Después de una introducción de carácter religioso-patriótico, se enfoca el misterio de Transfiguración como una síntesis de la historia del cristianismo. La maravillosa historia de la religión verdadera, desde el principio de los tiempos hasta la consumación de los siglos, aparece en estos tres relieves de la gloriosa teofanía del Tabor:
Primero, Jesús es presentado con toda su grandeza de Divino Salvador de los hombres. Segundo, el misterio de la Iglesia se ilumina en la milagrosa convergencia de las dos alianzas que extienden a toda la humanidad la divina salvación operada por Jesús. Y tercero la naturaleza humana vislumbra en Cristo transfigurado su alto destino y confiesa que solo en Cristo y por su Iglesia puede alcanzarlo.
I- JESÚS DIVINO SALVADOR DE LOS HOMBRES
Lo primero que resalta en el ministerio de la transfiguración es esta verdad que es la roca fundamental de nuestra Religión: que Cristo es Dios y es Salvador de los hombres.
A. CRISTO ES DIOS
Que Cristo es Dios lo proclama la luz misteriosa que brota de su semblante, la nube luminosa que cubre la cumbre del Tabor, la presencia de los cinco testigos cualificados, y sobre todo el explícito testimonio del Padre.
4 El más grande de nuestros teólogos, Santo Tomás de Aquino, dice que no fue aquella claridad el rostro de Cristo una claridad venida de afuera, sino la emanación de la divina persona y la gloria del alma que Jesús llevaba ocultas para poder padecer los misterios de la Redención. Pero que en aquella ocasión quiso derramarla al exterior para demostrar a los que iban a sufrir el escándalo de la cruz, la gloria de su futura resurrección y la majestad tremenda con que vendrá un día a juzgar a los vivos y a los muertos.
5 También fue indicio de la divinidad de Jesús aquella nube luminosa que oprimió con su majestad omnipotente la pobre fragilidad de los apóstoles. Como la nube que un día en el desierto de Sinaí se extendía sobre el tabernáculo mientras la gloria de Dios penetraba en él, esta nube que cubre a Jesús era el indicio sensible de la presencia benévola de Dios en la tierra.
6 La presencia de los personajes más célebres y venerados de la antigua Alianza, haciendo cortejo a Jesús, proclama la superioridad divina de Cristo sobre los siglos antiguos. Están también allí los Apóstoles cuyo príncipe apenas hace seis días ha sido elegido Supremo Jerarca de la Nueva Alianza por haber proclamado el dogma central del cristianismo: Tu eres Cristo el Hijo de Dios viviente.
7 Pero sobre todo la voz misteriosa del Padre da el testimonio explícito de la Divinidad de Jesús. Quién oyera aquí la elocuencia de San León Magno comentando en una célebre vigilia romana, junto a la tumba de San Pedro, las misteriosas palabras del Tabor: este es mi hijo amado en quien me complazco, oídle. Este es mi hijo, el que nació de mí y está conmigo desde antes de todos los tiempos…el que es conmigo, una sola divinidad, una sola potestad, una sola eternidad. Este es mi hijo, no adoptivo como podrán ser todos los hombres mediante la gracia santificante, sino mi hijo por naturaleza, el que nace eternamente de mi propia esencia, igual en toda a mi. Es mi hijo por quien fueron hechas todas las cosas y sin el cual nada se ha hecho, porque todo lo que yo hago, del mismo modo, inseparablemente, lo hace El Conmigo, jamás se divide nuestra unidad, y siendo distinto yo que lo engendro y El engendrado, sin embargo no debéis pensar de el una cosa distinta de lo que podéis pensar de mí. Este es mi hijo que no por usurpación pretender ser igual a mí, sino que permaneciendo en la forma de mi misma gloria, solo por tener que redimir al género humano, de común acuerdo conmigo, inclinó hasta tomar forma de sirvo la Deidad inconmutable. En El tengo mis complacencias porque en él está toda mi naturaleza de Dios, fuente inagotable de infinito bien de donde brotan todos los bienes, fuente de toda belleza, de toda verdad, y perfección de donde brotan todas las hermosuras, todas las verdades, toda perfección. Oidlo…porque es Dios y en él están la verdad y la vida, él es mi virtud y mi sabiduría, la clave de todas mis revelaciones.
B- CRISTO ES SALVADOR DE LOS HOMBRES
Pero allá en el fondo de toda esta transfiguración de gloria, se ve en toda su crudeza trágica y sangrienta, la transfiguración del dolor en el Calvario.
Moisés y Elías, dice del Evangelio de San Lucas, aparecieron hablando con Jesús «acerca del tránsito que él iba a realizar en Jerusalén». Los Apóstoles escogido para aquella luminosa manifestación de lo divino, serán los mismos que en una noche próxima contemplarán la tristeza, el tedio y el pavor de lo humano abatido hasta el abismo en Getsemaní. en fin, la misma razón de ser de esta gloriosa teofanía es preparar los ánimos para el pavoroso escándalo de la cruz, que ya se avecina.
