Quedamos esperando al Barrio de San Francisco…
Llegó trayéndonos en su entrada a la Reina de San Miguel, hecha reina de las Vírgenes. Blancura de pureza y palmas de martirios hacían pedestal a la Virgen por antonomasia, sobre el rojo de un sitial de terciopelo. Doña Maria Asturias y sus piadosas hijas Eva y Aurora y la señorita Ester Cerritos dieron a la Virgen de sus amores este triunfo artístico. Mientras Don Joaquín Cárdenas ofrecía el tributo de sus sacrificios pro catedral, a pesar de las desgracias que afligieron a la patria este año, allí estaba la generosa contribución recogida por el Sr. Cárdenas quien por delicadeza no trabajó con el comercio capitalino, pero exhortó a los migueleños a un esfuerzo decisivo a favor de esta obra en que no está empeñada ninguna mira personalista sino la fe católica de la ciudadanía migueleña.
Bety Granillo y otras prematuras declamadoras deshojaron ante la Virgen las flores de sus delicadas poesías.
La liturgia del Arcángel. Una tormenta inesperada suspendió el 28 la entrada del centro. La piedad de San Miguel se concentró aquella noche en la solemnidad de las vísperas del Patrono en la Iglesia de San Francisco.
El día de San Miguel amaneció espléndido. En San Francisco que lucía sus mejores adornos el Excmo. Sr. Obispo celebró la misa de comunión. La misa solemne fue un vigoroso himno de juventud. Los dos colegios católicos constituyeron la majestuosa masa coral para ejecutar la misa de Ángeles. «Voces de ángeles era necesario para entonar el triunfo del Arcángel de esta ciudad», comenzó diciendo en su vibrante panegírico el Padre Rodríguez, quien exhortó sobre todo a la juventud presente a ser como Don Miguel, los leales defensores de Dios.
El Sr. Obispo impartió la bendición papal. Era la mejor respuesta del Pastor a las felicitaciones de su rey en el día de su onomástico.
La Reina y el Arcángel en desfile triunfal. Paso a la Majestad de Dios… parecía decir el imponente desfile que condujo procesionalmente las dos veneradas imágenes de los Patronos de San Miguel. Después de una interminable fila de estandartes y banderas, empuñadas por asociaciones, colegios y escuelas, destacábase en tres regios marcos de plata la reina de San Miguel, en torbellino de luces, ángeles e incienso: se palpaba una vez mas la gracia señoril de Doña Lidia Arguello, Doña Maye de Urquilla y demás colaboradoras de la entrada del centro que enmarcaban en este éxito artístico su magnífico esfuerzo económico por catedral.
Atrás, escoltado por la banda de guerra de la Casa Nacional del Niño y por un nutrido pelotón de hombres, venía el Príncipe de los Ángeles hecho patrono de los migueleños. Imponiéndose sobre las fuerzas del mal representadas en un piélago de llamas y demonios, la figura esbelta del Patrono era la personificación de ese lema de combate ¡Quién como Dios! Doña Clelia de Arias Doña Angelita Becci, Don Miguel Sagastizado y Señorita. Rosa Avilés y Jesús Gracilazo pudieron ver con satisfacción el éxito de sus trabajos cuando el lleno completo del parque Guzmán y calles adyacentes aplaudía delirante al paso de las carrozas patronales patronales. Gloria Giralt declamó a la Virgen una bella composición de su mamá Doña Abigail.
Y así una vez más San Miguel ha demostrado ser una ciudad de entusiasmo católico. Que, a pesar de sus fragilidades y claudicaciones, está dispuesto a no vender su fe a nadie, si no aferrarse una vez más a los dos símbolos de su felicidad: su Reina y su Arcángel que inspiran nuestro típico octavario septembriNo.
O.A.R.