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No.2380 Págs. 4 y 6 – EDITORIAL – EN EL FUNERAL DE CUERPO PRESENTE

DE MONSEÑOR VALLADARES
Oración fúnebre pronunciada por el Padre Oscar A. Romero en la Iglesia del Rosario (catedral provisional) de San Salvador el 2 de septiembre de 1961.
TU ES SACERDOS IN AETERNUM. Eres Sacerdote eternamente! (Salmo 109)
Murió como santo, porque vivió como sacerdote.
Si quisiera buscarse el resumen más perfecto de esos 48 años tronchados en plena esperanza, no duraría yo decir esta palabra: vivió como sacerdote!. Pocos hombres han comprendido como el la alegría, la fuerza, el honor de su sacerdocio. No necesito mendigar satisfacciones, ni honores, ni apoyos fuera del tesoro de su alma perennemente ungida.
Por eso fue grande, valiente, libre; porque se apoyaba no en ajenos soportes sino en la propia esencia de su ser sacerdotal. Por eso fue fecundo en iniciativa e incasable en acción, porque lo esperaba todo no del vaivén de las humanas conveniencias, sino de la omnipotencia de Dios que iba estampada en su alma por el carácter sacerdotal. Por eso la muerte no lo aleja de los que le admiramos y amamos sino que lo acerca más a nuestro corazón y lo agiganta ante nuestra mirada, porque hoy, al ser ungida su vida con la majestad de la muerte, brillan sus obras no con los fulgores falaces de las apariencias que va a pasar, sino con la claridad eterna de una conciencia que en todas sus actuaciones buscó sacerdotalmente la gloria de Dios y el honor de la Iglesia.
Nació para ser sacerdote. En San Juan Opico, en el dichoso hogar de Don Casto Valladares y Doña María Argumedo de Valladares brilló en sus ojos la estrella de la vocación. El director de su primer colegio en Sonsonate y su párroco, hoy Canònigo Cesar Araujo, orientaron los primeros indicios de aquella vocación hacia una gran figura sacerdotal su tío Monseñor Dueñas y Argumedo, quien lo llevó a su seminario de San Miguel en 1930. En aquel modesto seminario migueleño los PP Claretianos supieron estimularlo con un sabio sentido humanista nuestras cualidades. Y las cualidades del seminarista Rafael Valladares ya sobresalían por su piedad sincera, su compañerismo franco y jovial y su capacidad intelectual. Se vislumbraba ya sus capacidades para el periodismo en aquellos dos periodiquitos que el fundó: El Ideal y lejanos años donde se pusieron los cimientos de nuestra indestructible amistad!.
Una nueva fase, definitiva en su preparación sacerdotal, se abrió en su vida cuando en 1934 Monseñor Dueñas lo llevó al Pío Latino Americano de Roma. En la Universidad Gregoriana terminó su filosofía y sacó la licencia en Teologìa y Derecho Canónico y en la facultad de Historia Eclesiástica, bajo la dirección del célebre historiador Jesuita P. Leturia, estudió en las fuentes originales del archivo Vaticano nuestra independencia Centroamericana. Aquel armamento de la verdad sirvió para defender nuestra auténtica historia patria contra las falacias del liberalismo.
Pero mientras las aulas cargaban de luces su cerebro, temblaron su espíritu para un sacerdocio valiente y compasivo el ejemplo de dos Papas: Pío XI, Pontífice de talla imperial puesto por Dios en los aciagos días totalitarismo de Mussolini y de Hitler para decir a los que se creían amor del mundo: mientras yo viva, nadie se reirá de la Iglesia. Y Pío XII que ofreció a una humanidad desgarrada por la guerra implacable, el aspecto de un sacerdocio que es ángel de consuelo y piedad.
Monseñor Valladares que concretaban los ideales de su formación romana en un sacerdocio enamorado del Papa y la Iglesia, trató de empalmar en su modo de ser la energía de Pío XI y la piedad de Pío XII, con el cual muchos encontraban hasta cierta semejanza fisonómica.
