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No.1899 Pág. 1 – EN NINGUN OTRO HAY SALUD!

Navidad…Navidad…
Es la fiesta de todos.
Todos miramos como una de la familia, la divina cuna en que nació Jesús. Todos sentimos que el Niño de la noche buena es verdaderamente el niño de todos que profetizó Isaías: «Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado» (Is. 9,6)
Comprendemos que en esta especie de consanguinidad con Jesús está la única felicidad del mundo. Comprendemos en la reflexión de esta «noche de paz» la saludable intransigencia de esa palabra: «En ningún otro hay salud» (act. 4, 12).
Y nostálgicos de una felicidad perdida por nuestro alejamiento de Cristo, desilusionados ante la falacia o incapacidad de tantas promesas y esperanzas incumplidas, volvemos los ojos en esta noche buena hacia esos ojos celestiales, optimistas del Niño que sonríe en Belén y le decimos con amargo y sincero escarmiento: «A quien iremos? Solo tú tienes palabras de vida eterna» (10. 6, 69).
En esta hora de locuras se les ocurrió a los mortales llamarse «grandes». Pobres grandes que se han quedado tan pequeños ante la magnitud de la hora que ellos mismos han hecho trágica por prescindir de Jesús¡ La verdad es que el único grande que sigue estremeciendo al mundo es el pequeño infante de Belén. «Gobernantes y gobernados, coronados y no coronados, grandes y pequeños, ricos y pobres, dependen igualmente de su palabra».
Otros en la locura de esta hora, quisieron erguirse en dominadores de los pueblos y empuñando las riendas con guantes de revolución y democracia se creyeron tan dueños absolutos de los hombres, que, bajo el limpio cielo de los pueblos libres pronunciaron tras la máscara de la libertad palabras del totalitarismo que más parecían regaños de capataces con látigo en mano para imponer hasta sus modos de pensar.
Frente a esos pobres «profetas de quimeras», sigue siendo el verdadero dominador del mundo aquel niño de Belén que proclama la más auténtica libertad del hombre: la de verdad «… Y la verdad os hará libres». (10. 8, 32). Dominador verdaderamente querido, solo este Niño es capaz de celebrar los aniversarios de su nacimiento con una alegría no impuesta sino espontánea en todas las almas, en todos los hogares, en todos los pueblos.
Este triunfo fue saludado siete siglos atrás de su cuna, cuando Isaías cantó: «Tiene sobre sus hombros la soberanía… se llamará maravilloso Consejero, Dios fuerte, Padre sempiterno, Príncipe de la Paz…la paz de su imperio será sin fronteras… y su trono estará afianzado por el derecho y la justicia».
Es ya la noche buena…
Navidad! Es la fiesta de todos. «Paz a los hombres de buena voluntad!» Inocentes o arrepentidos volvamos a Jesús, sintámonos de su familia, identifiquémonos con El:
EN NINGUN OTRO HAY SALUD
O.A.R.

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