PARROQUIAL DE CONCEPCIÓN
«MONSEÑOR RAFAEL VALLADARES ARGUMEDO»
Memoria iusti cum laudibus. Entre alabanzas memoria del justo, dice el Libro de los Proverbios (10, 7).
Solo el olvido es la muerte definitiva. Porque el hombre muere dos veces: la primera cuando el alma se separa del cuerpo y la segunda cuando se le olvida definitivamente. Por eso los buenos no mueren del todo. Memoria iusti cum laudibus; su bondad, sus buenas obras siguen proyectando entre alabanzas su vida en la memoria y en el corazón de los sobrevivientes. Viven en nuestro recuerdo.
Pero para el cristianismo el recuerdo del justo no es un fenómeno subjetivo; corresponde a una de las mas bellas realidades de nuestra fe. La fe cristiana enseña que al libertarse de la prisión de la carne, las almas continúan y que a través de la esencia divina se establece una relación por la cual podemos aumentar su felicidad accidental y merecer su protección. Somos capaces de hacer sonreír a nuestros muertos.
He querido evocar esta realidad de nuestra dogmática para separar e iluminar con su luz esta escena; porque iluminada así esta fiesta de nominación de una escuela se torna casi una fiesta de cuando precisamente nuestro recordado Monseñor Valladares estaría cumpliendo sus 48 años de vida; y se ocurre presente aquí para recibir nuestra felicitación y prometernos su protección sobre esta obra parroquial.
Esta obra de la parroquia de Concepción con sus dos templos: el de la oración y el del saber es fruto del esfuerzo tenaz y admirable del estimado Padre Jaime Fernández que ha sabido encauzar la generosa colaboración de nuestro catolicismo. Entre las almas providenciales que han respaldado a Fray Fernández en su obra colosal de Párroco, el recuerda con gratitud especial a Monseñor Valladares. Su ayuda no fue material «como la de tantas personas desprendidas que ven hoy convertidos sus donativos en un grandioso monumento al triunfo de la Inmaculada Concepción.- La ayuda de Monseñor transciende la materia; fue la admiración, el aliento, la asidua visita cariñosa coincidía esta esbelta rotonda de Concepción con la admiración que siempre llevó Monseñor por una iglesia en esta forma, desde que conoció la Catedral de Berlín y el Pantheon de Roma.
Hoy queda allá como monumento de gratitud franciscana, la figura de aquel querido Obispo Auxiliar entre las figuras que adornan bajo la cúpula majestuosa el triunfo de la Purísima Concepción de María. Y aquí se erige un monumento vivo a su memoria la naciente escuela parroquial que llevará su nombre.
Y qué bien está aquí, en una escuela amparada por el mando azul de la Inmaculada y el celo del espíritu franciscano, la memoria de Monseñor Valladares. En este ambiente que bien se iluminan tres de sus nobles características sacerdotales: su amor a la Virgen, su espíritu franciscano y sus luchas por la enseñanza.
I. Su amor a la Virgen
Hijo de aquel pueblo que tiene por Patrón al discípulo predilecto que al pie de la Cruz recibió el encargo de cuidar a la huérfana Madre de Jesús, Monseñor Valladares, como su tío Monseñor dueñas, llevaba en su corazón la tierna herencia del terruño, una gran devoción a la Santísima Virgen. Su sacerdocio nació también en Roma bajo el símbolo de la Inmaculada Concepción cuya inolvidable imagen patronal del Pío Latino presidía las ceremonias de ordenación de aquella Pascua de 1939. Es oportuno recordar una confidencia para ejemplo nuestro: Monseñor Valladares ofrecía a la Virgen todos los sábados y vigilias de sus fiestas el sacrificio de no comer dulces ni fruta.
Quienes han ideado juntar la obra educativa de esta Parroquia de la Virgen al nombre de Monseñor Valladares, creo que están siendo instrumentos de la Providencia justiciera de Dios para premiar al piadoso difunto sus méritos de amor mariaNo.
II. Su espíritu franciscano
Pero también está muy apropiada de la memoria de monseñor Valladares para esta escuela de ambiente franciscano donde los descendientes de San Francisco hacen hoy un nuevo honor a su multisecular trayectoria de cultura y educación. El cordón de terciario que llevó correspondía a un alma que inspiraba su santidad en la de San Francisco. Los que se adentraron en la intimidad de su alma perennemente jovial y sencilla y un corazón pletórico de poesía. Amo la pobreza porque como el «poverello» comprendía muy bien que solo un espíritu de auténtico desprendimiento puede salvar a la sociedad encarnizada en feroz lucha de clases. Y trató de ser puente que unía ese antagonismo; aprovechó su amistad con los pudientes para convertir en socorro efectivo y afectuoso su franca amistad con los necesitados. Muchos secretos de esa bondad franciscana se han ido descubriendo después de su muerte, la cual lo encontró, como había vivido, pobre y sencillo para sí, pero rico en dádivas generosas para los demás.
III. Sus luchas por la enseñanza
Y porque era muy franciscano, fue suya una de las más preclaras notas de la santidad de San Francisco «Vir Catholicus»: su ojo siempre atento a las directrices de la Imagen jerárquica. Sintió la gloria de ser su hijo de esa Iglesia que lleva como esencia de su misión: «Id y enseñad»; y que por eso es madre fecunda de universidades y escuelas. Amo la cultura, nunca creyó saber bastante porque había hecho suyo un consejo del Papa Pío XI: nunca acostarse sin haber aprendido algo. Comprendió la divina misión de enseñar, recobra hoy para la Iglesia una actualidad formidable, cuando todas las ideologías tratan de apoderarse de la escuela que es bastión del pensamiento y del futuro. Creyó siempre que para la Iglesia más vale una escuela que un templo y se lamentaba de que no se comprendiera así y de que nuestro catolicismo diera más preponderancia al culto que a la educación. Y luchó denodadamente con la pluma, la palabra y la organización por defender la libertad de enseñanza en nuestra Patria.
Escuela Parroquial de Concepción
Monseñor Rafael Valladares Argumedo
Qué magnífico monumento vivo para perennizar la memoria de aquel selecto Obispo Auxiliar tan devoto de la virgen, tan franciscano de corazón y tan incansable luchador de la enseñanza.
Al expresar mi felicitación cordial al admirable Padre Jaime Fernández y a la Comunidad Franciscana de Concepción; y mi aplauso al Ministerio de Cultura por su alentador apoyo prestado al esfuerzo educativo de la Iglesia; y mi agradecimiento de amigo a todas las personas que como la Asociación del Divino Salvador o la Tercera Orden Franciscana secundaron hasta la realización este anhelo de la escuela parroquial y quisieron bautizarlo con un nombre tan querido para mí. Pretendo que esta felicitación y este aplauso y este agradecimiento lleva la sinceridad de todos los familiares y amigos de Monseñor Valladares, a quien sin duda estamos agregando en su cielo una sonrisa de complacencia, mientras Dios le repito lo que inspiró al Autor de los Previos: «Memoria iusti cum laudibus».
O.A. Romero, Pbro.
San Salvador, marzo 6 de 1962.