Conceptos de la oración pronunciada en la misa
de campaña de Jucuapa el 6 de mayo último.-
O.A.R.
Misericordia Dominiquia non sumus consumpli. Es una misericordia del Señor el no haber perecido por completo. (De las Lamentaciones de Jeremías 3,22)
Parecen escritas para el dolor de esta ciudad en ruinas las lamentaciones de Jeremías el Profeta sufrido.
Un escenario como éste debió agobiar el alma de aquel hombre de Dios. Sentado sobre los escombros de Jerusalén deshecha por sus enemigos, vio partir hacia el destierro a todos sus paisanos. Y en aquella inmensa soledad, se siente huérfano de pueblo y fue entonces cuando vibró en sus labios trémulos este grito desgarrador.
«Oh…cómo ha quedado solitaria la ciudad tan populosa…como una viuda desamparada, inconsolable llora toda la noche, hilo a hilo corres las lágrimas por sus mejillas…Enlutados están todos los caminos de Sión porque ya no hay quien vaya a sus solemnidades; destruidas están todas sus puertas…todo su pueblo está gimiendo y anda en busca de pan…Oh vosotros los que pasáis por este camino, atended y considerad si hay dolor como el dolor mío… El Señor ha destruido cuanto había de hermoso en la ciudad…ha reducido a polvo y a escombros todo su señorío…sepultadas quedas las puertas entre las ruinas; y las piedras del santuario están dispersas por los ámbitos de todas las plazas.
Jerusalén había perdido todo su esplendor, y la felicidad de sus gentes había huido por completo. Ya no se decía el Profeta, la paz de los ancianos sentados en sus puertas a la luz de los crepúsculos…ya no se ve la alegría de los jóvenes…y hasta sobre los niños pesa una preocupación de angustia: buscaron quien les diera pan, y no había…
Pero el Profeta de las lamentaciones no llora como lloran los pesimistas, los desesperados, el dolor de la Biblia siempre está iluminado con los rayos confortables de la fe y de la esperanza.
Y así, católicos de Jucuapa mártir, con ese lenguaje sublime de la fe y de la esperanza es como yo quisiera interpretar el significado de este doliente aniversario.
Porque después de aquellos gemidos en que parece escucharse el dolor de toda una raza humillada, imagino yo al Profeta enjugando entre sollozos una lágrima ardiente para detenerse a reflexionar en la causa profunda de las ruinas de su pueblo para volar después en alas del optimismo.
Dirijamos como él, en la búsqueda de esas causas y de ese optimismo, una mirada a los hombres y una mirada a Dios.
1.- Mirando a los hombres
1.- Ante todo una mirada a nosotros mismos. La amarga realidad que Jeremías expresó así ante la ruinosa: «Nosotros nos portamos inicuamente, Señor, y provocamos tu enojo; por eso les has mostrado tan inexorable» «justo eres Señor», pues rebeldes contra tus órdenes te irritamos (Lament 3.41; 1 18)
Es ley inexorable de la historia que por los pecados de los hombres descargan los azotes de Dios; y que en todo dolor de la humanidad, se pueden decir lo del poeta: «temblad, humanos; todos en él vuestras de su dolor acusa de causante de la ruina de Jerusalén: «te vaticinaron cosas falsas y necias, y no manifestaron tus maldades para moverte a penitencia» (2.14)
Pero es que no debe olvidarse que cuando Dios abate, no lo hace como verdugo que se complace en el dolor de su víctima, sino como padre que cumple el doloroso deber de azotar las carnes queridas para enderezar los caminos torcidos. Y en efecto, a través de aquella voz horrísona de la catástrofe inolvidable, sonaba el acento amoroso de Dios que llamó a penitencia y cuántos que ya la seguían han sentido ya una vida mejor: cuantos que vivían alejados los buscaron, y la necesidad de unirse más a él. Todos aprendimos en la tremenda lección de una ciudad que se cayó con todos sus encantos en pleno mes de las flores, que «sólo Dios no muere», que no tenemos aquí ciudad permanente, que no es la tierra para embriagarse en el placer; que se impone una vida más austera, menos materialista, más alimentada con las dulces esperanzas de la inmoralidad.
2.- Una mirada a los buenos…A caso como vería el Profeta de las lamentaciones desfilar la triste caravana de los desterrados; no todos eran malos. En cuántos corazones pesaba la rica herencia de la esperanza de los mayores. Cuántos besarían con respeto la mano de Dios que castigaba. Y allá en la lejanía, cuántas almas buenas darían pan y consuelo a sus paisanos desterrados.
También la fe de Jucuapa estuvo a la altura de su dolor en aquellas jornadas inolvidables; os confieso que mi fe de sacerdote aprendió mucho de los humildes labios que di morder el dolor sin muecas de desesperación, sino con la serenidad augusta de aquel «hágase la voluntad de Dios» expresada de mil maneras.
