O.A.R.
Están sonando en todo el mundo las campanas más triunfales de este glorioso año mariaNo. El 8 de diciembre próximo se va a conmemorar aquel 8 de diciembre de hace exactamente un siglo cuando bajo el lujo de la fantástica Basílica de San Pedro en Roma, el Papa Pío IX, en la cumbre del supremo e infalible magisterio de la Iglesia, pronunciaba a la faz del mundo estas históricas palabras:
Ha sido revelada por Dios y por lo tanto debe ser creída con fe firme y constante por todos los fieles, la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María, desde el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios Todopoderoso, fue preservada inmune de cualquier mancha de pecado original en vista de los méritos de Cristo Jesús, salvador del género humano».
Largos siglos de estudio en las fuentes de la Revelación divina, interesantes discusiones en los más prestigiados centros del saber, habían precedido a esta solemne definición.
Porque no se crea que el Papa «impone dogmas» por capricho, como piensan ciertos pedantillos, más bien ignorantes. Un dogma es flor bien cultivada de un profundo examen de un riguroso estudio de la Biblia y de la Tradición Apostólica. Y solo cuando consta que aquella verdad discutida se contiene en la Biblia y en la Tradición, que son las fuentes de la palabra de Dios, solo entonces el Papa define un dogma.
Un dogma pues no es la creación de una nueva verdad. Un doma solo consiste en decir que aquella verdad estaba ya contenida en el depósito de la fe. Un dogma no lo creemos porque lo dice el Papa. Un dogma lo creemos porque lo ha dicho Dios. El Papa lo único que hace es decir que podemos estar ciertos de que aquella verdad es una verdad revelada por Dios. La fe católica no se apoya entonces en la palabra de un hombre, sino en la palabra revelada del mismo Dios que no puede engañarse no engañar.
Además un dogma no se define así por antojo, por capricho.
La definición de un dogma siempre corresponde a una grave necesidad del momento. Ya sea porque ha surgido un error contra la fe y entonces se define la verdad opuesta para dar al pueblo creyente la consistencia de la fe. Ya sea que las pasiones de los hombres o el enfrentamiento del espíritu necesiten una sacudida poderosa de esas que producen las grandes verdades espirituales y eternas, entonces también se define un dogma apropiado, como medicina reactiva contra aquella enfermedad de la humanidad.
Esos dos motivos son los que dan origen a un nuevo dogma: 1.- La seguridad de que aquella verdad es revelada por Dios. 2.- La oportunidad de que tal verdad es necesario ponerla en la plena luz de la evidencia dogmática.
Tal fue el caso de la Inmaculada Concepción de la Virgen en 1854.
1.- Lo primero ya constaba, después de 19 siglos de estudios y discusión. En las palabras del Génesis donde Dios garantiza el perfecto triunfo de la Virgen sobre el pecado, se ve una clara alusión de que la Virgen no estará sometida ni un solo momento de su vida al imperio de la serpiente. En el saludo del Arcángel enviado por Dios para anunciar la encarnación, se llama a la Virgen «llena de gracia»; plenitud de gracia que excluye de la vida de la Virgen cualquier momento en pecado. También se estudió la imponente tradición de los siglos hasta remontarse a la primitiva predicación de los apóstoles: enseñanzas constantes de los doctores de la Iglesia, predicación constante de esa verdad, sobre todo la antiquísima celebración de la fiesta de la Inmaculada Concepción, eran ya argumentos contundentes de que la tradición del pueblo cristiano estaba a favor de la virgen concebida sin pecado original.
Bien pudo pues, Pío IX el 8 de diciembre de 1854, madurado ya plenamente el estudio de la Biblia y de la tradición, anunciar con solemnidad infalible al mundo entero, que podíamos estar ciertos de que la Inmaculada Concepción de la Virgen fue revelada por Dios.
2.- El segundo motivo para definir un dogma es su oportunidad. Y el mundo moderno, materialista, laico sensual….necesita una Virgen en oposición radical con el imperio del pecado, concebida sin pecado original.
Talvez el mundo no lo comprenda a primera vista, sin embargo para quien observa de cerca la vida de la Iglesia no le cabe duda de que este siglo que va desde el dogma de la Inmaculada ha visto impulsadas las almas por caminos de santidad y que al nuevo dogma aceptado en la tierra correspondió el cielo con un copioso florecimiento de vida espiritual.
Precisamente este Año Mariano en honor a la Virgen Inmaculada está siendo una prueba de la oportunidad de dicho dogma. Quienes han seguido con interés y cariño las rutas maravillosas de la iglesia católica en todas las partes del mundo durante este año mariano, han podido constatar qué poderoso impulso significa para la Iglesia y para las almas esa verdad de la Virgen Inmaculada. Cómo ha florecido la piedad, cómo han abundado las conversiones de almas, cómo se han estimulado las obras apostólicas y sociales por amor a la Virgen.