En una palabra la manifestación de Jesús como Dios en el Tabor, es también la manifestación de Jesús como víctima doliente de la humanidad. Las mismas credenciales que en el Tabor la acreditan como Hijo de Dios, sirve también para acreditarlo como «Varón de dolores» cuyos sufrimientos por ser de Dios tendrán el suficiente mérito para salvar a los hombres. Si dentro de pocos días se va a cumplir la increíble profecía de la pasión, los hombres ya saben que tras aquellas carnes desgarradas y tras aquellas lágrimas silenciosas se esconde aquella luz brillante de Dios que en estos momentos fulgura sobre el Tabor y que entonces irán dando al sufrimiento humano el precio divino que paga la deuda de nuestras culpas, y salva al mundo de la esclavitud del pecado, del infierno y de la muerte, y recuperan para la humanidad, la gracia y la gloria.
Jesús en el Tabor, verdadero Divino Salvador del Mundo, sublime paradoja de gloria y humillación, la gracia y la gloria y humillación, síntesis divina de una misericordia omnipotente abatida hasta el abismo de la miseria humana para ser fuerza de divina salvación.
II.- LA IGLESIA, MISTERIO QUE PROLONGA LA DIVINA SALVACIÓN
Aquel misterio paradójico de gloria y humillación que salva al mundo, debe llegar a todos los hombres de la historia: Por eso aparece proyectado como en dos haces de luz desde este momento de la transfiguración hacia el pasado, hasta el principio de la humanidad, y hacia el porvenir hasta la consumación de los siglos. Viene a ser la Transfiguración una espléndida síntesis del Reino de Dios en la historia de su vida, cuando seis días antes en Cesarea de Filipo aseguró: hay algunos de los que aquí mismo están que no gustarán la muerte sin que antes vean el Reino de Dios.
Efectivamente la presencia de aquellos cinco privilegiados testigos es mucho mas que la presencia de cinco hombres. Moisés y Elías por una parte, representan en esta teofanía el Reino de Dios en sus dos grandes etapas que cubren la historia para dilatar la salvación divina de Jesús hacia los hombres nacidos antes de él y hacia las futuras generaciones.
A.- LA ANTIGUA ALIANZA
La teología de Santo Tomás se torna aquí sublime poesía cuando compara estas dos porciones de la humanidad como si fueran una procesión de domingo de Ramos que se vuelve cósmica para abarcar a todos los hombres que marchan delante y detrás del Divino Salvador, clamando «Hossana», como para implorar de él la salvación.
Era el eco de este día de Tabor, el que oyeron, muchos siglos antes, los hombres cuando Moisés profetizó: «Yahvé, tu Dios, suscrita para ti de en medio de ti un profeta como yo, que vosotros escucharéis» (Deut 18,15).
O cuando siglos antes presagiaba Malaquías (4-5) «He aquí que yo os enviaré a Elías el Profeta, antes que venga el día grande y tremendo el Señor».
Las revelaciones antiguas van descubriendo el prodigioso plan de Dios de salvar al mundo en su propio hijo. Esperando al Divino Salvador se santificaron y salvaron los siglos antiguos. Alimentar esas esperanzas en «el que ha de venir» era el ministerio de esta primera etapa del Reino de Dios. Por obra de los profetas y de la ley la figura de Jesús se ha ido perfilando cada día más nítida en el alma de los hombres, tal como aparece por fin aquí en el Tabor: Dios Salvador.
B.- LA NUEVA ALIANZA
La antigua Alianza ha terminado su misión providencial. El antiguo Testamento ha preparado los caminos del Divino Salvador. Ahí está toda su grandeza, pero también sus límites. Esos caminos se cortan aquí en la «plenitud de los tiempos».
El Divino Salvador marchará ahora por los siglos venideros en otra institución diseñada por la misma mano de Dios. Moisés y Elías han venido para traer el opulento patrimonio de las Antiguos Revelaciones y de las esperanzas humanas, para ponerlas en las manos jóvenes de la bella esposa de Cristo, la Iglesia.
El Jefe Supremo de esta nueva fase del Reino de Dios ha sido elegido ya por él mismo Cristo y ha sido admitido aquí para contemplar la gloria del Transfigurado. Porque él como Santiago y Juan son las primicias de una jerarquía que ha de desparramarse por todo el mundo y por todos los siglos para llevar a todos los hombres ese testimonio que se acaba de cantar en la epístola de esta solemne pontifical: «No os predicamos artificiosas fábulas…somos testigos oculares de aquella majestad…hemos oído la voz del Padre en la magnífica gloria exclamar Este es mi hijo querido, escuchedle…Esta es la fe que debe brillar en el mundo como lámpara en las tinieblas…»
Y como luz que camina en las tinieblas de los siglos, la iglesia avanza…es Cristo que vive en ella para salvar a los hombres de todos los tiempos y de todos los pueblos.
Por eso, así como el Viejo Testamento presagió a Cristo en su misteriosa paradoja de gloria y de humillación…la Iglesia tiene que representarlo también así, en el misterio de gloria y humillación que salva al mundo. No nos extrañe sentir en ella el poder luminoso de Dios que salva y ver al mismo tiempo el penoso contrapeso de la debilidad humana. Como Cristo en el Tabor que figura como Dios en luces de transfiguración y que se anuncia como hombre abatido hasta la profunda expresión de la humillación…que un momento desparrama en la cumbre la espléndida luz que lleva oculta y otro instante ya está solo con sus apóstoles para bajar al valle donde lo espera el cansancio…la sed…el sueño…la sangrienta transfiguración del calvario…Así la Iglesia es misterio de divino y humano porque lleva toda la plenitud de esa paradoja que salva a la humanidad.