Se vive en un clima de naturalismo que ha atrofiado en muchos el sentido de lo sobrenatural. Todo los valores se aseguran: seguridad social, seguridad sanitaria, seguridad del trabajo, etc. Los únicos que se descuidan son los valores verdaderos, los altos destinos del alma.
Mañana en el domingo de Pentecostés, la Iglesia recuerda al mundo que Ella también era un conjunto de valores humanos: inteligencia, buena voluntad, aspiraciones nacionales, eso eran los apóstoles.
Y todo se hubiera quedado así, con ideales rastreros de tejas abajo y hasta hubiera cundido el desaliento y la inanición, todo esfuerzo humaNo. ..Pero vino la fuerza de lo alto. En la forma impetuosa e incendiario del huracán y del fuego, el Espíritu de Dios que como una nueva creación lanzó la Iglesia por el mundo proclamando la maravillosa combinación de sus valores humanos impulsados por el Espíritu de Dios. Porque así se puede definir la Iglesia para comprender su fuerza incontrolable y sus flaquezas humanas: un conjunto de valores humanos impulsados por el soplo de Dios.
Y así avanzó por el mundo desde hace veinte siglos y transformó hombres y pueblos, sembró el amor donde había odio, elevó los ideales rastreros del materialismo, de la sensualidad, de la envidia, del orgullo, a alturas que parecían inaccesible de espiritualidad, de paz, de humildad, de pureza, de sinceridad, de amor. Forjó la civilización que disfrutamos con el peligro de volver a vestir los andrajos de un neopaganismo.
Como Rubén Dario, podíamos apostrofar a nuestra civilización orgullosa de su técnica naturalistas: «y pues lo tiene todo, falta una cosa, Dios».
La Iglesia Católica, que en octubre se llamará Concilio Ecuménico Vaticano II, comprendiendo que eso es precisamente lo único que falta, ha concebido la sublime ambición de repetir el milagro de Pentecostés sobre un mundo que como el Cenáculo es un almacenamiento maravilloso de valores y progresos humanos y que solo espera una cosa para hacer feliz a la humanidad: EL SOPLO DE DIOS!