Hoy es la Iglesia católica en el mundo la heredera y portavoz, de aquel grito desafiante que aplastó la primera rebeldía de la libertad creada: QUIEN COMO DIOS!.
Efectivamente la actitud de la Iglesia en esta hora solemne del Concilio Ecuménico se identifica con aquel gesto vigoroso del Arcángel defensor ¡de los derechos de Dios, frente a las fuerzas del infierno que quisieran adueñarse de las conquistas de la técnica para formar un mundo sin Dios y contra Dios.
Lo acaba de proclamar el Papa en uno de sus últimos pregones conciliares: «Las nuevas técnicas han extendido el dominio de los hombres sobre la naturaleza y puesto que también aquí brilla un rayo de la divina sabiduría que es esplendor de luz eterna y espejo sin mancha de la majestad de Dios e imagen de su bondad…, es de esperar que de ésto tomen los hombres impulsó para mejorar con más consciente afán y alcanzar aquella íntima perfección de vida hacia la que tiende el corazón humano por su naturaleza» (Motu propio el 6 septiembre de 1962).
En otras palabras: el grito de San Miguel «QUIEN COMO DIOS!» que proclamó los derechos de Dios en el mundo invisible de los ángeles, define y afianza las pretensiones de la Iglesia en este mundo visible de los hombres. Si la Iglesia convoca a Concilio en pleno siglo de la técnica es para someter al imperio de dios un mundo que debe modernizarse para servir a la gloria de Dios y a la felicidad y perfección íntima del hombre, y no para que un materialismo ateo lo ahogue en un infierno de apostasías y desgracias.