La eterna primavera de la fe conmovió el espíritu migueleño el domingo próximo pasado con uno de sus misterios más profundos: el misterio sacerdotal hecho vida en un descendiente de la aristocracia de esta ciudad, el Jesuita R. P. Peccorini Letona, el conocido «Queco» que después de largos años de formación, fuera de la Patria regresa y por primera vez alzó la hostia consagrada en sus manos sobre su pueblo conmovido hasta las lágrimas.
El histórico templo de San Francisco vestido de gala e iluminado con la mirada celestial de la Reina de la Paz, congregaba una multitud selecta de familiares, antiguos compañeros y amigos del neo misacantaNo. Presidían el Excmo. Sr. Obispo, las Honorables Autoridades civiles y militares, el clero de la ciudad, al que se unían los RR.PP Rector del Externado San José, Antonio Conte, Jesús Esnaola y Narciso Irala.
Quien nos hubiera dicho que el pintoresco relato del Evangelio que se cantaba en aquella primera misa iba a recobrar tanta vida y actualidad en nuestro templo colonial. En efecto San Miguel se hacía presente allí como una nueva Caná de Galilea en el festín de unas místicas bodas…y era para el jesuita migueleño el más bello rincón de la tierra con ese mundo de emociones en que se sienten arrullos de cuna, recuerdos de infancia juguetona, flores de juventud… Y como en Caná también la Madre de Jesús estaba llenando con la luz insustituible de aquellas miradas tan propias de la Virgen de la Paz, la ausencia de otros ojos los de la dichosa migueleña que en el cielo saborea hoy la felicidad de ser madre de un sacerdote. Acaso todo ese tropel de emociones produjeron aquellas lágrimas del P. Queco e inspiración aquella elevación de la hostia y el cáliz tan prolongada que parecía como si quisiera eternizar el momento celestial. Acaso eran también esas las emociones de aquellas lágrimas que con el beso piadoso rodaron sobre las manos ungidas al desfilar, después de misa, ante el sacerdote migueleño, sus pacientes, sus amigos, sus compañeros de antaño, para sentir la realidad de aquel pensamiento de San Pablo: «el sacerdote es un hombre entresacado de los hombres y constituido a favor de los hombres en aquellas cosas que miran a Dios». Y de verdad, qué cerca está de nuestro cariño este sacerdote al que podemos llamar migueleño, uno de nuestros hombres…pero qué alto está nuestra veneración este migueleño al que una vocación divina ha llevado a cumbres solo accesibles al amor y al poder de aquel Dios con quien celebra el místico e indestructible desposorio de su carácter sacerdotal permaneced en mí y yo en vosotros.»
La sociedad católica, representada de especialmente por las Señoras. Merceditas de Rodríguez, Mortila de Calderón, Mila de Rosales, Fina v. de Joya, Leonor v. de Villacorta, Angelita Becci y las Señoritas. Yita Rodríguez, Mina y Elsy Calderón sirvió el almuerzo, el Palacio Episcopal, el P. Queco rodeado del Excmo. Sr. Obispo, las Autoridades locales, los sacerdotes y Hermanos Maristas.
Monseñor Plantier ofreció, a la hora del brindis, una simpática «colección de acuarelas» al festejado, a quien recordó la nobleza de su árbol genealógico y las proverbiales travesuras de aquel «manojo de nervios» que puesto al servicio de Dios llamó «el Mateo migueleño del siglo XX». Otro migueleño de corazón el P. Conte con su chispeante e inagotable buen humor, hizo viejos recuerdos de aquella exquisita familia Letona de la que el P. Queco era un glorioso vástago «tan inteligente…tan simpático…tan…chulo».
El P. Peccorini visiblemente conmovido, agradeció el agasajo con el fuego de un auténtico jesuita que lleva en el alma un solo ideal: Jesucristo!
Con otro acto social por la noche en el patrio de honor del Instituto Católico de Oriente se clausuró esta inolvidable jornada de fe y cariño. También patrocinó la sociedad migueleña, representada por Doña Alivia v. de Peccorini, las Señoritas. Ester Cerritos, Eva y Aurora Asturias, Doris Oseguera y demás personas que integran la obra de las vocaciones y la A.C.
«Hace veinticinco años más o menos y precisamente este amado Instituto Católico de Oriente, sintió correr sobre ese patio, por esos corredores, con la alegría, las travesuras y la inquietud característica de la niñez, a un rubio pequeñuelo que esta noche, transformado en un digno jesuita, es motivo para que la sociedad migueleña, se reúna aquí mismo para ofrecerle en un gesto tan noble y tan leal, como debe ser todo lo que de San Miguel nazca; el cariño y la admiración de esta tierra que lo vio nacer»…Así inició las serenas e impecables frases Doña Mila de Rosales organizadora del programa de este acto al saludar al P. Peccorini en nombre de la sociedad migueleña.
Ofrecieron artísticas selecciones de piano Doña Angelita Becci y la Señorita. Carmen Elisa Zaldivar; Monchito y Gloria Giralt deshojaron la inspiración de dos poemas, uno original de Doña Abigail para el P. Queco. Y con palabras vibrantes el Br. Carlos Urquilla entregó al nuevo sacerdote el cáliz de oro que la sociedad migueleña le obsequia «para que le recuerde la primera misa de su ciudad natal y la estima que esta sociedad le guarda».
«Me habéis abrumado con tanta atención», dijo para agradecer el P. Peccorini Letona, quien aceptaba aquel homenaje y aquel cáliz como un estímulo para elevar la víctima sagrada de su sacerdocio todos los días implorando para la querida ciudad la dicha que a él le había deparado la Virgen de la Paz: encontrarse con Jesús y vivir plenamente de sus ideales.
Y así, la primera misa de nuestro querido jesuita, vástado estimado de la aristocracia migueleña, hizo sentir, sobre la materia y el indeferentismo, que hay valores superiores y que quienes conjugan esos valores y sirven esos ideales, son inmensamente más dichosos, más aristócratas, más grandes!.
O.A.R.