El Papa- y no él toda la Iglesia- ha agigantado notablemente su prestigio mundial con su peregrinación a Tierra Santa.
Un Papa peregrino de la Patria de Jesús y de la cuna del Evangelio es la expresión mas atrevida y gráfica de una Iglesia que se busca a sí misma volviendo a las mismas fuentes de vida. Y al hacer esta sincera confrontación con su ambiente original, «el reconocimiento profundo de su fidelidad sustancial, la llena de gratitud y humildad y le infunde el valor de corregirse de las imperfecciones que son propias de la humana debilidad «Tal como el mismo Papa definió la tarea renovadora del Concilio Ecuménico.
Y en verdad, aquel emocionante beso de Paulo VI a la roca bendita del Calvario de Jerusalén, expresa toda la nostálgica ternura del primer Papa el hijo de Jonás que, después de veinte siglos, regresa a la patria, llevando la exuberante cosecha de aquel mensaje que Cristo le confió después de haberlo predicado en el pintoresco mar de Tiberiades, y en la montaña de las bienaventuranzas y en todo el ambiente palestino que el Papa acaba de vivir: mensaje de paz…de amor…de unión…esperanza…de redención.
Por eso el incansable afán del Papa de dirigirse en esos días desde aquel mismo escenario a todos los príncipes y pueblos, indica que la Iglesia posee la convicción profunda de enseñar la misma verdad y repartir la misma vida que predicó y entregó a los hombres aquel mismo Jesús «Hijo de Dios que allí bajó de los cielos, vivió, enseñó, sufrió, murió, resucitó y de nuevo subió al cielo.
Esta renovación de convicciones es el mejor fruto de esta peregrinación de la Iglesia por la Patria de Jesús. El mismo Papa lo dijo en su mensaje de navidad: Este viaje ha de ser «un nuevo acto expresivo de nuestra fe y de nuestro amor a El, y evangélicamente unidos a El, Nos parece que podremos dar mejor, para la salvación del mundo, una irradiación genuina y feliz a aquella misión divina que él mismo nos ha confiado.