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No.2135 Pág. 1 – En la Tierra Prometida

DEL TABOR A TIBERIADES
O.A.R.

Qué tristeza tener que bajar…San Pedro debió sentir durante toda su vida la nostalgia de esta cumbre donde aprendió a conocer y a amar más a Jesús, porque ante la presencia del Transfigurado recobraron para él nuevas luces y nuevas esperanzas las promesas de posprofetas. Muchos años más tarde, cuando escribía su segunda epístola, hablaba a los primeros cristiano no solo como un creyente de los profetas sino como un testigo presencial de la gloria del Hijo de Dios: «nosotros – escribía San Pedro- presenciamos la majestad de aquel acontecimiento…y oímos la voz que bajó del cielo, cuando estábamos con El en monte Santo…»
Donde ya termina la deliciosa explanada del Tabor y comienza el declive; hay un antiquísimo oratorio llamado «del Descendentious», la palabra latina que con el Evangelio reinicia el relato de lo que sucedió después de la transfiguración, pues se cree que por allí comenzó a bajar Jesús mientras recomendaba a sus tres compañeros: «a nadie digáis nada de los ocurrido hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos».
Baja también el peregrino del siglo veinte con la emoción de aquel secreto…porque en la belleza inmortal de esta cumbre la voz que ajó del cielo hace veinte siglos sigue siendo una gracia especial que logra robustecer la fe en el Hijo de Dios: «este es mi Hijo amado en quién tengo mis complacencias: oídlo».
A la falta del Tabor otra vez pasamos por esta simpática población Daburlyeh, la bíblica Deboreth donde esperaban a Jesús los apóstoles que, sin saber lo que aquella noche había sucedido en la cumbre, salieron al encuentro un podo desilusionados porque a ellos les había pasado algo desagradable: les habían traído a una joven endemoniado para que lo librasen, y no pudieron hacerlo; Jesús entonces, que venía de una jornada de ayuno y de oración, operó el milagro y dijo a los apóstoles asombrados: » esta clase de demonios no se puede desterrar sino con el ayuno y la oración».
(Masc. 9,29) En memoria de este milagro fue construida una Iglesia hoy en ruinas, en propiedad de los franciscanos de Deburlyeh.
Estamos otra vez en la bíblica llanura de Esdrelón donde la memoria se vuelve insaciable descubridora de recuerdos sagrados con que la Biblia inmortalizó este valle. Allá, por ejemplo, donde el valle limita con el pequeño Hermón este humilde pueblecito llamado hoy Solem; es la antigua Sunem pueblo Cananeo conquistado para la tribu de Isaacar; un día allí acamparos los filisteos (1 Sam. 28,4) en vísperas de dar batalla al rey Saúl, quién al mismo tiempo en la vecina Endor oía de una pitonisa el triste presagio que fue realidad trágica en esas cumbres de Gboré (1 Sam. 28,755) donde también murió su hijo Jonatás, el íntimo amigo de David.
Esta humilde Sunem fue también cuna de Abirag (1 Reyes 1,13) y de la piadosa mujer cuyo hijo resucitó el profeta Eliseo (2 Reyes 4,8) y de la famosa Sulamita del cantar de los cantares (Cant. 7,1).
Nuevas colonias israelitas han poblado estas tierras que se afanan con éxito en fertilizar. Una de esas colonias junto al Tabor se llama Dovrat para evocar el nombre de Débora la cantora de Israel.
Empalmó nuestro camino del Tabor con la calle principal Nazareht Tiberiades y seguimos hacia el norte, para el lago de Tiberiades. Estas fértiles mieses que los israelitas modernos están volviendo a su vieja fama, recuerdan las mieses que un día sábado se balanceaban unas espigas para matar el hambre. «mira. Dice escandalizados los fariseos a Jesús- mira: tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer en sábado». Jesús reprochó aquella hipocresía y recuerda la ley de la misericordia en los juicios del prójimo: «Si supieras qué quiere decir: quiero misericordia y no sacrificios, no hubiérais condenado nunca a los inocentes» (Mat. 12,18).
La calle desciende hacia el mar. Vamos bajando a la depresión más profunda de la tierra; un letrero hacia el kilómetro 67 indica «nivel del mar» y de allí todavía hay que bajar 212 metros más. Que exacta con esta topografía es la súplica de aquel señor de Cafarnaúm (orillas de Tiberiades) que un día subió por este mismo camino porque «su hijo estaba enfermo y habiendo oído que Jesús venía de Judea a galilea, fue a encontrarlo suplicándo que bajase de Caná a Cafarnaúm a curar a su hijo… (San Juan, capt.4).
Antes, hacia el km. 60 se contempla una curiosa montaña que emerge a la izquierda a 361 metros. Es Farme Hattin, Cuernos de Hattin, llamada así porque las dos cumbres que la forman asemejan cuernos. Aquí fue la celebérrima «batalla Hattin» con la que el 4 de julio de 1187 los ejércitos de Saladito troncharon las glorias y las esperanzas del «Reino latino» que establecieron las cruzadas el 15 de julio de 1099. Es cierto que volvieron más tarde por los caminos de Oriente los cruzados de Federico Barbarroja, de Ricardo Corazón de León, de Felipe Augusto de Francia. Pero solo lograron reconquistar Acri y las playas de tierra santa.
Jerusalén en cambio fue capturada por los musulmanes del aquel triste día de la «batalla de Hattin» 20,000 cristianos perecieron y 30,000 fueron hechos prisioneros. Allá en las cumbres de Hattin un puñado de heróicos templarios y hospitalarios conjugaban los últimos esfuerzos en torno de su rey. Todo fue inútil. Las salvajes banderas de la media luna se elevaron en Hattin y en la Patria de Dios.
Pero cuando se aparta la vista de esta trágica montaña y se sigue bajando hacia el mar de Jesús, la tranquila majestad del lago comienza a aparecer como un relicario que guarda pensamientos de eternidad. Allí, en sus playas y en sus lanchas predicó Jesús que sobre el vaivén de los reinos de esta tierra, él venía a establecer un reino que no es de este mundo.

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