Pueblo devoto de la Pasión.
Cuando el campanario colonial de San Francisco Pama con su melancólico toque de Vía crucis bajo la tristeza del crepúsculo de los viernes de cuaresma, una inmensidad de miradas se encuentra con la lánguida mirada del Nazareno que arrastra esa muchedumbre compasiva por la calle de amargura. Adelante, interminables filas de mujeres; atrás, nutrido pelotón de hombres; y frotando en el centro de las andas primorosas cubiertos de flores frescas que obsequia y arregla Doña Rebequita de Prurena con la colaboración de la Señorita. Susana Castillo.
Es admirable la piedad con que se reza; casi toda la gente cae de rodillas en cada estación. La plaza del calvario hormigueaba de almas que rumoran el clásico saludo: «Adorémoste Cristo y te bendecimos…»
Un vía crucis de estos sería suficiente testimonio de la devoción de los migueleños por la pasión del Señor.
Hora de reflexión
Así se ha ido acercando la semana santa migueleña. Y en sus primeros días se invita a los fieles a reflexionar en el triduo de conferencias las verdades eternas del hombre caído y rescatado por la misericordia del Redentor. Y bajo los acentos del perdón oh Dios mío… un cordón de besos van estampándose en las llagas del Crucifijo.
Fe eucarística
Manos piadosas artistas levantan en cada templo el «monumento de fe eucarística. En catedral las asociaciones piadosas bajo la experta dirección de Doña Carmencita de Soto, abre un delicado pórtico de azucenas a la urna; en San Francisco la Madre Luz, las misioneras y las asociaciones rodean de aristocrática gracias al Sacramento; en la Parroquia Central la Guardia del Santísimo le ofrece alas de ángeles; en el Hospital Sor Superior una corona imperial, y el Calvario se adorna con la gracia que saben dar la Señorita. Carmen Balmaceda y Doña Carmen de Panameño.
La albura de los altares al amanecer el jueves semejan la mesa del cenáculo y más cuando la liturgia recuerda: «con gran deseo he querido comer esta pascual con vosotros»…y ese «vosotros» no son solo los doce…sino los centenares de almas que desfilan por el comulgatorio.
En catedral la ánfora rebosantes de óleo y perfumada de bálsamo eran precioso símbolo de la redención que durante el año se ha de distribuir a las almas en los santos sacramentos.
Después, lámparas, flores y almas hacen guardia de honor día y noche al divino Prisionero del monumento cuyas llaves portan en catedral Carlos García Prieto, en San Francisco Don Joaquín E. Cárdenas, en Santo Domingo Don Oscar Hirleman, en la Medalla Milagrosa Don Julián Montoya en el Calvario Don Ramón Cañas Devián. Y un rumor de plegarias circulan por las calles en la interminables «visitas de monumentos»
Respeto al Dios que muere
Los altares desnudos…y un ambiente de tristeza en el cielo y en las almas hacen pensar en un oficio fúnebre universal. Es viernes santo. Ante el cadáver sangriento de Jesús pasan las interminables filas de los adoradores para estamparle un beso como respuesta a doliente lamento de aquellos labios moribundos que interpreta el coro: «Duelo mío, qué te he hecho…? En qué te he contristado…? respóndeme»
La liturgia del altar se vuelva en la liturgia del pueblo…La plaza de San Francisco es un mar de gente que comienza a encauzarse por las ásperas calles del calvario bajo el calcinante sol de las once. Allí está todo San Miguel rodeando al Nazareno como para decirle, no con el odio de la turba decidía sino con la fe agradecida del pueblo redimido: «caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos…» Lenta, lúgubre se mueve aquella masa incontable sobre la que parecen florar como una gigantesca cesta de flores las andas del Nazareno que parece más triste.
Al regresar el vía crucis se dirige a catedral. Tras el portón se destaca ya sobre un fondo de rígido luto el crucificado, ese precioso milagro de la escultura, poema del dolor divino tallado en cedro. La gente lo mira…lo mira y lo llora…oh divino Mártir de veinte siglos, cómo te has entrado en el alma de nuestro pueblo!.