Vosotros, queridos damnificados, no fuisteis solo objeto de caridad, sino que habéis sido también bienhechores: habéis dado una cosa que vale más que todo el oro del mundo: la silenciosa dádiva de vuestro buen ejemplo. Aquel alto ejemplo de resignación cristiana es una de las más bellas páginas de la historia de Jucuapa; y los que la leímos no olvidaremos nunca la eficiencia de la Religión católica para las horas de heroísmo.
Y en esta mirada de gratitud hacia los buenos, cómo vamos a olvidar aquella admirable fraternidad de pueblo, aquella multitud de manos pródigas que se tendieron repletas de caridad para darnos con prontitud y con delicadeza cristiana? Con la prontitud que exigía la urgencia de aquella hora en que rezagar la ayuda fue hacerse dos veces criminal; y con delicadeza del Evangelio que oculta a una mano lo que hace la otra; cómo agradecemos esta dádiva que no humilla y cómo contrasta con esa otra de bombos y platillos que ya fustigó el Divino Maestro al condenar al que da solo por afán de aplauso y propaganda…Una mirada a los malos. A los que sobre el campo que desbastó la desgracia y regaron nuestras lágrimas, soltaron como bandada de buitres sus pasiones ruines: principalmente del latrocinio…y de los merodeos políticos…
Y siento la necesidad de volver esta página negra porque sé que hay muchos corazones amargados por tantas injusticias impunes, y porque en la solemnidad de este aniversario, quiero llevar a todos la divina invitación que nos hace ese Cristo con sus brazos generosamente abiertos: perdonadlos…porque no saben lo que hacen!
No saben que sobre ellos pesa la amenaza terrible de aquel Dios justiciero que defiende a la viuda y al huérfano y a todo el que sufre.
Jeremías llorando la reina de su pueblo reconoce que los que desviaron la ciudad son instrumentos de Dios, pero que a su vez recibirán su castigo…tú los perseguirán con saña y los exterminarás debajo de los cielos!» (3.64)
Cuando ni los más altos tribunales de las tierras son capaces de hacer justicia, al hombre de fe siempre le quedan una apelación: el tribunal de Dios. Y cuando hasta los llamados a ser el apoyo de los pueblos fallaren en su auxilio, el hombre de fe cuenta con un amparo generoso desinteresado, eficaz: la Providencia de Dios cuyo gobierno nunca falla.
2.- Mirando a Dios
De este fondo humano en que hay mucho de bueno y mucho de malo, levantemos con el Profeta una mirada de esperanza y optimismo al cielo, al Dios de nuestro consuelo.
Que los geólogos y científicos investiguen la causa próxima del temblor que nos destruyó, cumplen el deber de la ciencia…Pero la ciencia sin la fe es miope. Solo la fe nos hacer ver en Dios la causa primera de todos los acontecimientos. En la mano del Creador están todas las fuerzas del universo para regir los hombres y los pueblos.
Y no para reprocharle sino la confianza de los hijos, encarémonos con el Señor para preguntarle con el Profeta de la lamentaciones: «Tu permanecerás, Señor eternamente; tu solio subsistirá en todas las generaciones venideras. Por qué pues, para siempre te has de olvidar de nosotros? Hasta cuándo nos tendrás abandonados?…Renueva Señor, nuestros día felices. (5, 19)
Si, mártires de la catástrofe, volverán los días felices. Sursum cordal Arriba los Corazones. Queridos hijos de Jucuapa y de todos los pueblos golpeados por la mano de Dios; largo ha sido el camino del dolor: sin casa y talvez sin pan, ya lleva un año caminando la doliente caravana por los senderos de la vida.
Por en medio de todo: misericordia Domini quia nos sumus consumpti. Es una misericordia de Dios el no haber parecido por completo; porque jamás nos han faltado sus piedades. El despuntar de cada aurora es una nueva caricia de la vida que nos ha conservado Dios: «grande es la fidelidad del Señor (3,22)
Arriba los corazones! No pareció bajo los escombros toda la vida. Aquí estáis en inmensa muchedumbre de pié, afirmando con vuestra valiente presencia que nunca el dolor agobió al hombre de fe; que la fe es robusta, fecunda, capaz de hacer surgir la vida hasta de las mismas cenizas.
Arriba los corazones. Hemos llorado hoy en este funeral de aniversario la triste suerte de nuestros muertos. De nuestros queridos muertos a quienes talvez ni pudimos sepultar. Pero se nos ha recordado hoy también la verdad consoladora de que ni la muerte doblega el optimismo de la fe: porqué a tus fieles Señor, la vida no se les quita sino que se les cambia…Y a cambio de una casa que se destruyó, tú les preparas en el cielo una habitación inmortal (Prefacio).
Elévese, llena de fe, desde los escombros de esta ciudad mártir, la plegaria que se elevó un día desde las ruinas de Jerusalén, la ciudad de Dios. Acuérdate, Señor, de lo que nos ha sucedido; mira y considera nuestro abatimiento…Señor, renueva nuestros días felices…
Y a nuestros muertos, Señor de la vida, dadles el eterno descanso y que la luz perpetua brille sobre ellos. Amén.
Jucuapa, 6 de Mayo de 1952