Los años romanos tuvieron su cenit en una fecha que Monseñor convirtió en día de cumpleaños. Hoy se me estremece el alma ante la rudeza del contraste, al tener que recordar entre sollozos de orfandad y crespones fúnebres aquella mañana luminosa de la pascua florida de 1940. Aquel 23 de marzo fue la plenitud de su nacimiento; porque había nacido para ser sacerdote y su naturaleza no se sentía completa hasta ese día en que su alma fue sellada eternamente con el carácter sacerdotal? Por eso celebro todos los años del 23 de marzo con alegría de cumpleaños y emociones de primera misa.
Cuáles fueron sus emociones al sentir la plenitud de su vida en la ordenación sacerdotal? Siempre creyó que fue una gracia haberse ordenado en Roma precisamente para saborear la ordenación sin otras preocupaciones. En sentidas estrofas dejó la materia de aquellos coloquios a solas con su sacerdocio:
«fue un instante no más…y se abrió el cielo
con su aurora pascual
y en las manos de Cristo el pobre barro
se hizo una hostia de paz!
Sacerdote, tu nombre es pone
de amor y de dolor:
para amar y sufrir. Cristo en tu pecho
con un beso dejó su corazón…!
Así sintió su sacerdocio: como un beso de Cristo que deja en el pecho su corazón. Portador de ese amor y de ese dolor que es el sacerdocio, regresó a la Patria a través de las visitudes de la guerra en diciembre de 1943. La Diócesis sintió como un regalo de navidad la llegada de aquel sacerdote joven, bien preparado y sobre todo dispuesto a entregarle sin reserva su vida sacerdotal.
Fueron 14 años de intensa acción sacerdotal; regó los surcos más variados de las mieses migueleñas. La juventud lo comprendió amigo y orientador en las capellanía del Instituto Católico de Oriente y en el Hogar del Niño, y en las cátedras del Instituto Nacional y del Colegio de Nuestra Señora de la Paz. El periódico CHAPARRASTIQUE, decano del periodismo católico nacional, ofreció bajo su pluma que bendijo Pío XII sus páginas que no conocieron cobardías ni componendas. Pero sobre todo en la colaboración íntima con el prelado fue donde dejó sus mejores luces y buena voluntad, como Vicario General, Tesorero y Consejero Diocesano, Director del Preseminario, Redactor del Segundo Sínodo Diocesano, propulsor del culto de Nuestra Señora de la Paz y del embellecimiento de los templos. Anheló sobre todo la santidad y cultura del clero.
En esta hora en que el dolor ofusca es imposible enumerar detalles de una vida pluriforme y fiel a su vocación de entrega y sacrificio. Mejor sería asomarse a la caja mortuoria en nombre de toda una Diócesis para decirle con labios trémulos de dolor y gratitud: Monseñor Valladares fuisteis la honra de nuestro clero migueleño y la gloria de la Diócesis de la Virgen de La Paz. Nunca fuisteis extraño para nosotros. Fue San Miguel la casa solariega de vuestro sacerdocio; nuestra catedral era vuestra catedral, la de la Reina de vuestros amores, la de la tumba de vuestro Padre y Protector, la cuna de vuestro episcopado y memorial perenne de aquella mañana inolvidable de noviembre de 1956. Ah! quién me diera transformar este funeral en aquella apoteosis!.
Bajo la férrea estructura del templo máximo oriental, sobre las cenizas sagradas de Monseñor Dueñas, a la luz de la mirada majestuosa y maternal de la Reina de la Paz, en un marco de triunfo Monseñor vivió la segunda pascua florida de su sacerdocio; vestía así como ahora, pero no para pontificar la despedida de la muerte sino para subir a la plenitud de la vida sacerdotal; me parece que lo estoy viendo, con su mitra ceñida a la frente, con su báculo firmemente empuñado en su mano mientras prodiga la primicias de sus bendiciones sobre aquel pueblo que lo mira con una sonrisa de honda satisfacción porque lo siente su hijo mimado en la cumbre de su fe y de su cariño. «Hermano Pastor de una más hermosa grey» dijo en su discurso de elocuencia emocionada cuando vio aquella catedral pletòrica para el, como la bella avocación de una Iglesia divina que se le entregara como esposa en premio de su fidelidad sacerdotal.
