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No.1944 Pág. 1 – LA PASCUAL DE LA VIRGEN

Sale la Reina. Tarde del 17 de noviembre San Miguel ya arde en ascuas de alegría, esperando la fiesta que ya llega. Y como si la fiesta se personificara en aquella imagen de mirada celestial y sonrisa de primavera. San Miguel entero, representado por las autoridades civiles y militares y peregrinos, se apiña frente al portón de la Iglesia de San Francisco para salir a la Reina…

En primorosas andas que le arreglaron sus fieles camareras las Señoritas. Carmen Balmaceda y Doña Angélica de Mena, posa la Virgen en hombros de soldados. La blanca visión de paz se destaca sobre el mando de terciopelo rojo que le obsequiaron los niños Cristóbal e Issa Giralt, el vestido blanco también es un estreno que le obsequió la Señora Lupita Aguilar.
Tambores y Clarines, dos bandas de regimiento y un murmullo de plegarias y alabados marcan el paso triunfal de esta Reina y de este ejército de la paz. Frente a catedral San Miguel reciba a su Reina como para recordar aquel día de Noviembre perdido en la lejanía de nuestra historia, cuando en ese mismo sitio afloró a la vida de San Miguel, con el encuentro de esta bella imagen colonial, la alegría de las fiestas novembrinas.
El sitial de honor. Pero esta Reina tan frenéticamente aplaudida y centro de una fiesta, es una Reina sin palacio y sin trono…El duro contraste conmovió el alma de las Señoras Doña Abigail de Gibralt, Doña Emma de Rodríguez, Doña Elvira de Segovia, Doña Lety de Hernández, Doña Elízabeth de García Prieto, y otras varias matronas migueleñas a quienes vimos preocupados por cubrir los desmantelados muros y los toscos andamios del presbítero de catedral con el artístico sitial que destacaba en un gigantesco telón decorado con nubes, y entre elegantes cortinajes, un rico óvalo profusamente iluminado en que fue colocada la imagen de la Reina para presidir la romería.
Al felicitar a las señoras de nuestra sociedad por este gesto de piedad se nos ocurre fácil suponer que en su amor a la Virgen no se contentarán con regalarle un trono de papel y fantasía, sino que pondrán sus capacidades económicas al servicio de su piedad para ayudar a la Primera Matrona de San Miguel su santual y su altar…
Los romeros. Frente a este Tabor de la Virgen levantado en catedral comenzó aquella tarde a desfilar la interminable procesión de romeros migueleños y peregrinos, todos nos sentimos en estos días romeros de la Virgen de la Paz. Caballeros y damas de la primera sociedad, obreros y campesinos, ancianos y jóvenes y niños…iban todos con el cariño de los hijos en el cumpleaños de la madre a dejarle una plegaria, una lágrima, una ilusión, una flor, una vela….
Se destacó la vista del gremio de empleados con su homenaje floral que con elegante palabra supo interpretar Don Nicolás Cornejo. Y en el libro de autógrafos se recogieron incontables firmas de distinguidos visitantes dejando a veces sentidos pensamientos de cariño a la Reina.
Reina del Clero. El P. Ladislao Rosales celebró el 20 la misa de acción de gracias por sus 50 años de sacerdocio. Asistió el Excmo. Sr. Obispo y el clero: le sirvieron de ministro y predicador los nuevos sacerdotes. Era el eterno sacerdocio de Cristo pasando de generación en generación bajo la protección de la Santísima Virgen. De esta larga trayectoria de signos y de esa meritoria corona de 50 años sacerdotales bajo el mando de la Patrona de la Diócesis habló elocuentemente el P. Montesinos. La Acción Católica, ofrecía al anciano festejado y a la Virgen del Clero un precioso buquel de 50 primeras comuniones.
Horas de eucaristía. Mientras el mundo la tronaba afuera con alegrías dudosas, la catedral, en la noche del 20, rebosaba de fieles que buscaban la felicidad de la fiesta junto al altar donde brillaba entre cirios y azucenas el sol de la eucaristía. Las horas santas transcurrieron interesantes. Cuatro nuevos sacerdotes despetalizaban las primicias de su elocuencia sagrada para invitar al gran festín de las almas. Mientras los confesionarios recogían la abundante cosecha. Y en la mitad de la noche la catedral semejaba un piélago de luz en que frotaba la hostia y el cáliz la misa de comunión.
Despierta, Madre, despierta…Fresca madrugada del 21. Mientras el cielo desabrocha sus celajes, una primorosa alborada musical toca con mano de seda la puerta de catedral. Y como si una madre saliera al encuentro de sus hijos mañaneros, la Virgen de la Paz, bajada de su sitial estaba entre el pueblo, luciendo sus mejores galas y su rica corona pontificia.
La Pontificial. Un interminable desfilar de comuniones, un perseverante murmullo de plegarias y cánticos llenaba la catedral toda la mañana, hasta que el «trueno de oro» del órgano sobrecoge la inmensa muchedumbre que se vuelve atenta al imponente rito pontifical iniciado ya por Monseñor Machado, el dichoso obispo de l a Reina. El Clero, las Autoridades Civiles y Militares, el Comité de festejos, distinguidos peregrinos de diversas ciudades de la república, un inmenso público llena hasta en sus últimos rincones el amplio recinto. La polifonía de la misa del Santísimo de Rebera llena de majestad al ambiente. Se necesita la brillante moción de un orador migueleño para interpretar el alma de aquella solemnidad. Fue el primer jesuita migueleño el R.P. Francisco Peccorini quien fiel heredero de San Ignacio, puso ribetes de fuego y batalla al hablar de la Reina del mundo como capitana de la Paz, pero de una paz que supone una batalla sin cuartel contra los enemigos de Dios.
En un carro imperial. Al servicio de esa Reina del mundo el Pbro. Humberto Rodas, patrocinado por Doña Paquita de González y Doña Berta de Barrera puso sus exquisitas habilidades de artista, y no encontrando él la pequeñez humana un símbolo imperial, encontró en el león, rey de la selva, y en el águila, la reina de las alturas, dos precios: emblemas de la realiza, dos leones para tirar el carro de oro, y un águila que en su afán de elevación parecía traer del cielo una constelación de astros para tejer la aureola de la Princesa.
Y cuando la tarde moría, la imponente procesión de la Reina más parecía una inmensa calle de luces que se confundía con las estrellas, sobre la cual rodaba la mejor carroza de las fiestas novembrinas. La Reina iba vestida con gracia señoril con dos elegantes estrenos; un vestido que le obsequió Doña Mari Prunera de Álvarez y un manto de lamé amarillo regalo de Doña Eugenia v. de Lahud y familia. También estrenó otro manto amarillo de terciopelo que le ofrendó la familia Kuri de San Salvador.
La Pascua de la Virgen. Las fiestas novembrinas van conquistando admirables derroteros por los campos del comercio, del arte, de la industria, de la cultura; aspectos todas de gran interés. Pero en medio de esa variedad creciente, siempre se erguirá como el alma de los festejos, como el sol de esta primavera de alegría, como el centro insustituible de peregrinos y huéspedes y turistas, la que dio origen a las fiestas: LA REINA.
Las fiestas novembrinas son ante todo: LA PASCUA DE LA VIRGEN.

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