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No.2940 Págs. 1, 3 y 12 – EDITORIAL – UNA SEMANA SANTA EN JERUSALÉN

Nostalgia de una peregrinación a Tierra Santa
O.A.R
Una de las emociones más hondas que puede gozar un sacerdote en esta vida, es pasar una Semana Santa en Jerusalén. pero es una emoción íntima de fe…porque exteriormente en cualquier otra parte se celebra una semana santa más pomposa Jerusalén no ofrece, por ejemplo, el espectáculo conmovedor de unas elegantes andas con el Nazareno, ni mucho menos una apoteósica procesión del Santo Entierro como la de San Miguel, pues no hay que olvidar que en Jerusalén el catolicismo es una minoría en medio de un mundo de musulmanes, de judíos y de ortodoxos.
Pero a pesar de ese ambiente de paganismo, indiferente el recuerdo que conmueve a un católico, encuentra uno allá estímulos para la fe que no los encuentra en ninguna otra ciudad del mundo.
Llegó nuestra peregrinación en la tarde de «Sábado de Ramos». Nos alojaron en la «Casa Nuova» de los franciscanos, la ventana de mi cuarto era una invitación continua a la meditación; daba al oriente, allí cerca se levanta la negra cúpula del Santo Sepulcro…y más allá, tras la muralla de Jerusalén y más allá del Cedrón, se ve perfectamente el Monte Getsemaní en cuyas faldas está el huerto donde Jesús fue aprisionado, y de cuya cima comenzó a subir a los cielos en la Ascensión.
La primera visita fue aquella tarde para el santo sepulcro. Me parecía estar soñando frente a aquella fachada conocida solo en los libros…en qué fe se besa aquella roca donde estuvo en pie la cruz cuando Jesús consumaba su martirio por nosotros…con qué administración se ora de rodillas ante aquel sepulcro vacío donde se inicio el triunfo definitivo de Cristo y de su Iglesia.

PALMAS DE BETFAGE
El domingo de Ramos amaneció luciendo espléndida mañana de primavera. Mi primera misa de Jerusalén la pasé toda visitando aquellos contornos del divino huerto donde todavía viven olivos milenarios. Un poco mas arriba está la capilla «del Dominus Flevit» que marca el sitio desde arriba donde Jesús lloró sobre Jerusalén. Si el ingreso de Jesús el domingo ramos fue por la mañana, el espectáculo de Jerusalén era soñador: desde allí la ciudad santa se ve de oriente a poniente, el sol de la mañana ilumina en toda su plenitud; en el lugar de esa árida explanada debieron fulgurar las riquezas del templo del que hoy «no queda piedra sobre piedra».
Pero las ceremonias se celebran por la tarde.
Betfage, la misma aldea mencionada en el evangelio, es el punto de cita de los católicos: colegios, escuelas, asociaciones de Jerusalén, de Belén y de otros sitios, peregrinos venidos de todo el mudo…todos nos congregábamos en torno del Patriarca de Jerusalén. Se reparten las palmas y el imponente desfile comienza a descender, Muchedumbre de turistas, de musulmanes, de ortodoxos, luciendo típicos vestidos orientales, se apiñan a uno y otro lado del camino, mientras serpentean en la ladera la procesión bajo el batir de las palmas y el eco de los hossanas repetidos en todos los idiomas. Esto es el triunfo de Jesús…verdaderamente Jesús sigue viviendo en su Iglesia que va entregando otra vez a Jerusalén. Y cuando uno pasa cerca del «Dominus Flevit» vienen las lágrimas a los ojos al recordar el llanto de aquel divino Rey, que desde aquí presintió las ruinas de su patria: «oh si conocieses también tú como esto, lo que conviene a tu paz…Pero van a venir sobre ti días en que te arrasarán a ti y a tus hijos y no dejarán piedra sobre piedra porque no conociste el tiempo de tu visitación…» Veinte siglos de desolación…un pueblo perennemente errante…esa línea del armisticio mostró su gloria y que hoy esa aridez y paganismo…todos estos pensamientos ensombrecen el triunfo de las palmas y en el corazón se agitan aquellas olas de emociones encontradas que agitaron el corazón de Cristo el triunfo y el dolor!.
La procesión por la puerta de San Esteban y termina en la Iglesia de Santa Ana, donde nació la Virgen. Nunca se olvide el espectáculo de aquella muchedumbre arrodillada para recibir la bendición eucarística.

