Volvemos a la edad de oro de la liturgia de resurrección –
O.A.R.
Con el permiso otorgado por la Santa sede para que este año puedan celebrarse las ceremonias del sábado santo por la noche, retornara a aquella edad de oro la liturgia pascual.
Es en ese marco de expectativa y sombra donde las emocionantes ceremonias del sábado santo recobran toda la belleza original de su simbolismo.
Según el Evangelio Cristo muerto debió permanecer en la tumba todo el sábado en espera de la gloriosa mañana de resurrección.
La mejor plegaria del sábado era por tanto ese vacío silencioso de dolor y esperanza…sugestivo silencio que hace reflexionar mejor el dolor del trágico desenlace del viernes santo…siendo cariñoso que parece en volver el sepulcro sellado de Cristo donde el divino mártir «en paz duerme y descansa», según el salmo 4: «porque Tú oh Señor, solo Tú has asegurado mi esperanza».
Este año, pues, como los cristianos antiguos, huérfanos de misa y comunión, esperaremos que brillen las estrellas del sábado para congregarnos en nuestros templos a celebrar la augusta vigilia que espera a Cristo Resucitado.
Así el sábado santo torna a ser el vivo símbolo de nuestra vida terrena: vida de fe y esperanza mientras brilla la resurrección gloriosa.
Era tan grandiosa esa vigilia para la antigua liturgia que, en tiempo de Tertuliano (según el Card. Schuster) «era libre asistir a los oficios del domingo, pero nadie se podía eximir sin pecado de tomar parte en los ritos nocturnos de la vigilia de Pascua. «Se trataba además del último día de la cuaresma la que se iba a coronar esa noche con el bautismo de los catecúmenos.
Los antiguos fieles, en ayunas desde la tarde del viernes santo, iban aquella noche del sábado al templo donde el rito se desarrollaba según las cuatro líneas maestras que todavía se conservan en nuestro misal: el lucernario, la vigilia, el bautismo y la misa.
1.- EL LUCERNARIO. Es una magnífica consagración de la luz al Señor. Esa luz nueva «lumen Christi» que salta del pedernal para encender el incensario, las velas, el cirio, las lámparas…qué bellamente brilla en aquella noche en que Cristo «luz del mundo» sale del sepulcro de piedra. El magnífico canto con el celebrante consagra la luz al Señor es su espléndido tratado de la Redención que comienza con ese grito de júbilo en medio de la noche: «Exulte ya la angélica turba de los cielos…»
2.- LA VIGILIA. Bajo la luz bendecida de los cirios y las lámparas nuevas, comienza la vigilia. Una serie de lecturas bíblicas. Doce profecías que se refieren especialmente al bautismo. Al terminar cada lección, se invitaba al pueblo a meditarla en privado y de rodillas: «flectamus genua»; y después que se avisaba ponerse nuevamente de pie: «lévate», el celebrante entonaba una solemne plegaria en nombre de la asamblea.
En la concesión hecha para celebrar este año por la noche las ceremonias del sábado se señalan solo cuatro profecías para ser leídas: las número 1, 4, 8 y 11.
3.- EL BAUTISMO. Ya había pasado gran parte de la noche, Era cerca de alba. Los catecúmenos que durante toda la cuaresma se habían preparado para el bautismo, se ordenaba en procesión hacia el baptisterio mientras los cantores y el pueblo continuaba en la Iglesia los cantos vigiliares. En el baptisterio se consagraban las aguas bautismales y los catecúmenos recibían el bautismo y la confirmación. Vestidos de blanco, en imponente procesión regresaban a la iglesia donde la muchedumbre enardecida a la vista de los nuevos cristianos, cantaba con todo el entusiasmo de su fe y de piedad las letanías de todos los santos.
La Santa Sede ha querido evocar aquella historia y ha prescrito que en las ceremonias nocturnas del próximo sábado santo, el celebrante y los fieles renueven las promesas de su bautismo.
4.- LA MISA. La misa de gloria coronaba la vigilia pascual. Aquel canto de gloria en las mismas horas del alba en que Jesús debió resucitar, vibraba en el alma enardecida de los cristianos como un himno triunfal del cielo y de la tierra.
Hoy después de muchos siglos de haber enmudecido esa noche, volveremos a oírla cantar: «Gloria in excelsis Deo», y las campanas lo anunciarán en la serenidad de la noche no ya con la apacible humildad del niño Dios de navidad, sino con la majestad brillante del Rey de la vida que ha triunfado sobre la muerte y la maldad.
Y como los antiguos cristianos afianzaremos nuestra nobleza recibida en el bautismo, alimentándonos con la carne eucarística de Cristo Resucitado. Y saldremos del templo aquella noche llevando en el alma la fe y la esperanza de que un día, después del místico sábado santo de nuestra vida terrena, ha de brillar para nosotros la plenitud del eterno domingo pascual.
Hemos retornado a la edad de oro de la liturgia!