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No.2913 Págs. 5, 6 Y 8 – EDITORIAL – MONSEÑOR PLANTIER

RUMBO A LA INMORTALIDAD
Publicamos a continuación la Oración fúnebre pronunciada por nuestro Director al Presbítero Oscar Arnulfo Romero en el funeral promovido por las señoras de la caridad en catedral el 2 del corriente:
Parece escrita para esta hora de San Miguel aquella sublime alegría bíblica con que David lloró la trágica muerte de Saul y Jonatás sobre los montes de Gelboé.
Entre sollozos exclamó aquel rey poeta: Mira Israel, como cayeron tus grandes entre tus montañas…! Llorad, hijas de Israel, sobre Saul que era como rico ornamento de vuestro pueblo y colmaba vuestras delicias…
Y al saber que los habitantes de Jebes Galad habían dado digna sepultura a su protector, les dirigió este mensaje que bien podría ser la palabra con que la Iglesia, Madre de todos los sacerdotes, os agradece a vosotras, Sras. de la caridad de San Miguel, la abnegación con la que colaborasteis con él y la fineza con que le distéis digna sepultura a uno de sus más preclaros hijos, a Monseñor Plantier.
«Bendito seáis del Señor- les mandó decir David-, porque hicisteis esta misericordia de vuestro señor y los sepultasteis. Por eso os retribuirá el Señor misericordia y verdad, y yo mismo os retribuiré benevolencia porque os parteasteis así..Robusteced vuestras manos y sed hijos de la fortaleza; pues aunque haya muerto vuestro señor, sin embargo me ungió a mí la Casa de Judá para ser rey». (2 Reyes 2).
1.- Hicisteis con él la misericordia
Si es esta hora de dolor sereno la más propicia para deciros con la gratitud de la Iglesia que fuisteis vosotras, señoras de la caridad, el fecundo complemento del sacerdocio de Monseñor Plantier.
Y una vez más la mujer noble ha hecho honor al sublime destino que le señaló su Creador. Porque aquellas palabras del Génesis: «no está bien que el hombre esté solo, hagámosle una ayuda semejante a él «tiene una aplicación maravillosa cuando esa rica armonía de ternura y abnegación que es de toda mujer se entrega a la Iglesia en colaboración desinteresada con un sacerdocio casto que sabe que su vocación es dar testimonio del amor de Dios a los hombres. Es entonces cuando la mujer complementa esos impulsos pletóricos de caridad del sacerdocio católico.
¿Qué otra cosa fueron para el mismo Jesús aquellas mujeres de las que dice el Evangelio «que le servían con todos sus bienes»?
¿Qué otra cosa representan los apóstoles aquellos hombres de mujeres inmortalizados en las páginas sagradas de San Pedro: Fobe, Prisca, María; Trifana, la madre de Rufo, Julia y la hermana de Nereo, Sintque y Evodia? Nombres gloriosos que en la vida de San Vicente de Paul se convierten en Luisa de Marillac y las nobles francesas de su tiempo que iniciaron vuestra sociedad allá en Chantillón des Dombes y en las tierras de los Gondí.

