PROVIDENCIA A NUESTRA PATRIA
» Complaciendo amables peticiones publicaremos los apuntes del panegírico del Divino Salvador, predicado por nuestro Director Presbítero Oscar Arnulfo Romero en Catedral de San Salvador el recién pasado 6 de agosto».
Estremece el alma con las emociones de un sagrado himno nacional el Evangelio que se acaba de cantar.
Se diría que San Mateo compuso esos versículos de la Transfiguración del Señor para que se llamaran un día El Evangelio salvadoreño por autonomasía.
Efectivamente la liturgia de la palabra que culmina este día el 6 de agosto entre cirios e incienso con el canto emocionante de la divina transfiguración, en ninguna catedral del mundo se encuentra un marco tan grandioso, tan original y apropiado, como aquí en nuestra Patria, convertida toda ella en Catedral que la misma mano de Dios dedicó a tan augusto Titular.
La misma circunstancia de no mencionar el nombre propio de este «montem excelsum» (que solo la tradición identifica con el Tabor), parece ideada como una delicadeza para con nuestro pueblo. Para que abstrayendo del concepto geográfico, imagináramos nuestra propia geografía como el místico escenario del relato evangélico.
Y francamente nuestra geografía y nuestro cielo parecen diseñados en el plan de la creación para ser el dichoso monte que América levanta como pedestal y sitial al Divino Salvador de América, esperanza del mundo.
«La mano de Dios»- observaba el inmortal Pío XII- que da a cada cosa su nombre y su sitio, os colocó en el centro del arco que une entre sí las dos partes de un mundo que un día recibió el nombre de nuevo y dispuso que os llamarais República de El Salvador». Y aquel Papa de espíritu exquisito se volvió poeta cuando describía con pinceladas magistrales la opulencia de este nuevo Tabor salvadoreño: «Suelo generoso, cielo claro, belleza insuperable en la altivez de sus montañas, en la serenidad de sus transparentes lagos, en la grandeza de sus cascadas, de sus volcanes y de su mar inmenso».
Emergiendo de nuestra ignota prehistoria, donde quedan como nebulosos los tiempos del mítico Votán y del heroico Quetzalcoalt, esta opulenta geografía comienza a servir de escenario a nuestra historia bajo el nombre de aquel Pedro de Alvarado que en 1524 ponía sus conquistas bajo la protección de la Santísima Trinidad y en 1528 daba el nombre de San Salvador a nuestra capital.
Con este designio de cristiana inspiración, aquel ilustre Capitán nos entregaba como primicia de la civilización una fiesta patronal de alta evocación cristiana: La transfiguración. Desde tiempos muy antiguos comenzó a celebrarse en el Oriente bajo la denominación griega «E agia motamorfosis tou Kiriou» (la Santa Transformación del Señor), y pasó al Occidente por disposición del Papa Calixto III para conmemorar una célebre victoria del cristianismo reportada precisamente el 6 de agosto de 1457.
Con cuanta razón concluía el Papa Pío XII, al analizar esta base patria de nuestra civilización: «no solo fue la acendrada piedad de Don Pedro de Alvarado, la que tan altamente os bautizó en los albores de la conquista americana, sino más que nada la Providencia misma de Dios».
Verdadero detalle de la Providencia Divina fue para nosotros este augusto Titular. El 6 de agosto y la densa mística del mensaje del Tabor vinieron a ser como la vocación de nuestra Patria. Desde entonces este misterio marcó los hitos de nuestra historia y caracterizó con sello inconfundible el rostro de nuestro catolicismo patrio. La imagen patronal del Divino Salvador, que preside hoy esta solemne reunión, fue obsequiada por el más grande Emperador de España Carlos V, y parecer esculpida para inmortalizar en su gesto genial de asombro, el encuentro de nuestra Patria con Dios; ante esa imagen juraron lealtad al catolicismo nuestros mayores y las autoridades capitalinas. Esta histórica Iglesia parroquial del Divino Salvador, elevada al rango de primera catedral de la nación, fue la cuna de nuestra Jerarquía Eclesiástica y la tumba donde duermen sus sueños de gloria nuestros próceres; aquí vive guardando en sus pupilas de madre la tradición de nuestros abuelos, la Virgen del Rosario: Aquí anida el germen de nuestra libertad y aun cuando allá afuera a no fuera posible cantar nuestro himno patrio, sería aquí siempre el valuarte donde se cantarían nuestras libertades.
Por eso, el 6 de agosto, fue siempre el día en que acudieron como si fueran los escalofríos de la emoción nacional, las numerosas caravanas por todos los senderos de nuestro paisaje para venir a la tradicional «Bajada» y a las inolvidables «fiestas agostinas», era la cita del Divino Salvador con todos los pueblos cobijados con su nombre y su protección!. Por eso os decía que el evangelio que se acaba de cantar es como el sagrado himno nacional que exalta la belleza de nuestro suelo, interpreta el sentido de nuestra historia y alienta las esperanzas cívicas y religiosas de nuestros pueblos.
