En el jubileo de oro de Monseñor Plantier, dedicamos estas modestas líneas para orientar a su verdadero objetivo el merecido aplauso.
Y es que hoy más que nunca urge poner de relieve la verdadera faz del sacerdote, porque hay una tendencia espantosa al naturalismo. Y como un criterio nada o poco sobrenatural se ve al sacerdote y se aprecian sus actuaciones teniendo en cuenta solo al hombre y a la materialidad de su obra.
Cuando el Papa Juan XXIII definió su cargo en uno de sus primeros discursos, descalificó ese modo naturalista de apreciar al sacerdote. «Hay algunos, dijo que esperan del Pontífice que sea un estadista, un diplomático, un sabio, un organizador…tienen conceptos que no se ajustan al verdadero ideal…El Pontífice encarna ante todo la figura del Buen Pastor…todas las cualidades humanas como ciencia, diplomacia, tacto y capacidad organizadora, pueden servir para embellecer y complementar el reinado de Pontífice, pero de ninguna manera pueden sustituir aquello…
Así también puede haber bellos talentos que embellecen la actuación de su sacerdote, pero de ninguna manera sustituye la verdadera faz de su sacerdocio que esencialmente es el «carácter sacerdotal» que configura espiritualmente a un hombre con el sacerdocio de Cristo para presentarlo en el mundo como Hombre de Dios, del Sacrificio y del Sacramento, Ministro de la Iglesia y de la palabra, el hermano universal de todos sus semejantes.
Todas las obras de un sacerdote deben ser el reflejo de ese carácter sacerdotal. Los que no alaban más que la acción y el éxito humano de un sacerdote, minimizan su grandeza y lo exponen al terrible juicio de Cristo: ya recibisteis vuestra recompensa.
Los verdaderos católicos se alegran en este jubileo sacerdotal porque ven ante todo la nobleza de un alma que fue configurada con Cristo, sacerdote Eterno, hace cincuenta años, para colaborar desde entonces con el Redentor a dar gloria a Dios y a salvar las almas.