Aquella hostia consagrada es Jesús…la fe lo siente y como si un huracán, sopla en la plaza, se agitan violentas miles de palmas para saludar al Señor.
NOCHES DE GETSEMANÍ.
Yo no encuentro una emoción semejante a la de ir a meditar en las noches de semana santa al silencioso huertos de Getsemaní. Después de cenar, este era mi paseo favorito en compañía de un piadoso jesuita.
Por las estrechas calles donde los árabes canturrian sus monótonas canciones parábamos silenciosos pensando que un día caminaba por aquí el Cordero de Dios…y allá tras el torrente Cedrón, aferrados a los verjas que guardan el huerto de los olivos, nos deteníamos a reconstruir el camino que debió traer Jesús desde aquella colina sur este donde está el cenáculo hasta este apartado rincón propio a la plegaria…la misma luna ilumina el mismo paisaje donde un día se oyeron los lamentos de la pena moral más espantosa de la historia: la noche silenciosa parece llorar todavía aquí donde se dijo un día «mi alma será triste hasta la muerte…Padre mío aparta de mí este cáliz…pero no se haga mi voluntad sino la tuya…»
Naturalmente la mas hermosa de estas noches fue la del jueves santo. A pesar de una tormenta torrencial, la basílica se llenó de fieles que en silencio meditaban junto aquella roca que interrumpe el pavimento del presbitarlo, todos besan la piedra…fue la que sirvió de reclinatorio a la más sublime de las oraciones…fue la roca ungida con el sudor de sangre…la polifonía de los franciscanos estremece el alma al narrar lo que allí sucedió en aquella noche de amor y de traición.
Bajo la luna de la noche ya avanzada regresábamos a nuestros hospedajes, en silencio…y la ventana de mi habitación seguía invitando a contemplación de aquel paisaje de Getsemaní.
JUEVES SANTO

Se sufre hoy una inmensa desilusión en Jerusalén. La línea de armisticio nos permite pasar el cenáculo que está en la zona judía, y está tan cerca de nuestro hospedaje. Como quisiera un sacerdote pasarse este día de rodillas en aquel lugar donde fue instituido un día como hoy la eucaristía y el sacerdocio. Pero aquella colina celestial es hoy campo de guerra! El espíritu cumple su necesidad de adoración y gratitud en la basílica del santo sepulcro, donde las ceremonias fueron por la mañana por otra dificultad, las tradicionales intransigencias de los ortodoxos. Dios mío, cuánta división donde predicastes el amor!.
VIERNES SANTO
Los oficios se celebran en la basílica, pero en la capilla del calvario. Y cómo recobran vida allí las ceremonias de la adoración de la cruz…allí donde el amor de dios la plantó en redención del mundo. Es tanta la actualidad, que al cantar la pasión el cronista dice: «He inclinando la cabeza, aquí, entregó su espíritu». Con qué actualidad resuenan en aquel altar los imperios» del Viernes Santo, parece que están saliendo de los labios de Jesús.
Moribundo en aquel sitio, aquellas preguntas del amor incomprendido: «pueblo mío que te hice, o en qué te contristé..respóndeme»!
Yo mismo tuve la dicha de celebrar el miércoles santo la misa en el calvario, y sentí estremecerse el alma al leer el cap. 62 de Isaías: «Quién es este que viene de Edom y de Borsa con los vestidos teñidos de sangre..?» se siente de veras en el calvario la presencia doliente de la Víctima Divina, sobre todo el Viernes Santo.
Al mediodía, la calle de la amargura, los 600 metros que separan la Torre Antonio del Calvario, se convierte en la cita obligada de todos los católicos para medir el Viacrucis. Bajo el símbolo de la cruz, grupos de diversas lenguas van recorriendo aquellas catorce estaciones que forman el escenario auténtico del divino Drama.
La noche en el santo sepulcro una polifonía triste que parece recoger todos los arrepentimientos de la humanidad, ante la Víctima Universal llena la santa Basílica.
Es el «Miserere»…mientras cuatro sacerdotes bajan trayendo del calvario en una sábana blanca, la Imagen del divino Crucificado. Lo colocan en «la piedra unción» donde un día lo acarició la virgen traspasada de dolor. Lo ungen con aroma y luego lo depositan en el santo sepulcro. En siete idiomas se predica aquella noche junto al santo sepulcro el misterio de Jesús muerto por nosotros.

EN LA GLORIA DE LA RESURRECCIÓN
«Y será glorioso su sepulcro» se profetizó de esta divina tumba. La mañana pascual cubre de luces nuevas esta tumba vacía; el del órgano de la basílica y las solemnes campanas hacen eco al «Gloria in Excel is» del Patriarca, y arriba de la cúpula el mismo cielo que presenció la resurrección, sigue presenciando el triunfo pascual de la Iglesia.
Bajo esta fulgente primavera, toda Jerusalén parece nueva. Yo no resistí al deseo de volverla a ver desde donde la lloró el Señor. Pero esta vez, pasados los días dolorosos de la redención, se me antojaba como lo vio San Juan en el apocalipsis, la vi como descendía del cielo de cerca de Dios, preparada como una desposada que se ha engalanado para su esposo» (Ap. 21).
Al ver así a Jerusalén, después de la semana santa símbolo del paraíso reconquistado vienen deseos de cantarle con la nostalgia de los viejos Israelitas: «Si te olvidare, Jerusalén, olvídese mi diestra. Adhiriérase mi lengua al paladar si no te recordare y si a Jerusalén yo no pusiera como corona de mi alegría» (Salmo 136)

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