Cierto que ya no son las alegres fiestas agostinas de antaño y que el juramento de nuestros próceres de fidelidad a la Religión de los siglos pasados, ha sido mil veces traicionado por quienes debieron ser sus más celosos custodios…Y alguien podía pensar con pesimismo si esta indiferencia de la Patria para con su Augusto Patrono sea acaso el símbolo de una religión ya superada por el progreso de los tiempos nuevos…
Sin embargo nunca como hoy es tan palpitante y actual el rico mensaje de nuestra pascua nacional. La Iglesia, la Patria, la historia, están viviendo hoy horas de profunda transfiguración. Este año pasa a la historia cargado de las glorias insustituibles del Papado…brilla en lo alto la antorcha del Concilio Vaticano que todos los hombres inteligentes miran para iluminar los nuevos caminos del presente y del porvenir… Es el año jubilar de oro de nuestra Providencia Eclesiástica Salvadoreña. En Diócesis y en parroquias se va celebrando este jubileo, no para dormirse sobre laureles, sino para revisar los campos bañados de sudores apostólicos y otear con nuevas esperanzas el porvenir, y ya se ve vislumbrar en el cercano horizonte, sobre las copiosas mieses de la Patria, el fulgor de un Segundo Congreso Eucarístico como un nuevo Tabor.
Es pues en esta hora de revisiones ecuménicas y nacionales cuando más urgente y actual se presenta nuestro misterio nacional. Urgen hoy más que nunca, para iluminar los nuevos caminos a seguir, las luces del Tabor que marcan las rutas auténticas de la Iglesia y de nuestra Patria.
Subamos pues con el Divino Maestro al Tabor para aprender esta lección de urgente actualidad.
Es un caluroso día de agosto, último año de la vida de Jesús. La subida al Tabor es fatigosa. Quienes hemos tenido la dicha de conocerlo, no olvidamos nunca las dulces emociones de aquella pendiente de 562 metros que separan en altura las fértiles llanuras y aquella atrayendo cumbre solitaria. Pero la fatiga desaparece cuando desde allá se contemplan aquellos paisajes que más parecen páginas inmensamente extendidas de la Biblia y de la Historia. Hacia el Sur la inmensa llanura de esdrelón, limitada al Oeste por las Montañas del Carmelo y de Efraín. Hacia el Norte las Montañas de Galilea que esconden la aldea nutricia de Jesús, Nazaret; y más allá el valle del Jordán, el mar de Tiberiades casi reflejando en sus aguas la blancura de nieve del Gran Hermòn, frontera norteña de la Tierra Prometida.
Pero más que esa belleza mediterránea, aquel paisaje fascina por la fantástica visión de siglos y pueblos lejanos que evoca; guerras heroicas y prodigiosas, encuentros de ejércitos y naciones, marchas de poderosos capitanes, manifestaciones tremendas de la potencia divina…el divino paso de Jesús con sus apóstoles o seguido de muchedumbre ávidas de consuelo y de verdad. Allá fue el sermón de la montaña, allá la cátedra de las parábolas inmortales…por esos caminos pasó Dios derramando con manos de hombres sus perdones, sus milagro, su amor a la humanidad.
En este mirador de la historia y de la Biblia donde Jesús posó para brillar este día como luminosa antorcha de la humanidad: «Habiendo tomado consigo a Pedro, a Santiago y a Juan su hermano, subió al monte excelso y se transfiguró ante ellos; y comenzó a relumbrar su faz y sus vestidos se pusieron blancos como la nieve. Y aparecieron conversando con Moisés y Elías…Tomando Pedro la palabra dijo a Jesús, Señor que bueno que estamos aquí, si quieres hagamos aquí tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Estando aún él hablando, de pronto, una nube luminosa los cubrió. Y he aquí una voz salida de la nube que decía: Este es mi hijo querido en quien tengo mis complacencias, escuchadle. Y al oírlo los discípulos cayeron sobre su rostro y se aterrorizaron sobre manera. Y se acercó Jesús y tocándolo dijo: Levantaos y no tengáis miedo. alzando sus ojos, a nadie vieron sino a El, sólo a Jesús. Y mientras bajaban del Monte, les ordenó Jesús diciendo: a nadie digáis la visión hasta que el Hijo del hombre hubiere resucitado de entre los muertos».
Sólo la mano de Dios podía trazar este bosquejo tan genial del cristianismo, con materiales que solo El tiene en su mano: hombres, sol, nieve y nubes…la maravillosa historia de la Religión cristiana, desde el principio de los tiempos hasta la consumación de los siglos, aparece en estos tres relieves de la gloriosa teomanía del Tabor:
• Primero: Jesús es presentado en toda su grandeza de Divino Salvador de los hombres.
• Segundo: El misterio de la Iglesia se ilumina en la milagrosa convergencia de las dos alianzas que extiende a toda la humanidad la divina salvación de Jesús.
• Y tercero: la naturaleza humana vislumbra su alto destino y proclama que solo Cristo y su Iglesia se lo pueden proporcionar.