«Y subió como siervo que sube
con la cruz del deber al calvario» (G. y Galán).

Dejó su apacible retiro del Preseminario migueleño a donde regresó varias veces con nostalgia; y obediente al Papa, se colocó cerca del timonel de la Arquidiócesis para prestarle la ayuda de su clarividencia eclesiástica.
Cinco años apenas han pasado de vida episcopal, y ya son suficientes para escribir el más glorioso capitulo de su breve existencia sacerdotal.
El anhelo de la oración sacerdotal de Cristo se hizo lema de escudo de su nueva vida: Ut sint unum. Y ese afán de unificar que también es característica del actual Papa, dio la impronta a las obras del llorado Obispo Auxiliar como Deán del Ven. Capitulo Metropolitano, como Vicario General y Provisor de la Arquidiócesis y en sus múltiples actuaciones como Maestro, escritor y predicador.
Ese sello de unificación brilla sobre todo en su «Federación de Religiosas» con su «Instituto Pío XII» sostenido por todos los colegio católicos, en el Instituto Teológico Recina Mundi, en la Federación de Colegios Católicos.
Mejor que enumerar detalles es confesar con justicia que fue legítima gloria del Episcopado Centroamericano, su frente y su brazo fueron dignos depositarios de la mira y del báculo que remontan su árbol de familia, al lado de los gloriosos mitrados salvadoreños, hasta esta Iglesia del Rosario, primera catedral y cuna de nuestra jerarquía nacional.
Tu es Sacerdos in aeternum!
Ha terminado su fase terrenal de su sacerdocio que apenas mide de longitud de 21 años. Dos primaveras ungieron esta fase terrena de su sacerdocio: su ordenación en Roma y su consagración episcopal en San Miguel. Su muerte no es fin; es la tercera primavera de su sacerdocio que hoy comienza a vivir los años eternos. Hoy es ungido su sacerdocio por la majestad de la muerte; por eso su muerte más parece un acto de culto consagratorio. Y es hoy que lo hemos visto morir como santo cuando admiramos mejor su concepción de la vida sacerdotal.

El aprendió y vivió la lección que repetía Pío XII: antes que ser sacerdote se debe ser hombre. Y Monseñor Valladares fue sacerdote y caballero. Poco antes de morir hizo esta revelación que es el más bello retrato de su fisonomía moral: creo que yo nunca he dicho una mentira deliberada. Amo la rectitud y la sinceridad y por eso tuvo que chocar con la tortuosidad, la intriga y la hipocresía.
Y como fue sacerdote según el corazón de Dios tampoco pudieron faltar los martirios de un sacerdocio que redime al mundo. Ay! me decía con tristeza dos días antes de su muerte- pienso que mi vida ha sido solo sufrir…y se acordaba de las torturas de una salud siempre precaria pero callaba los secretos de sus penas morales que como noches de Getsemaní atormentaba su espíritu.
Todo ha pasado ya, querido Monseñor. Vuestros ojos cerrado nuevamente entre los cojines de ese rico féretro que os regaló la amistad sincera, y que dentro de pocos minutos van a ser cubiertos por las sombras del sepulcro, son la expresión dulce de un descanso merecido. Naciste para ser sacerdote, ha terminado la fase militante y hoy sois trasladado a las jerarquías triunfales. Gozad ya vuestro sacerdocio eterNo. Y no dudamos que así como la consagración episcopal no cambió vuestra sencillez jovial y vuestro cariño hacia la Diócesis solariega de vuestro sacerdocio, así ahora ungido por la muerte y trasladado a la eternidad, seguiréis siendo nuestro sacerdote amigo y continuarán preocupándonos los problemas de la Patria que soñasteis feliz y la marcha de la Iglesia que quisisteis siempre en triunfo.
Señor, fue fiel a su sacerdocio. Dadle el eterno descanso y que brille sobre él la luz perpetua. Así sea.
Presbítero Monseñor Oscar A. Romero

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