O.A.R.
Ningún otro rincón del mundo puede arrogarse en el honor de Cafarnaúm: ser objeto de las predilecciones de Jesús hasta el punto de que los evangelios lo llamen «su ciudad».
Siguiendo el camino que hemos descrito por la costa occidental del lago del Tiberiades, atravesamos la risueña llanura de Genesaret y el pintoresco valle de las siete fuentes (Heptapegón), desde allí hay poco más de dos kilómetros a Cafarnaúm, cinco kilómetros adelante está la desembocadura del Jordán, «Kefar Nahum», lo llaman lo hebreos «Tell-Hum» le dicen los árabes, a este sirio que el evangelio inmortalizó con el nombre de Cafarnaúm. Al tiempo de Jesús, florecía aquí el progreso. También los primeros siglos de nuestra era vieron florecer aquí tanto el cristianismo como el judaísmo. La peregrina Eteria describe en el siglo cuatro la casa de San Pedro convertida en Iglesia. Hoy en cambio la gloria de Cafarnaúm ha muerto…silencio y soledad son el ambiente de esta costa antes bulliciosa y próspera. Y para hacer más trágico el recuerdo, el principal atractivo de la visita a Cafarnaúm, es una ruina de la famosa sinagoga de Cafarnaúm. Preciosos bloques de piedra blanca templo judío muy majestuoso. Perteneció al florecimiento judío del siglo III, pero está sobre el mismo sitio en que el benévolo centurión construyó aquella primitiva sinagoga (LC. 7,5) donde Cristo predicó y prodigó sus milagros.
Mientras el sol declina sobre el lago, los ojos admiran estas piedras que hablan, porque tuvieron la dicha de conocer y oír al Redentor, y el espíritu se engolfa en la profundidad de una meditación sobre la vida de Jesús…
Fue aquí donde se dirigió Jesús cuando- llegó su hora acelerada en Caná de Galilea por las oraciones de su Santísima Madre. En Caná de Galilea, dice San Juan, Jesús manifestó su gloria y creyeron en El sus discípulos. Después de aquel primer milagro la conversión del agua en vino, no volvió Jesús a su querida Nazareth, sino que rodeaba de sus primeros discípulos bajo este lago de Tiberiades. Recorrió sus costas en el mismo sentido que las hemos descrito, atravesando el valle de las Genesaret, el Heptapegón, y se dirigió a este mismo sitio en que nos encontramos hoy: a Cafarnaúm que desde aquel día histórico comenzó a ser la ciudad de Jesús.
Porqué abandonó el Nazareno la querida aldea de su familia de su infancia para sentar su cátedra de Maestro en Cafarnaúm? Podemos adivinarlo. Aunque Nazareth debió vivir siempre en el recuerdo y en el corazón de Cristo, era sin embargo un pueblecito arrinconado en el fondo de un valle sin comunicaciones. Había sido magnífico retiro para su vida escondida. Pero cuando llegó su hora de ir a buscar la oveja perdida y anunciar al mundo el Reino de Dios, era Cafarnaúm la ciudad indicada para encender en alto la antorcha del mensaje que Dios dirigía a todo el mundo.
Era en efecto una Cafarnaúm una ciudad bastante populosa; centro de la tribu de Neptalí, estaba rodeada de importantes pueblos que rodeaban al lago. Además Cafarnaúm estaba muy próxima a la famosa «vía maris» la gran ruta internacional por donde pasaba la cultura, el comercio, los ejércitos de los imperios de Mesopotamia y de Egipto, abierta a las comunicaciones con el oriente y el occidente, por Cafarnaúm pasaba el camino de Betsadia Julias que veía correr la vida de la tetrarquía de Herodes Filipo. Circunstancias todas estas que explican porqué en Cafarnaúm había aduana y ejército romaNo.
Tal fue el escenario ideal para el divino mensaje de Jesús. Fue aquí donde transcurrieron las jornadas fecundas de apostolado de bondad de Divino Redentor. Fue aquí, en la aduana de Cafarnaúm donde un día encontró Jesús a Leví, hijo de Alfeo: y sin poder resistir al imán de aquella mirada divina. Leví lo sigue y se convierte en el apóstol San Mateo. «Fue aquí donde el buen centurión dijo a Cristo las palabras inmortales que millares de veces cada día sigue repitiendo la iglesia antes de la comunión: Señor yo no soy digno de que entres bajo mi techo; pero di una sola palabra y mi siervo curará…» En verdad, en verdad os digo, que ni en Israel encontraré tanta de» repuso admirado el Señor. Fue en una casa de Cafarnaúm, probablemente la de Pedro, donde Jesús curó al paralítico echado por el techo porque la muchedumbre asediaba al Taumaturgo. Y es aquí en «su ciudad» Jesús sentía cortas las horas de su jornada para atender a las turbas que venían a buscarlo de toda la galilea, de Judea, de Jerusalén, de la Idumes, de las regiones de otro lado del Jordán, de los alrededores de Tiro y de Sidón «Maestro, todos te andan buscando», corría a decirle algún discípulo cuando, dejando un poco sus actividades exteriores, se retiraba a la oración con su Padre.
Pero el nombre de Cafarnaúm suena con un solemne tono eucarístico. Y es que estas piedras oyeron un día el anuncio inesperado. Lo narra San Juan en el capítulo VI de su evangelio. Recuerdo con qué emoción oí leer en este mismo sitio en que Jesús las pronunció, estas palabras divinas: «Yo soy el pan de la vida, yo soy el pan vivo bajado del cielo…El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo…en verdad en verdad os digo, si no coméis la cerne del Hijo del Hombre ni bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros…Quien come mi carne y bebe mi sangre, posee la vida eterno y yo lo resucitaré en el último día…»
Aquel valiente discurso, carta magna de los ideales espirituales del cristianismo, desilusionó a muchos que seguían al Nazareno solo por intereses materialistas, pensando que venía a engrandecer la política de Israel…Y por eso aquel día Cafarnaúm comenzó a ser indiferente con Jesús. Indiferencia que te vas a elevar hasta el cielo? No. Tú serás abatida hasta el infierno, porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que tú has presenciado. Sodoma quizá todavía estuviera en pie… (Mateo 11,23)