REGALO DE LA PROVIDENCIA A NUESTRA PATRIA
III- Solo Cristo y la Iglesia ofrecen salvación y felicidad
Terminamos de duplicar hoy los puntos del penegírico del Divino Salvador pronunciado este año por nuestro Director Presbítero Lic. Oscar Arnulfo Romero en la catedral de San Salvador.
A.- CRISTO Y SU IGLESIA SUPREMA NECESIDAD DE LOS HOMBRES.
«Señor qué bueno es estarnos aquí «exclama Pedro al experimentar frente a la humanidad glorificada de Cristo el destino de luz y de alegría que espera a todos los hombres. Era precisamente lo que Jesús se había propuesto al realizar esta manifestación de su gloria, provocar en los tres apóstoles y en toda la humanidad el deseo de los gloriosos frutos de la Redención.
A veinte siglos de distancia, el sucesor de aquel Pedro, el inmortal Juan XXIII, propone en términos ecuménicos la misma experiencia de los hombres en el Tabor. Fue en la ecuménica la misma experiencia de ceremonia inaugural del Concilio cuando el Papa proclamó: «El gran problema planteado al mundo que queda en pie después de casi dos mil años: Cristo radiante siempre en el centro de la historia de la vida. Los hombres o están con él y con su Iglesia y en tal caso gozan de la luz, de la bondad, del orden y de la paz o bien están sin él o contra él y deliberadamente contra su Iglesia, con la consiguiente confusión y esperanza en las relaciones humanas y con persistentes peligros de guerras fratricidas».
No será esa una vana ilusión de la Iglesia, la de sentirse igual que Cristo necesaria para la felicidad de los hombres de hoy? No serán viejas nostalgias de un pobre pescador de Galilea que se satura de modesta felicidad en la cumbre del monte? a caso los avances de un modo pródigo de diversiones, que va aprendiendo a vivir sin ley de Dios y a dar rienda suelta a todos sus antojos, no habrán enseñado a los hombres a saciar los anhelos de su corazón con valores más modernos que los que el Divino Salvador ofrece por su Iglesia.
No.Aquella admiración de Pedro frente a la gloria de Cristo es la misma que, quizás sin comprenderlo, acaba de estremecer al mundo con ese torbellino de publicidad que invade a la prensa, la radio, la televisión, el cine para comunicar entre los hombres las emociones, el asombro, la esperanza de una Roma donde la Iglesia convoca y celebra un concilio que los pueblos ven como faro de nuevos caminos, y donde el misterio de dolor y de gloria de la transfiguración se repite con caracteres universales de la muerte de un Papa llorando por todo el mundo y en la elección de un Papa esperando por todos los hombres. – Precisamente Paulo VI es el que con más intuición y autoridad desentraña el significado de esos hechos, cuando en la Capilla Sixtina comentó a las ochenta embajadas que asistieron a su coronación papal: «El concierto del mundo – observaba el Papa- ha tomado en nuestros días una conciencia mas viva del inmenso capital de riquezas morales y espirituales que la Iglesia tiene a su disposición: ha comprendido que se ofrece un factor decisivo y sobradamente bien hechor a todos los hombres de buena voluntad que quieran trabajar en la organización pacífica de la vida de los hombres sobre la tierra. Cómo no ver ahí, según la feliz expresión de nuestro Predecesor, uno de los «signos de los tiempos» portadores y mensajeros de las más vivas esperanzas?».
Casi se diría que el Papa actual comenta la plegaria de la Transfiguración que acaba de cantar el Excmo. Metropolitano y en el cual se expresan los tres grandes valores de la redención ofrecido en el Tabor: la fe confirmada con tan brillantes testimonios para saciar el incontenible anhelo de verdad que acucia a toda las inteligencias…la adopción divina que nos hace verdaderos hijos de Dios para saciar estas ansias misteriosas de grandeza y de llegar a ser dioses…y las promesas de la gloria inmortal que se presentan como un hecho ya en Cristo transfigurado para responder a esa hambre incoercible de felicidad y de gloria e inmortalidad que todos sentimos…
B.- LA VOCACIÓN DE NUESTRA PATRIA
Nuestra Patria salvadoreña comprendió desde sus orígenes ese llamamiento de los destinos humanos y buscó saciar sus anhelos en las fuentes luminosas de este misterio del Tabor que puede llamarse nuestro sacramento nacional. La incomprensión de los gobiernos para con estas legítimas aspiraciones tornó tortuoso y oscuros los caminos al querer cesgar su limpia trayectoria de fe para iluminarla con otras luces fatuas. Sin embargo, ni todas las maquinaciones del mal guarecidas en el ministerio de la masonería o del comunismo han logrado ni lograrán desviar el auténtico y tenaz anhelo de la Patria de vivir bajo la gloria de la Transfiguración. Para probarlo bastaría auscultar el íntimo y continuo vibrar del corazón del pueblo; pero vamos a fijarnos más bien en la historia de nuestras relaciones con la Santa Sede que es la historia del anhelo de un pueblo que no sabe vivir sin armonía con la Esposa del Divino Redentor. Demos gracias a Dios que ha habido gobiernos y hombres que supieron hacer realidad esas fuerzas latentes y vigorosas del alma salvadoreña.