Glorias del alma femenina fueron ellas el natural complemento de aquel admirable sacerdocio de Cristo y sus representantes. Y por eso con gratitud las menciona San Pablo con unas palabras que son sin duda la expresión de Monseñor Plantier desde su eternidad recordando a sus señoras de la caridad de San Miguel: «ayúdalas…son las que trabajaron conmigo en el evangelio…cuyos nombres sean escritos en el libro de la vida» (Filipenses 4-3). Y suplantado aquella lista de las cartas de San Pablo se diría que Monseñor Plantier comienza a enumerar una por una las dignas matronas migueleñas que entretejen la edificante historia de vuestra sociedad, desde aquel 28 de Diciembre de 1929 en que el primer Obispo de San Miguel, Monseñor Juan Antonio Dueñas y Argumedo la plantaba en este suelo y la ponía acatadamente desde entonces bajo el cuidado de su primer Director Monseñor Plantier.
Si un día se escribiera la vida de nuestro querido Monseñor Plantier la fuente natural para la biografía de su corazón caritativo tenía que ser el libro de las actas de vuestra sociedad, así como la biografía de su cerebro debía buscarse en las páginas del semanario «CHAPARRASTIQUE».
Las actas de vuestra sociedad transpiran ese misterioso con nuvio del alma del sacerdote y de la noble mujer migueleña; el vigoroso impulso de un hombre organizador y las delicadas y abnegadas realizaciones de unas mujeres que ven florecer sus institutos de hacer el bien dando de comer al hambriento, techo al desamparado, vestido al desnudo, instrucción y vida a las almas.
Pero aún hojeando esas actas donde se atesoraron los recuerdos de la Sociedad, cuántas otras cosas habrá hecho Monseñor y vosotras sin que las sepa la otra mano, como manda el Evangelio! En la historia de la caridad la más bella página es la que no se escribe.
Las páginas inéditas de vuestra colaboración con el testimonio de la caridad de la Iglesia, es sin duda la página mas hermosa de la vida de Monseñor Plantier. Solo Dios podrá leerla porque solo él la ha escrito en el libro de la vida…son esas caridades ocultas hechas con el cuidado de evitar sonrojos…son esas horas amargas de incomprensión con que Dios sella sus auténticas obras…son esas oraciones secretas con que Monseñor Plantier os habrá encomendado al Señor de la Caridad…son esos agradecimientos sinceros de los pobres, de los que dijo Federico Ozamán: «la gratitud de los pobres es la bendición de Dios».
Y que felicidad más grande puede haber para quien tiene fe y no busca los aplausos humanos sino agradar a Dios y hacer el bien? Y las almas de ese temple son las que deben formar la sociedad de señoras de la caridad. Por eso más que el bien material distribuido a los pobres, la obra de Monseñor Plantier con la Sociedad de Señoras de la Caridad se mide por la formación espiritual que supo dar a sus colaboradoras inmediatas. Y la mejor alabanza que esta obra predilecta Saul que era como rico ornamento de vuestro pueblo y colmaba vuestras delicias…

Y el saber que los habitantes de Jebes Galad habían dado digna sepultura a su protector, les dirigió este mensaje que bien podían ser la palabra con que la Iglesia, Madre de todos los sacerdotes, os agradece a vosotras, señoras de la caridad de San Miguel, la abnegación con que colaborasteis con él y la fineza con le disteis digna sepultura a uno de sus más preclaros hijos, a Monseñor Plantier:
«Bendito Seáis del Señor- les mandó decir David-, porque hicisteis esta misericordia con vuestro señor y lo sepultasteis. Por eso os retribuirá el señor misericordia y verdad, y yo mismo os retribuiré benevolencia porque os portateis así. Robusteced vuestras manos y sed hijos de la fortaleza; pues aunque halla muerto vuestro señor, sin embargo me ungió a mí la Casa de Judá para ser su rey». (2 Reyes 2).
1.- Hicisteis con él la Misericordia
Sí. Es esta hora de dolor sereno la más propicia para deciros con la gratitud de la Iglesia que fuisteis vosotras, señoras de la caridad, el fecundo complemento del sacerdocio de Monseñor Plantier.
Y una vez más la mujer noble ha hecho honor al sublime destino que le señaló su Creador. Porque aquellas palabras del Génesis: «No está bien que le hombre esté solo, hagámosle una ayuda semejante a él» tiene una aplicación maravillosa cuando esa rica armonía de ternura y abnegación que es toda mujer se entrega a la Iglesia en colaboración desinteresada con un sacerdocio casto que sabe que su vocación es dar testimonio del amor de Dios a los hombres. Es entonces cuando la mujer complementa esos impulsos pletórico de caridad del sacerdocio católico.
Qué otra cosa fueron para el mismo Jesús aquellas mujeres de las que dice el Evangelio «que le servían con todos sus bienes»?. Que otra cosa representan para los apóstoles aquellos nombres de mujeres inmortalizados en las páginas sagradas de San Pablo: Fobe, Prisca, María; Trifania, la madre de Rufo, Julia y la hermana de Nereo, Sintque y Evodia?. Nombres gloriosos que en la vida de Vicente de Paúl se convierten en Luisa y Marillac y las nobles francesas de su tiempo que iniciaron vuestra sociedad allá en Chatillondes Dombes y en las tierras de los Gondí.

