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No.2024. Pág. 1 – EL PRIMER MANDAMIENTO Y LA SUPERSTICIÓN

O.A.R.
El primer mandamiento define una nota peculiar del hombre: la religiosidad. Religiosidad que nos inclina a reconocer el supremo dominio de Dios: «Yo soy el Señor Dios tuyo…no tendrás otros dioses delante de mí».
La misma naturaleza, nuestra misma debilidad son argumentos de este deber: de recurrir al que todo lo puede.
El hombre tiene que expresar ese sentimiento de religiosidad. O lo ordena por el legítimo cauce al primer mandamiento, adorando al verdadero Dios, o deberá escapársele esa fuerza espiritual por los cauces anormales de la superstición. Por huir de la verdadera fe y confianza en Dios, los incrédulos han caído muchas veces en ridículas credulidades, de modo que está bien definida esta raza de incrédulos: «la crédula raza de los incrédulos».
La superstición consiste en procurar un efecto por medios improporcionados, invocando por lo menos implícitamente a la criatura como si fuera Dios.
Se puede catalogar la superstición en varias especies. Las principales son: vana observancia, magia, divinación, maleficio.
a) La vana observancia atribuye virtud infalible a ciertas prácticas para obtener efecto, por ejemplo que cierta oración es infalible para curar un dolor de muelas.
b) Magia es el arte de hacer fenómenos extraordinarios. Hay una magia blanca que no es más que prestidigitación y esta no supera las fuerzas naturales. La llamada «magia negra» sí supera las fuerzas naturales y reconoce a veces intervención diabólica.
c) La divinación es una superstición que pretende conocer lo oculto, lo futuro. Tales eran entre los romanos los «aurúspices», que pretendían conocer la voluntad de sus dioses en las entrañas de las víctimas; los «augares» creían profetizar el porvenir por el vuelo el canto de los pájaros (parecidos a los que creen que «el indio muere cuando el tecolote canta», tales eran las «pitonisas», o mujeres oráculos. En tiempos posteriores la divinación se ha llamado «astrología», si quiere leer el porvenir en las estrellas, «quiromancia» si en las líneas de la mano, «cartomancia» si en las cartas del naipe, «necromancia» la que consulta a los muertos. Sobresalen en este último arte los modernos babilonios, como llama graciosamente el P. Heredia a los sencillos y estúpidos espiritistas.
Y podíamos seguir multiplicando este catálogo curioso que viene a probar la verdad de aquella sentencia bíblica: «el número de la gente tonta es infinito»… Y esto no solo entre los hotentotes que todavía bailan en torno del fuego, sino entre nosotros, a veces entre la llamada gente culta encontramos muchos ejemplares de ese número infinito…Por ejemplo, los que tocan madera para que no suceda alguna cosa…los que creen que casar en martes es de mal agüero…los que tiemblan ante el famoso número 13…los que esperan con un vasito de agua el espíritu de los muertos…los que van a «recoger el espíritu» de los que mueren en el campo…los que cuelgan una herradura en la puerta para que venga buena suerte…los que llevan la «magnífica» para que nos los muerdan las culebras…,etc. etc «número infinito de…»
Pero la causa de tanta tontería es una sola: no cumplir el primer mandamiento.
Todos los hombres, hasta el más incrédulo, llevamos el sentido de la religiosidad, hemos de tributar homenaje al misterio. Y esa fuerza del espíritu o se encausa por su verdadero camino proclamado en aquellas palabras «Yo soy el señor Dios tuyo…» o se desvía por miles senderos ridículos.
Que conste bien claro que la moral católica condena de pecado contra el primer mandamiento todas las formas de superstición. Y cuando esa superstición injuria gravemente al señor Dios nuestro, es un pecado moral, como en el caso de rendir culto expreso o táctico al demonio.
De manera especial ha condenado la Iglesia el «espiritismo». Y no se crea que en esto la Iglesia procede a ciegas. Sino que manda que se estudie este fenómeno por gente perita. Nada menos que un jesuita, el famoso P. Heredia, dicen que fue el mejor espiritista de su tiempo y en sus libros nos dejó al descubierto las mil patrañas de llamados «mediums»; y si hay francamente algo sorprendente en el espiritismo, la Iglesia reconoce que están en juego facultades humanas todavía exploradas y fuerzas todavía ocultas, sin que ello sea argumento de una ingenua intervención de los muertos…
Pero para la generalidad de los fieles la Iglesia ha dado severas prohibiciones (desde el 24 de Abril de 1917 por decreto del S. Oficio) porque las prácticas espiritistas quebrantan la salud del sistema nervioso y sobre todo ahora la verdadera vida religiosa.
Como en otras percherías, los espiritistas están convencidos de que sus prácticas son buenas y sanas y hasta llegan a creer que le ayudan a la Iglesia católica a propagar su creencia en las almas y en el más allá. Pero a la Iglesia no le hace nada de gracia ese argumento de tinieblas con ribetes de inmoralidad.
Al verdadero católico y a cualquier hombre serio, le basta para creer en el más allá y en la vida espiritual, la doctrina de Jesucristo y de la recta razón.
Cumplamos con sinceridad el primer mandamiento reconociendo al señor: «Yo soy el Señor Dios tuyo». Este es el río que fertiliza la felicidad y seriedad la vida. La superstición en cambio es diluvio desbastador. El primer mandamiento cultivo y eleva las fuerzas humanas de la religiosidad. La superstición las atrofia, las enfanga, las ridiculiza.
Nadie se ha hecho loco por observar el primer mandamiento. En cambio de las salas espiritistas y de otras formas supersticiosas han salido mucho para el manicomio.
Y es que el hombre es religioso por naturaleza. Entonces: o guarda el primer mandamiento adorando al verdadero Dios, o se postrará pro fuerza adorando fantasmas y ridiculeces.

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