«PONITENTIAM AGERE» es el nombre de la nueva encíclica que el Papa Juan XXIII publicó ayer en Roma.
«HACER PENITENCIA» fue también la consigna de aquel otro Juan que anunció a los hombres de su tiempo la actitud espiritual mas apropiada en la hora solemne de la historia en que les tocó vivir, cuando llegaba a la humanidad el Reino de Dios.
Es también nuestra hora una hora formidable en que todo un mundo se restructura. Y es también hoy el Reino de Dios la única esperanza de una sólida reestructuración; y la Iglesia no ha rehuido su tremendo «liderato» y ha convocado como en las horas más decisivas de la historia a un concilio ecuménico. La nueva encíclica anteconciliar, con su pregón de penitencia, ya está indicando la sinceridad con que la Iglesia va a afrontar su íntima introspección para enfrentarse renovada a renovar un mundo.
Según su etimología – del griego «metanoia»- penitencia significa cambiar de mente, señala un modo de pensar distinto de que inspiró una vida equivocada por la maldad o el error, marca un retorno austero al cumplimiento de la ley de Dios. Y efectivamente solo una actitud así, que tome conciencia de sus propios errores y ansíe con verdad entrar por la senda de la verdad y de la santidad, es la única que puede traer verdadero renovarse de la sociedad. Un retorno a base de penitencia en el único camino por donde tendrán que volver los hombres de cualquier punto de la geografía del pecado y del error a formar el reino de la verdad y de la unidad.
La «orden del día» está dada para este año del concilio: POENITENTIAM AGERE. Ningún espíritu honesto puede hacerse sordo a este llamamiento de colaborar con su propia austeridad en la reconstrucción de un mundo mejor.