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No.2379 Págs. 1 y 8 – EDITORIAL – MURIÓ COMO SANTO PORQUE VIVIÓ COMO SACERDOTE

HA MUERTO COMO UN SANTO.
«Sabiendo que era llegada su hora de pasar de este mundo al padre»…
Así, con ese solemne exordio con que San Juan comienza a narrar las últimas horas de Jesús, se puede comenzar la crónica dolorosa de la muerte del querido y llorado Monseñor Rafael Valladares y Argumedo; Obispo Auxiliar de San Salvador.
Bien se merece ese glorioso parangòn con Cristo, pues vivió su sacerdocio que es configuración con Cristo! Y de verdad supo su hora, y pidió el crucifijo de su ordenación y pidió que le rezaran las oraciones de los moribundos, el mismo buscó la página del ritual y comenzó a contestar mientras dirigía las preces el Ilmo. Secretario de la Nunciatura, Monseñor Montalvo y contestaban el Señor Arzobispo y el pequeño grupo de amigos que tuvimos la honra de ver morir a un santo el jueves 31 de agosto a las 11 de la mañana.
Cabalmente las plegarias terminaban en aquel momento en que ya no se sabe si son por un moribundo o por un cadáver: «Auxiliadle santos de Dios, salidle al encuentro ángeles del Señor, recibiendo su alma, ofreciéndola en presencia del Altísimo…» cuando se estremeció su cuerpo ante el último golpe de dolor y exhaló su último suspiro, mientras sus manos estrechaban contra el pecho el Cristo de su ordenación que bendijo Pío XII. Entre el llanto de la sala sobresalió la voz de una religiosa: «ha muerto como un santo»; y la de un pariente: «Gracias a Dios que murió así».
Pero para morir así como un santo, era necesario haber vivido como el vivió, como un verdadero sacerdote. Si se quisiera caracterizar en una palabra a Monseñor Valladares, yo diría eso: fue un sacerdote!.
SU VOCACIÓN Y SU SEMINARIO
Soy testigo de su vida desde que la vocación común nos unió en el seminario de San Miguel en 1931. El había nacido en Opico el 26 de abril de 1913, hijo del Profesor Hondureño Don Casto Valladares y Doña María Argumedo de Valladares, prima hermana de Monseñor Dueñas.
Debieron ser muy felices los años de su primer colegio en Sonsonate. El Director de aquel Colegio Guadalupe y el Párroco de Opico, hoy Canònigo César Araujo, decidieron su vocación al sacerdocio, que Monseñor Dueñas apoyó trayéndolo a su seminario de San Miguel en 1930.
En aquellos años inolvidables que vivimos a la sombra de los Padres Claretianos, Monseñor Valladares, contribuyó a sembrar alegría, iniciativa, cultura, piedad. Despuntaba sus aficiones de periodista en los dos periodiquitos que el fundó: Amanecer y el Ideal.
A ROMA
En 1935 Monseñor Dueñas lo llevó a Roma, donde se distinguió por su compañerismo sincero que le granjeó tantos amigos a lo largo de toda América; y por la altura de sus ideales sacerdotales que el concretó en un gran amor a la Iglesia y al Papa. Terminó allí su filosofía, se licenció en Teología y Derecho Canónico: fue alumno de la facultad de Historia Eclesiástica, donde tuvo oportunidad de estudiar en las mismas fuentes del Archivo Vaticano; los originales de la historia de la independencia Centroamericana; allí acopió aquel armamento de verdad que lo capacitó para defender la verdadera historia Patria contra las mentiras de la falsa historia liberal.
Pero sobre todo templaron su voluntad de sacerdote auténtico las autoridades de la guerra y el ejemplo del Papa Pío XI que supo enfrentar al totalitarismo de Mussolini y de Hitler aquella intrépida consigna: «mientras yo viva nadie se reirá de la Iglesia».

