido va el pueblo!
Cual es el fruto de dos años llamados revolucionarios?
Una constitución que proclama los viejos y agrios postulados de la masonería.
Y ese nuevo yugo caerá sobre el sufrido pueblo precisamente en la fiesta de su independencia.
O.A.R.