Es muy cómodo hacerse al lado de una superficial anticlerismo razonado en los defectos de los eclesiásticos.
Pero sería más constructiva y leal la actitud, si en vez de esa crítica demoledora y facilona, nos pusiéramos todos a reflexionar y orar y ayudar al mejoramiento de ese clero que criticamos. Porque aunque lo esencial del sacerdocio es el carácter sacramental que, mediante la imposición de las manos del obispo, autoriza al hombre, como quiera que él sea, a actuar como instrumento de Cristo, sin embargo la Iglesia y el mundo exigen al eclesiástico de hoy muchos requisitos espirituales y humanos.
Y ya que, según la certera observación paulina, «todo pontífice se entresaca de los hombres», todos los hombres quedan un poco comprometidos cuando se tratan de esas calidades del hombre escogido entre los hombres.
Aquilatar esas cualidades es la enorme tarea el seminario. Ayudar al seminario es por tanto interés de todos los hombres, porque al fin y al cabo el fruto de un seminarista bien equilatado, o las posibles fallas de su formación deficiente, han de redundar en beneficio o detrimento de los mismos hombres y pueblos. Es interés de todo sostener y mejorar nuestro seminario!
El orgullo de una comunidad cristiana es un clero ejemplar, querido y estimado de todos y suficiente en número para as necesidades de todas las almas.
Conseguir esa meta debe se el esfuerzo de todos, incluso de los que saborean con las deficiencias del clero.
El día del seminario se enfrenta también a ellos para decirles: Bien! aceptamos la deficiencias que con tanto énfasis señaláis, pero decid: qué habéis hecho vosotros por el mejoramiento del seminario donde se forja ese clero?