1 En 1841 es el Presidente Juan Lindo que envía al Presbítero Dr. Jorge Viteri y Ungo a Roma, el cual vuelve trayendo del Papa Gregorio XVI en 1842, sobre sus propias sienes, la primera mitra salvadoreña que como un trofeo pasó sobre este mismo altar y que ha florecido después de un siglo con la espléndida jerarquía de siete mitrados salvadoreños.
2 En 1862, es el Presidente Gerardo Barrios quien firma con el bondadoso Papa Pío IX, el primer contrato que era expresión de armonía y comprensión entre la Iglesia y nuestra Patria. Por desgracia se desataron también sobre nuestro suelo los fatídicos vientos de revolución masónica que hicieron caer en el incumplimiento la seriedad de aquel compromiso internacional.
3 Pero en 1920, para gloria de nuestra Diócesis migueleña, la intervención inteligente de nuestro Primer Obispo Monseñor Juan Antonio Dueñas y Argumedo, inició un nuevo período de concordia. Con su alma de príncipe fue un ángel de armonía que llevó a Roma la voluntad de acercamiento del Presidente Don Jorge Meléndez y trabajo del Papa de la Virgen de la Paz Benedicto XV, como plenipotenciario en misión especial, la augusta benevolencia de la iglesia para el pueblo salvadoreño.
Inolvidable fue aquella histórica recepción del 5 de noviembre de 1920, cuando vuestro Mitrado bajaba de la cumbre vaticana al Palacio presidencial trayendo sus credenciales y el mensaje de la Iglesia. Aquel principio de concordio florece hoy una Nunciatura Apostólica en El Salvador y una embajada salvadoreña ante el VaticaNo.
En la palabra de Monseñor Duelas palpitó aquel día la voz de la Iglesia y el auténtico sentir de nuestro pueblo. «La guerra mundial- Dijo Su Excelencia- ha quemado en sus fuegos los vetustos prejuicios y radicalistas animosidades contra el faro benéfico y paternal del VaticaNo. ..Los grandes políticos de ambos mundos han llegado a cristalizar sus convicciones de aquel estado laico es únicamente el estado separado de la Iglesia; pero no el estado enemigo de la Religión…dos potencias no son totalmente adversas porque no estén unidas…el hecho de laicización debe de entenderse en tal forma de no herir en nada los sentimientos religiosos de los pueblos…quien desprecia las fuerzas y energías religiosas se expone en política a muy graves desilusiones».
Desgraciadamente esos «vetustos prejuicios» han seguido agarrados al timón de la nación por maquinaciones de la masonería que ha sabido imprimir aquella impronta de hipocresía y traición solapada que el Papa Pío XII, con términos respetuosos pero firmes denunciaba ante nuestro embajador en la presentación de credenciales de 1952:
«La situación constitucional y legislativa no se ha realizado siempre en su patria, como en otras naciones, de acuerdo con los principios y criterios que parecían exigir los sentimientos religiosos del pueblo y los inderogables postulados de un bien común rectamente entendido. Bajo el pernicioso influjo de ciertas ideas cuya fatalidad es cada día mas evidente, vinieron a sucederse en vuestra nación, tras algunas ordenaciones bien orientadas, retrocesos y roces, de cuyos efectos sufre hoy todavía sensiblemente una buena parte de su pueblo…» El Papa exhortaba a una rectificación que tuviera más en cuenta «las oportunas enseñanzas del pasado…» y las legítimas aspiraciones de la inmensa mayoría de la población».
Y el Supremo Pastor de los pueblos concretaba en respetuoso reclamo en tres metas bien definidas que bien podían ser el objeto de nuestras plegarias en este día patronal de la nación porque marcan los tres cauces por donde bajarían en toda su plenitud las ráfagas vigorizantes de la redención fulgurante del Tabor al alma anhelante de felicidad de este sufrido y decadente pueblo salvadoreño: 1.- Relaciones cada día mas perfectas entre la Iglesia y el Estado.
Es decir leyes y procederes que se inspiren, no en consignas ocultas o intereses bastardos; sino con la mirada limpia puesta en el verdadero bienestar de los salvadoreños que como todos los hombres tiene derecho a vivir bajo la bella armonía y comprensión de un estado que les procure los bienes terrenos y de una Iglesia que les administre sin trabas los exuberantes tesoros espirituales de la Redención.
2.- Colaboración consciente de gobierno y particulares con la doctrina social de la Iglesia. Es decir una legislación y una acción frente al pavoroso e inaplazable problema social que tenga por base no la prudencia humana que muchas veces solo se inspira en intereses creados, sino que la claridad del Tabor ilumine la verdadera fraternidad de los hombres, la verdadera jerarquía de valores temporales y eternos, y los vigorosos y suaves postulados de la justicia.
3.- Una libertad auténtica para que la Iglesia cumpla su misión educadora. Es decir una revisión sin prejuicios ni recelos de los frutos y raíces de la actual educación salvadoreña. Este reclamo del Papa resalta con las luces del Tabor que iluminan en la cumbre una humanidad que toca su destino de gloria, mientras yace en triste degeneración nuestro pueblo educado sin Dios ni religión. Que se eliminen todos esos impedimentos de todos conocidos y se verán un vigoroso resurgir de la Patria, asegura su Santidad.