La catedral rebosa a la hora del «descendimiento» y con qué actualidad llega a nuestra gente de hoy el mensaje eterno de las «siete palabras», padre perdónalos…estarás conmigo el paraíso…he ahí a tu madre…
El Espíritu de José de Arimatea alienta todavía la piedad de San Miguel. Hombres y mujeres sienten la necesidad de identificarse con la común familia doliente…Pero se distinguieron Doña Araceli v. de Paz y Doña Berta de Barrera. Doña Araceli exhibió también este año su gusto señoril engalanando la urna del santo entierro con una profusa hojarasca de oro. La rica urna este año flotaba más esbelta que nunca sobre aquel piélago humano, gracias a la peana que bordó en maderas finas en el taller de Don Raúl Ramírez, patrocinado por Doña Berta de Barrera.
Con la oración del huero, arreglo del artista Don José I. Soto y la Virgen de la soledad con Jesús en los brazos, Doña Araceli revistió el santo entierro de este año, con un esplendor inusitado.
Ordenes
Sábado Santo. En el altar de la Reina de la Paz el seminario fructifica y se pronuncia ya la gloria de la Resurrección. El Sr. Obispo confiere el Diácono a los seminaristas Daniel Álvarez, Francisco Claros y Miguel Montecitos; da las dos últimas órdenes menores a los alumnos Pablo Castillo y Carlos Ayala; y la sagrada Tonsura a los seminaristas René Rivera, Rafael Benavides y Simón Lazo.
La noche sacratísima
La edad de oto de la liturgia vuelve a brillar en la vigilia pascual de San Miguel. El pueblo siente la necesidad de esperar en el templo la hora histórica de aquella alborada que se ilumino con la primera mirada del Resucitado. Y fulgores de aquella mirada parecía en la mitad de la noche la apacible luz del cirio pascual, sobre todo cuando al cantar «lumen Cristo» un contagio de luces convirtió en brillante piélago la inmensa concurrencia de catedral. Aquel mar parpadeante de fuego parecía una adhesión de la tierra al regocijo pascual del cielo: «exulte ya la angélica turba de los cielos…Con la nueva luz en las manos, los fieles recordaron el día en que se les entregó el cirio del bautismo renovaron la sagrada promesa en emocionante diálogo con el celebrante: «Renunciáis a Satanás, a sus pompas…Renunciamos! Creéis en Dios…? Creemos!»
«Gloria in excelsis Deo»… vibró como el primer acorde de una marcha triunfal continuaron el campanario y el órgaNo. Una piadosa procesión en torno del parque Guzmán con el divino Resucitado coronó la clásica vigilia de la Resurrección.
El Divino Triunfador
El domingo amanece como el despuntar de una primavera espiritual. Los «aleluyas» de anoche se extienden por todos los templos donde las comuniones siguen prodigándose… hasta que llega la hora de la pontificial en que la catedral presenta al Divino Triunfador la alegría de San Miguel allí presente.
Y para clausurar esta semana de fe y de piedad en catedral se cantas las Vísperas de la Resurrección y se ordena una piadosa procesión eucarística hacia la Parroquia Central. Aquel desfile parecía bella imagen de la Iglesia en su paso por la historia; con sus pies en el suelo; con su corazón y su mente anegados en la majestad de Dios y en la esperanza del Resucitado.
Colaboración y ausencias
Una buena semana santa es una celebración católico-social que pide la colaboración y la presencia de todos los católicos. Con gratitud dejamos constancia de la valiosa ayuda que a la de San Miguel prestaron las autoridades, especialmente el Regimiento por los servicios de la banda, y la Policía por el celo del orden. Los Hermanos Maristas y las Hermanas Josefinas son por tradición un brazo fuerte de culto catedrático. Las personas que integran las diversas asociaciones piadosas o que decididamente ayuda a estas máximas celebraciones merecen un aplauso de gratitud.
Todos éstos y la nutrida presencia de quienes todavía comprenden que el puesto mejor de un buen cristiano en semana santa está a la sombra de sus templos, hace pensar por contrastes en esa otra gente que, al desertar de esta presencia católico-social, hace un gran mal a su propia alma: dejar un año de su vida cristiana vacío de los saludables recuerdos de la Redención.
O.A.R.