Este regalo perenne de la Redención cristiana: la paz, ha encontrado una expresión de frescura y actualidad mundial en la recién pasada semana santa, cuando el Papa Juan XXIII promulgó con fecha del jueves santo su nueva encíclica, titulada por sus dos palabras iniciales «PACEM IN TERRIS».
En nuestra próxima edición publicaremos la maravillosa carta del Padre Santo que ya va estremeciendo el mundo aún en los ámbitos enemigos de la Iglesia. Por hoy publicamos, como nota editorial, la presentación y resumen que el mismo Papa hizo en el momento de firmar en su biblioteca privada el trascendental documento:
Ya está a punto la carta encíclica «Pacem in terris» para tomar amplios caminos del mundo, y nuestro espíritu, como es fácil suponer, está todo él embargado de profunda emoción. Ante todo por el mismo tema del documento- la paz- que responde al primordial anhelo de la familia humana y, además por la fecha que hemos querido asignarle, el Jueves Santo, la Cena del Señor.
Cuan suavemente resuenan las expresiones de Jesús a sus discípulos antes de su pasión y muerte «premundi vita» por la redención y salvación de todos los hombres!
En el encabezamiento mismo de la encíclica brilla la luz de la divina revelación que da la sustancia viva de todo el pensamiento. Pero las líneas doctrinales brotan también de las exigencias íntimas de la naturaleza humana y caen, las más de las veces, dentro de la esfera del derecho natural. Esto explica una innovación peculiar de este documento, dirigido no solo al episcopado de la Iglesia Universal, al clero y a los fieles de todo el mundo, sino también «a todos los hombre de buena voluntad». La paz universal es un bien que interesa indistintamente a todos los humanos; a todos por tanto, hemos querido abrir nuestro espíritu.
La encíclica se desarrolla en cinco partes diferentes: Relaciones del hombre con el hombre; de los hombres con los poderes públicos; de las comunidades políticas entre sí; de los seres humanos y de cada una de las comunidades políticas con la comunidad mundial, y, finalmente, la quinta parte contiene normas pastorales que saltan a primera vista.
Con todo esto no solo hemos pretendido ilustrar los cimientos del edificio de la paz, esto es, el respeto del orden establecido por Dios y de la tutela de la dignidad de la persona humana, sino que hemos indicado, además los diversos planos sobre los que ha de alzarse el edificio e incluso las mismas piedras necesarias para su construcción, sin excluir a nadie de la invitación para aportar su contribución personal. Pero sobre todo, nos dirigimos a los hijos de la Iglesia, haciéndonos eco vibrante de mandamiento de Cristo: «Id y enseñad», y les decimos con ímpetu apostólico: «Llevad la paz, difundid los beneficios».
Abrigamos la esperanza de que los hombres querrán dispensar una grata acogida y abrir el corazón al mensaje de la encíclica «Pacem in terris». Nosotros mientras tanto seguiremos su trayectoria con nuestra plegaria y con el afecto vivisimo que «abraza a todas las gentes».