La Montaña de SINAB representa la moral católica, firme, estable, eterna, como su divino legislador. Diez cortas frases, escritas antes en el corazón del hombre, entregó Dios a Moisés en aquella montaña escrita en la simbólica macicez de la piedra.
La moral laica pretende hacer feliz al hombre libertándolos de la eterna legislación dándole rienda suelta a sus caprichos. La moral laica, por no aceptar la seria legislación de un Dios único y verdadero, pretende dar al hombre el derecho de fabricarse cada cual su dios y su moral. Y la consecuencia ha sido muy distinta de la felicidad y libertad que pretende: al sacudir el yugo del decálogo no ha logrado más que doblegar su cerviz ante una infinidad de dioses que lejos de elevar y hacer feliz al hombre moderno lo han esclavizado, lo han rebajado, le han dado por herencia esta vida llena de inquietudes.
Vuelvo a decir a mis amables radioyentes que solo un sincero retorno al Decálogo podrá hacer feliz a la sociedad moderna y al individuo moderNo.
1.- El decálogo es felicidad de la sociedad.
Voy a probarlo por un argumento negativo. Sería imposible una sociedad feliz sin el cumplimiento del decálogo. De hecho la desdicha de nuestros días lo está probando. Pero finjamos, como lo hace Monseñor Tihamer Toht, el panorama de una sociedad que rompe definitivamente con el decálogo: suponed que la sociedad renuncia al primer mandamiento, que sucedería? Por no reconocer al único Dios verdadero ni prestarle reverencia y amor, cada hombre entonces se fabricaría un dios a su gusto y volveríamos al paganismo de Roma con sus 30 mil dioses, o tendríamos una sociedad que se embrutece, porque es más que un pájaro viva sin aire y un pez sin agua, que un alma se conserve noble sin Dios.
Suponed que esta sociedad renuncia un día al segundo y al cuarto mandamiento que obligan al respeto del nombre de Dios y de la autoridad. Qué sucedería de una sociedad donde no se reconoce la autoridad divina ni la autoridad humana? En vez de una sociedad civilizada, tendríamos una manada humana denominada por el látigo de los tiranos.
El tercer mandamiento prescribe el culto y el descanso dominical. Suponed una sociedad sin esa ley tan llena de sabiduría. Tendríamos más trabajo, más sirenas de fábricas traqueteantes en vez de las campanas llamado a misa. Seríamos entonces más felices? No es necesario buscar mucho la respuesta. Vivimos una época de técnicas, de máquinas, de trabajo incesante, pero también es verdad que corre paralela una época de desesperación, de odio del trabajador y del patrón, de esclavitud aplastante. Hay médicos y expertos en Economía que pregonan el beneficio del descanso dominical y aplauden la doctrina de la Iglesia que manda la ley del trabajo aun al hombre más rico, pero también manda la ley del descanso aun al hombre más pobre. Y como también orea el espíritu celebrar el domingo con un acto de culto y, por lo menos en esos momentos santos de la misa, elevar un poco el alma humana, agotada en la lucha de cada día!
Imaginémonos también la suspensión del quinto mandamiento que manda el respeto a la vida: Quién podrá salir tranquilo a la calle…? Abundaría el suicidio…tendríamos más tumbas que cunas…
Suponed una sociedad que borra de su legislación es el sexto y nono mandamiento que defiende la santidad de la vida conyugal. Pregonad en cambio el amor libre. Tendríamos entonces no hombre civilizados sino una piara de cerdos humanos revolcándose en el lodo…o cadáveres ambulantes con espaldas encorvada por el vicio y rostro demacrados por la pasión…sangre podrida…
Suponed finalmente que la sociedad rompe completamente con el octavo mandamiento, defensor de la verdad; y el consorcio de la humanidad sería imposible: el esposo no se fiaría de su esposa, la madre desconfiaría del hijo, no habría base para los convenios de los hombres.
Qué falsa sería una sociedad fundada en la mentira.
«Así pues, es el honor de la palabra dada, el respeto de las leyes, la estima de los superiores, el amor al trabajo, la felicidad de las familias y el bienestar de las naciones siguen la suerte del Decálogo. La sociedad florece cuando se cumple la ley de Dios…La sociedad decae cuando se quebranta el decálogo».
Pero no solo la sociedad necesita del decálogo para ser feliz…también.
2.- El decálogo es felicidad del individuo.
¿Quién habrá entre nosotros, que no haya sentido alguna vez momentos de abatimiento y debilidad en que para obrar el bien o huir del mal, no se hallan fuerza más que pensando en un Dios justiciero que premia y castiga? Y aunque la verdadera justicia no se hace en esta vida terrena sino después de la muerte, porque el hombre está hecho para la eternidad, también es cierto que Dios estimula aun en esta vida el cumplimiento del bien con la satisfacción de una conciencia tranquila.
Ni tampoco se puede negar que a cada momento nos encontramos con casos en que hay una evidente conexión entre las leyes divinas y una vida humana feliz.
Se cuenta, por ejemplo, que en la guerra franco-prusiana estaba herido el príncipe Antal de Eszterhazy y suplicó a un soldado enemigo que lo ultima de un balazo. El prusiano se acordó del quinto mandamiento y en vez de matarlo, lo cargó sobre sus espaldas y les salvó la vida. En recompensa el príncipe le regaló su reloj…Mucho tiempo después a las puertas del príncipe un desconocido buscaba trabajo…Con qué gratitud el príncipe Eszterhazy al reconocer su reloj en el bolsillo de aquel hombre identificó a su antiguo salvador y lo protegió abundantemente. También en esta vida Dios premia al individuo el cumplimiento del Decálogo. Quién no ha sentido por lo menos la paz y el gozo que llenan al alma cuando vencen la tentación y se permanece fiel a la ley de Dios? En cambio qué agudos remordimientos atormentan al que tiene la desgracia de quebrantar la ley de Dios. Y así el decálogo es termómetro que marca la felicidad del individuo, según lo proclama el salmo 111: «bienaventurado el hombre que teme al Señor; y que toda la voluntad pone en cumplir sus mandamientos».
Una conclusión sencilla se impone. Queremos ser felices contribuir a la felicidad de la sociedad? No sigamos los caprichos de una moral sin Dios… (Cumplamos los 10 mandamientos de la moral católica.
O.A.R.