De Roma guardó siempre sus más gratas emociones. El recuerdo de sus años romanos fue siempre el oasis de su vida. En unas vacaciones compuso el himno que aun cantan los piolatinos: «Montenero feliz que en la vida dejarás una huella de amor…»
Roma dejó en su alma esa huella de amor porque de allá trajo el más grande tesoro de su vida: su sacerdocio!. Todos los años recordó con júbilo sacerdotal aquella luminosa pascual florida de 1940. Fue el 23 de marzo bajo la mirada de la Inmaculada, en la capilla del Colegio, fue ungido sacerdote para siempre. Lo que entonces sintió su alma lo escribió dos años más tarde en otra pascua florida me ungían sacerdotes en la misma capilla:
«Fe un instante no más…y se abrió el cielo
con su aurora pascual
y en las manos de Cristo el pobre barro
se hizo hostia de paz.
Sacerdote, tu nombre es un poema
de amor y de dolor:
Para amar y sufrir. Cristo en tu pecho
con su beso dejó su corazón…!
REGRESO A LA PATRIA
A través de las vicitudes de la segunda guerra mundial, regresó a la Patria el 31 de diciembre de 1943. «Regalo de navidad» comentó CHAPARRASTIQUE al dar la esperada noticia de aquel sacerdote joven, virtuoso, inteligente que iba a poner al servicio de la Diócesis todo su ardiente ideal de sacerdocio.
Comenzaron los 14 años fecundos de su vida en San Miguel, Capellán del Instituto Católico de Oriente, de la Casa de la Paz…sintió el cariño y la comprensión para la juventud que lo hizo exclamar una vez como San Pablo cuando al llegar a Italia lloró sobre la tumba del pagano poeta Virgilio: oh poeta pagano! que gran cristiano hubiera hecho de ti!.
Director de CHAPARRASTIQUE su pluma que bendijo el Papa proclamó la verdad sin miedo a nadie y defendió el honor de la Iglesia en horas peligrosas.
Colaboró con el Señor Obispo en el gobierno general de la Diócesis como Vicario General, Consultor Diocesano, Director del Preseminario, Redactor del Segundo Sínodo Diocesano, Organizador de la Semana Catequística, Propulsor del Culto, vigilante incansable de la disciplina del Clero, etc.
En esta hora de dolor y turbación es imposible enumerar la inmensa obra de Monseñor Valladares en sus 14 años que trabajó en la Diócesis de San Miguel. Valga por todo este resumen: fue el honor de nuestra Diócesis.
EN LA PLENITUD DEL SACERDOCIO
Por eso el escogido para la plenitud del sacerdocio. El 18 de noviembre de 1956 nuestra catedral enmarcó la apoteosis de su exaltación. Fue aquella mañana una nueva aurora pascual pero esta vez era una pascua Mariana en la cumbre del sacerdocio. La Virgen de la Paz, La Reina de sus cariños, estampada en el corazón del escudo del nuevo Obispo Salvadoreño.
La cumbre del episcopado le obligó a dejar el amado retiro de apostolado, quedaron marcados con ese anhelo de unificación que es precisamente el distintivo del actual pontificado de Juan XXIII. La unión de los sacerdotes por la disciplina, la santidad y la cultura, la unión de los Colegios Católicos que unidos se sintieron más fuertes frente al laicismo ambiente; la unión de las religiosas y del pueblo. Por eso con preclaramente incansable acción, creó o dirigió la Federación de religiosas, la Federación de Colegios Católicos, el instituto Pío XII sostenido por todos los Colegios católicos para estudiantes pobres. el Instituto Teológico para religiosas «Regina Mundi»; la Asociación Nacional de Damas del Divino Salvador; la Acción Católica de Muchachos, etc.
A esa unificación sacerdotal orienta su apostolado de la pluma en el Boletín Eclesiástico, en Orientación y otros periódicos; y la palabra difundida por el radio, y sus ministerios de directa colaboración con los párrocos.

SACERDOTE Y HOSTIA
La obra de Monseñor Valladares es pluriforme, como amplio era su talento y su iniciativa. Pero había una unidad en la variedad: vivir y actuar el sacerdocio. Y como había aprendido de Pío XII la sublime consigna: antes que sacerdote hay que ser hombre, por eso fue ante todo un caballero.
Pocos días antes de morir hizo esta confesión ingenua que retrata perfectamente la fisonomía de su alma privilegiada: yo no tengo conciencia de haber dicho nunca una mentira de libertad!
Amaba a rectitud porque era sacerdote y caballero. Y por eso chocaron con el todas las hipocresías, todas las vías tortuosas así las viera en los seglares como en los sacerdotes. Y porque su camino era recto no pudo ser un camino sin enemigos: los caminos torcidos!
Y como era sacerdote según el corazón de Dios no pudo vivir sin el sacrificio de los predestinados. En la última plática larga que tuvimos dos días antes de su muerte me dijo entre los dolores de la uremia: «Ay pienso que toda mi vida ha sido más que sacrificios!» y me recordó con sencillez los aciagos días de la guerra mientras le diagnosticaban la lesión de su pulmón, el largo tratamiento de neumotórax que debió prolongar aún en sus primeros años de trabajo ministerial, sus noches de asma, sus riñones atrofiados…En fin una salud siempre precaria mientras pasaban sobre el tantas responsabilidades. Y en lo moral cuantas penas secretas como noches de Getsemaní, causadas por el choque que acabamos de recordar entre su rectitud sacerdotal y la incomprensión, la intriga, la falsía.
SU ULTIMA MORADA
Mientras la majestad de la muerte y la verdad del juicio de Dios consagran sus obras, su cadáver, dignamente arreglado por la Funeraria Geisa, gracias a la noble piedad de honorables matronas que lo estimaban de veras, será llevado a reposar en la cripta de la Catedral Metropolitana en construcción.

San Miguel esperaba como la cosa más natural esos despojos sagrados y ya preparaba su catedral que lo recibiría con el cariño de una madre en su regazo. Pero una intervención de Opico su pueblo natal en la hora del mayor sufrimiento, turbó su voluntad que consistió en ser llevado a Opico. Un prudente consejo entre el Señor Arzobispo, la familia de Monseñor y el representante de San Miguel, creyó de prudencia no perturbar los últimos momentos de Monseñor con esta discusión inoportuna y se resolvió por lo que era natural: la cripta metropolitana, relicario magnífico de la historia de la Iglesia salvadoreña, monumento central de nuestra fe y unidad católicas.
Allí con todo honor, reposará, esperando la obra de la resurrección de la carne, Monseñor Valladares que murió como santo porque vivió como sacerdote!.

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