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No.2352 Pág. 1 – EDITORIAL – LA DEJADEZ CÍVICA SALVADOREÑA

El salvadoreño es por naturaleza un ciudadano que se lleva a donde se quiere; basta empujarlo.
Parece que no tiene voluntad propia, porque cualquiera lo puede manejar.
Pueblos de esta clase solo necesitan un capaz y ya se subyugan.
Siendo ciudadano libre no ejerce nunca su derecho de libertad, actúa como amarrado en un solo cordel inmenso junto con los otros dos millones.
No se puede pensar que manden los menos y que impongan su voluntad con la anuencia onmi moda a la manada de ovejas.
Entre los sagrados derechos está el del voto libre y consiente; pero el salvadoreño jamás ejerce este derecho sagrado, tiene que ser empujado hacia donde tiene que dirigirse, a la derecha o a la izquierda, como el ganado que llevan a los ferrocarriles.
El salvadoreño se libertó del yugo de España hace mas de un siglo, pero sigue siendo esclavo de otros mandamás.
Las leyes que favorecen estos sagrados derechos solo son papel mojado.
Es necesario que sacuda su marasmo y apatía, el miedo lo apabulla pues teme las represalias de los pocos que manejan a los dos millones.

Lo peor del caso es que la niñez está gravando en sus inteligencias estos ruines y la enseñanza cívica escolar en esta dirección está incumbando una juventud también marcada con el sanbenito de la dejadez.
Somos la burla de las otras naciones y toda esa falta de prestigio del nombre de nuestra patria, está fincado en este bajo concepto de la voluntad cobarde de un pueblo, que no merece el concepto glorioso de ser libre, porque no lo es.
Las jornadas cívicas en los actos públicos y en los actos escolares, el enaltecimiento de nuestros próceres y toda la propaganda que se engulle se queda solamente en palabras que se lleva el viento y en un templo misablemente perdido.
La dejadez nace del temor al fracaso y se incumba en ánimos cobardes.
Millares de salvadoreños se abstienen de emitir su voto soslayando de este modo el ejercicio de un derecho propio de salvadoreño las consecuencias no se dejan esperar, ya que ellos mismos niegan el derecho de ser gobernados por ciudadanos que ellos eligen mediante el ejercicio de su libertad y de su conciencia cívica.
Cuando el salvadoreño deje su dejadez cívica, se sentirá orgulloso de su patria y de haber nacido en una tierra, que es tierra de libertad.

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