Una devota y cariñosa muchedumbre dio antier en Catedral la bienvenida a Monseñor Machado que regresaba de la primera etapa del Concilio.
Cuando el Sr. Obispo contestaba al sustancioso saludo del Vicario General de la Diócesis, P. Montesinos, pensábamos que así como San Miguel, otros tres mil pueblos de todos los continentes oían ese mensaje de optimismo y renovación que los obispos del Concilio van esparciendo cual nuevos ángeles de navidad por todo el mundo.
Y es que el Concilio ha ofrecido a los obispos experiencias y vivencias de valor incalculable.
Por más expertos pastores y maestros que hubieran sido, este trimestre de su vida les ha enseñado a pulsar ese vigoroso torrente de vida divina que circula en la Iglesia concentrada hoy en Concilio. El contacto con todas las razas que forman el Cuerpo místico de Cristo han dejado extasiada su alma ante la grandeza y el poder de nuestra religión. El participar con el Papa «la solicitud de todas las Iglesias» del mundo los ha vuelto más amplios en el catolicismo y más firmes en la unidad de su fe y más responsables en la común faena.
Todo este nuevo brillo notamos en la palabra de nuestro Obispo. Y queriendo contagiar a su pueblo acentuaba el concepto de «Iglesia» que será sin duda el concepto vertebral del Vaticano II. Porque decía Monseñor «Nada puede determinar la Iglesia sin nosotros. Somos la Iglesia todos los católicos y su misión de salvar al mundo depende de cada uno de los católicos».
Los obispos llamados «Ángeles» en el Apocalipsis son los ángeles de esta navidad del Concilio. El Papa Juan XXIII, representante de Cristo, los envía a todos los horizontes de la tierra para decir a todos los hombres que Dios está con la Iglesia Católica, y que el Concilio es «una nueva Pentecostés que hará que florezca en la Iglesia su riqueza interior y su extensión hacia todos los campos de la actividad humana, será un nuevo paso adelante del Reino de Cristo en el mundo, un reafirmar de modo cada vez más alto y persuasivo la alegre nueva de la Redención, el anuncio luminoso de la soberanía de Dios, de la fraternidad humana, de la caridad y de la paz prometida en la tierra a los hombres de buena voluntad como respuesta al beneplácito celestial» (Juan XXIII – discurso de Clausura).