Un católico no puede simpatizar con el Yoga.
Con autorización del ministerio «de cultura, va en estos días por colegios laicos de segunda enseñanza, dictando «conferencia de filosofía» un esquelético barbudo «yogui».
Se trata pues de un yogui. Es decir que nuestra juventud, con plena aprobación de las supremas autoridades de Cultura, está recibiendo una dosis de esa «cultura» vaporosa que bien puede cuajar en el alma pagana y oriental de los hindúes, pero no en un pueblo que ya tiene definida su ideología al lado del pensamiento cristiano occidental.
Varios años en la misma fuente del Yoga un famoso profesor de historia de las religiones, Mr. Mircea Eliade. En la Universidad de Calcuta y en un monasterio del Himalaya, convivió con gurúes y yoguis para compenetrarse de esos esfuerzos psíquicos y físicos con que el yogui mediante la concentración, las posturas yógicas, la respiración pausada llevada hasta la catalepsia…etc. Pretende llegar al «Samadhi», una especie de éxtasis en que el yogui dice transponer el cosmos, independizarse del mundo en que el yogui dice transponer el cosmos, frutos de su serio análisis, este estudioso del yoga enseña que detrás de todo el aparato vaporoso no se encuentra más que una ilógica y divertida paradoja: la pretensión de sentirse libertado de la vida cuando efectivamente está viviendo, tener un cuerpo y sentirse un espíritu, vivir en el tiempo y pretender alcanzado la inmortalidad, etc. Y todo esto dentro de un confuso politeísmo, ya que ese Ser absoluto que el yogui llama «Izvara» esta muy lejos de ser el Dios Creador del cielo y de la tierra de los cristianos, pues para el yoga el hombre el consumo proceden de la materia. UN CATÓLICO NO PUEDE ACEPTAR EL YOGA.
Por eso el Doctor Guerinot, otra autoridad en filosofía hindú, cuyo juicio valía en la India como un oráculo, preguntado qué hay en la realidad en la decantada meta del Yoga, contestó: «una loca imaginación metafísica, una nebulosa inaccesible».
Cuán cierto es que los hombres que se glorían de no ser creyentes acaban por hacerse crédulos; y que las credulidades más infantiles y ridículas florecen en los cerebros que prefieren a la luz coherente y nítida del dogma y la moral cristiana esas vaguedades exóticas e indigestas.
Lástima que sea el mismo Sr. Ministro de Cultura el que se haya preocupado de apoyar esa campaña de endilgar más confusión a la pobre juventud ya bastante confundida por el laicismo.