Siempre será cierto que los mejores patriotas coinciden ser los hombres que mejor adoran a Dios.
El Papa Paulo VI acaba de ilustrar este principio que cunde por toda nuestra historia, al dirigir su sabia palabra a un grupo de jóvenes católicos de Inglaterra, peregrinos en Roma el mes próximo pasado.
«Debéis de recordar- les dijo Su Santidad- que pertenecéis a una gran Nación y, por tanto tenéis el deber de demostrar que la juventud católica, orgullosa de pertenecer a ella, sabe apropiarse sus virtudes naturales, sus buenas tradiciones, sus nuevas necesidades y, por consiguiente, saber dar a la vida nacional una contribución moral y espiritual de especial valor».
El patriotismo es un diálogo y un cambio de ofrenda. Es la patria que ofrece al hombre el rico patrimonio de sus virtudes naturales y sus bellas tradiciones…y el hombres que responde y entrega su propia vida como contributo para enriquecer más la herencia recibida y pasarla más opulenta a la posteridad.
Pero en ese diálogo de generosidad nadie mejor que un hombre de fe responder a los apremiantes postulados de la Patria. Porque solo la fe de alas para encumbrarse sobre los intereses rastreros. Los valores untraterrenos y espirituales que cultiva la religión, son en definitiva los que mejor comprenden y con más decisión impulsar al ordenado manejo de los valores temporales que cultiva la Patria.
Esa misma idea expresó el Papa Pío XII traduciéndola en esperanzas del pueblo salvadoreño. He aquí sus inmortales palabras que no nos casaremos de repetir hasta que haga eco tanto en la conciencia de nuestros católicos para que se decidan a vivir un catolicismo más auténtico y más «militante» como también en la conciencia de quienes empuñan el timón de la Patria y pueden dar el viraje hacia su definitiva redención: «Las fuerzas latentes del católico pueblo de El Salvador- dijo el Papa-eliminados resueltamente los impedimentos por todos reconocidos, especialmente en el campo de la enseñanza, deben resurgir pujantes y acudir benéficas a todos los centros vitales de la nación, preparada ya para esta ascensión moral, cultural y espiritual, sin que de tal surgimiento tenga nada que recelar ninguna prudente administración antes bien mucho que esperar».