Glorias del alma femenina fueron ellas el natural complemento de aquel admirable sacerdocio de Cristo y sus representantes. Y por eso con gratitud las menciona San Pablo con unas palabras que son sin duda la expresión de Monseñor Plantier desde su eternidad recordando a sus señoras de la caridad de San Miguel: «ayúdalas…son las que trabajaron conmigo en el evangelio…cuyos nombres sean escritos en el libro de la vida» (Filipenses 4-3). Y suplantado aquella lista de las cartas de San Pablo se diría que Monseñor Plantier comienza a enumerar una por una las dignas matronas migueleñas que entretejen la edificante historia de vuestra sociedad, desde aquel 28 de Diciembre de 1929 en que el primer Obispo de San Miguel, Monseñor Juan Antonio Dueñas y Argumedo la plantaba en este suelo y la ponía acatadamente desde entonces bajo el cuidado de su primer Director Monseñor Plantier.
Si un día se escribiera la vida de nuestro querido Monseñor Plantier la fuente natural para la biografía de su corazón caritativo tenía que ser el libro de las actas de vuestra sociedad, así como la biografía de su cerebro debía buscarse en las páginas del semanario «CHAPARRASTIQUE».
Las actas de vuestra sociedad transpiran ese misterioso con nuvio del alma del sacerdote y de la noble mujer migueleña; el vigoroso impulso de un hombre organizador y las delicadas y abnegadas realizaciones de unas mujeres que ven florecer sus institutos de hacer el bien dando de comer al hambriento, techo al desamparado, vestido al desnudo, instrucción y vida a las almas.

Resolved también vosotras en optimismo el justo dolor de una muerte que suela a catástrofe y a la orfandad insuperable. Mas que David ungido Rey de Judá a la base de vuestra organización una Iglesia que cuenta con garantías de inmortalidad. Y esta es la mejor alabanza del sacerdocio de Monseñor Plantier, el haber injertado desde sus cimientos la obra en la misma jerarquía como lo ordene el espíritu paulino del reglamento. Nihil sine episcopo, nada sin el Obispo. El acta de fundación de diciembre de 1929 hace constar al carácter provisional de la sociedad esperando la aprobación del Obispo ausente. Y sólo en al segunda acta del 31 de enero de 1930 se refleja la alegría y la seguridad de una obra bendecida y aprobada por nuestro primer obispo Monseñor Dueñas quien designó entonces como su Director providencial a Monseñor Plantier que le acompañó hasta la muerte. Y como símbolo de esa adhesión, junto a su lecho de muerte el segundo Obispo de San Miguel reza las preces de la agonía y el primer responso por su alma.

Ay del día en que esta obra se cimiente en otra base que no sea la jerarquía. Dejará de ser obra de auténtica caridad para convertirse en labor incolora de filantropía. En cambio la garantía de la inmortalidad la asiste mientras sea un injerto que vive de la savia de la Iglesia inmortal.
Monseñor Plantier: llora en orfandad vuestra obra predilecta. Vuestra muerte abre una interrogante y un vació difícil de resolver. Pero a los ojos de la fe también se abre una perspectiva de optimismo: dejasteis de ser el Director valiente, providencial, experto, pero os habéis convertido en su intercesor ante Dios. No sabemos los huracanes que deberá enfrentar esa navecilla lanzada por vos al impulso del mar de la caridad. Pero nuestra fe nos hace confiar en la firmeza de la roca de la Iglesia, en ella se aferrará esta sociedad fiel a su espíritu y a su origen. Y mientras cada señora traduzca sus ideales en esta trilogía de santidad; humildad, sencillez y caridad, la sociedad contará con Dios y agregará felicidad a la felicidad de vuestro cielo.
Señor, si por la fragilidad humana su alma contrajo los manchas que no la han permitido entrar aún en tu cielo, míranos en oración pidiéndote para él la luz perpetua y el descanso eterno».

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