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No.1854 Pág. 1 – HACIA UN SOLO CRISTIANISMO

Con motivo del octavario 18-25 de enero
Por unión de los católicos
Con la Iglesia católica
Actualmente el cristianismo está dividido en tres ramas: los católicos, los cismáticos y los protestantes.
La soberbia de dos patriarcas de Constantinopla: Focio y Miguel Gerulio provocan la ruptura del cisma de Oriente que desgajó de la Iglesia de Cristo a la iglesia cismática, en siglo XI.
La soberbia de Lucero y su revolución protestante desgajó otra gran rama de la iglesia de Cristo, el protestantismo en el siglo XVI.
No hay duda que estas dos apostasías en masas, al romper la unidad del cristianismo, han traído inmensos males a la humanidad. Y principalmente el protestantismo debe ser acusado con justicia como la incubadora de esta crisis de errores y desgracia que agobian al mundo de nuestros días.
Uno de los mayores males de este cristianismo fraccionado es el escándalo. Escándalo e impedimento grande para la difusión del evangelio entre infieles; pues los paganos se escandalizan de la falta de unidad entre los que predican el mensaje de Cristo.
Así como la verdadera madre, ante la sentencia de Salomón fue la más solícita en procurar la integridad de su hijo, así la Iglesia católica sigue buscando por todos los medios el retorno de los hijos pródigos. Precisamente en estos días -18-25 de enero- se promueve en todo el mundo católico el célebre «octavario por la unión de los no católicos con Dios oirá estas preces. Ya está dando su respuesta.
En cuanto a los cismáticos de Oriente, se nota un acercamiento cada día mayor hacia la Santa Cede, elevada hoy a su máximo prestigio.
En cuanto al protestantismo se nota aquella inquietud del hogar perdido manifestando un deseo perentorio por llegar a la unidad que ellos mismos despedazaron. Así oraban hace algunos años en un congreso: «Reconocemos humildemente que nuestras divisiones son contrarias a lo que Cristo quiso y pedimos a Dios que en su misericordia abrevie los días de nuestra separación y que su espíritu nos guíe hacia la plenitud de la unidad».
Más elocuente que esa plegaria, son los hechos del llamado «movimiento ecuménico protestante».
He aquí como puede resumirse en tres fases este movimiento (cf. R.P. Edward F. Hananos N.C.)
PRIMERA FASE. Los protestantes buscan la «unión de los corazones» «Al darse cuenta con los misioneros protestantes del escándalo que producía entre los infieles «cuando sus predicadores daban seis y siete versiones de la nueva fe que les traían en nombre de un solo Dios», trataros de buscar una unión de corazones para que disimulando diferencias, no escandalizaran a los gentiles. Así nació la «Conferencia misionera universal». Se proponía aceptar esta plataforma común: aceptar dos credos, el de los Apóstoles y el de Nicea; el Antiguo y el Nuevo Testamento; dos sacramentos, el bautismo y la comunión; y el episcopado histórico. La primera reunión fue en Chicago 1896. Luego en Jerusalén 1928, en Madras 1938 y en Canadá 1947.
SEGUNDA FASE. Los protestantes buscan la «unión de las manos», protestantes de tipo liberal dijeron: prescindamos de dogmas y convicciones y trabajemos juntos en obras comunes. A este segundo tipo de movimiento ecuménico se le llamó «Consejo Universal de vida y obras, propuesto en 1919 por Nathan Soderblom, arzobispo luterano de Suecia. Tuvo 4 reuniones: Holanda 1918, Ginebra 1920, Estocolmo 1925 y Oxford 1937.
TERCERA FASE. Los protestantes buscan la «unión de las mentes». A este tercer tipo de ecumenismos se llamó «Orden y Fe» propuesto por el Dr. Charles H. Bren, obispo episcopaliano de Filipinas, con la intención de dimitir la diversidad de doctrinas protestantes para conjugarlas en una sola. Sus reuniones fueron en Lausana 1927 y Edimurgo 1937.
Las dos últimas fases han logrado unirse en la convención tenida en Holanda en 1938 con el ideal de fundar un «Consejo mundial de Iglesias». Esta convención fue interrumpida por la última guerra, pero volvió a reunirse en Amsterdan 1948 a donde llegó ya también el primer tipo ecuménico.
Quedó entonces organizado el «Consejo mundial de Iglesias» y su «Revista Ecuménica». Pero a decir verdad no se ha definido claramente la meta, ni ellos mismos saben qué carácter tiene su ecumenismo protestante. Y así ha resultado que buscando la unidad vuelve a encontrarse con la confusión y la desunión.
Nos alegra a los católicos ese anhelo por la unidad perdida que aletea en el corazón del mundo protestante, como nos alegra el acercamiento de los cismáticos de Oriente.
Nos alegra porque vemos en esto la mano de la Providencia que llama a los hijos pródigos.
Sin embargo no podemos dar un paso hacia ellos mientras, deponiendo sus viejos rencores, no se decidan a poner como centro de la unidad que buscan, el centro que puso el mismo Cristo y que constituye el secreto de la unidad universal a indefectible del catolicismo: EL PAPA.
O.A.R.

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