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No.2966 Págs. 4 y 5 – EDITORIAL – APUNTES DEL P. ROMERO EN EL

50 ANIVERSARIO JESUÍTICO
!Levate óculos vestros et videte regione quia alabe sunt iam ad messem».
(Palabras de Jesucristo en el Evangelio de San Juan, 4, 35)
Se necesitaba la mirada de un Hombre Dios para poder penetrar toda la trascendencia de esa fecha. Porque solo dios conoce y mide con exactitud el profundo beneficio que significa para nuestra Patria la presencia laboriosa y sincera de este ejército de la gloria de Dios; solo su justicia omnisciente puede valorar los quilates de tan nobles corazones que palpitaron aquí bajo la zona del jesuita para convivir con los salvadoreños las comunes preocupaciones; y sólo el Señor que domina el espacio y el tiempo y la eternidad, puede tener la dicha que nosotros ansiáramos en este instante, de ver en torno de sus sonrisas de aprobación a todos los jesuitas de este cincuentenario: a los presentes y a los que en otro tiempo labraron nuestros campos y que hoy laboran bajo otros cielos o ya alcanzaron la meta de sus fatigas: «el Reino del Sumo y Eterno Capitán de los buenos».

Y porque sólo Cristo podía captar la grandeza de este acontecimiento con sus ojos de Dios, he buscado esa mirada en el Evangelio y creo haberla encontrado en un fúlgido mediodía de Palestina. Jesús está sentado, fatigado, sobre el brocal del pozo de Jacob; y contempla el fértil valle que se extiende entre los montes Ebal y Garizin donde las mieses balancean sus cosechas de oro. A través de aquellos trigales maduros, el Maestro contempla este medio siglo de sudores apostólicos, porque al describir aquel campo él habla de frutos de vida eterna: «Alzad vuestros ojos y contemplad los campos que ya están blancos para la siega. El segador cobra su jornal y recoge frutos para la vida eterna, para que el segador y el sembrado se gocen juntamente».
No podía describirse mejor este espléndido jubileo de oro de la Compañía de Jesús en El Salvador: sembradores y segadores…campos cargados de cosecha y pletóricos de esperanzas…la común alegría que es admiración, gratitud, propósito, plegaria…
Si yo tuve la audacia de venir a interpretar este momento fue solamente para invitaros a que procuremos compenetrarnos lo mejor posible con esa mirada de Jesús al contemplar los tres objetivos que llamaron su atención: los segadores y los sembradores, el gozo común que los anima y la rica cosecha de la región. Que traducido al lenguaje de esta circunstancia significa: los Jesuitas esta cincuentenario, el espíritu de la Compañía y su fértil floración de obras.
I.- Los Jesuitas de este cincuentenario
Nacen casi gemelas en el seno de la Providencia Divina la Compañía de Jesús de América. Y San Ignacio mismo sintió el atractivo y trascendencia de las nuevas tierras; en 1543 escribía «…que para el mayor bien de las almas vayan alguno de nuestra mínima Congregación a las Indias, yo lo deseo en el Señor…pero como nosotros no queremos ser nuestros, nos contentamos con ir a donde el Vicario de Cristo nos quiera enviar».

Pero seis años después, en 1549, la vanguardia de esta ágil Compañía surcaba el Atlántico e iniciaba en el Brasil sus gloriosas aventuras. Desde entonces, a lo largo y ancho del nuevo Continente, qué gloriosa página de historia de la Iglesia ha escrito la Compañía. Recordemos por ejemplo, Guatemala con su Colegio de San Francisco de Borja de cuyas irradiaciones se alimentó también la cultura de nuestra Patria hasta los fatídicos días de la supresión de la Compañía en 1773.
No es extraño que también esta ciudad naciente de San Salvador sintiese los anhelos de dar a su juventud la maciza educación de los Jesuitas.
Un piadoso e inteligente alcalde en 1694. Don José Calvo de Lara, fue quien manifestó primero este anhelo que quedó solo en esperanza. Pero aquel lejano episodio deja dos rasgos decisivos para la historia de los jesuitas en la patria: dos misiones quizás las primeras predicadas por los jesuitas en San Salvador y en San Miguel y sobre todo la demarcación del punto geográfico que más tarde será su residencia y que entonces era la ermita de la Presentación cuya histórica imagen patronal todavía conserva la iglesia de San José que sustituyó a aquella ermita.
El segundo impulso partió del Sr. Obispo Pineda y Zelaya y del Presidente D. Rafael Campo y de destacados elementos de la cultura salvadoreña. Era a mediados del siglo pasado, cuando se veía en los jesuitas la esperanza de orientar mejor nuestra universidad y el colegio nacional de La Asunción. Porque esos centros de alta cultura los rigen mejor los hombres que buscan la gloria de dios que los peligrosos demagogos que inficionan y dividen la Patria. La persecución de Nueva Granada había lanzado entonces 76 jesuitas hacia Ecuador, Jamaica y Guatemala y se creyó oportuno traerlos a El Salvador: pero el regreso a Nueva Granada obligó a expresar una delicada negativa a los deseos de El Salvador. Era 1958. fue en el regreso de Guatemala a Colombia cuando murió un hermano coadjutor en La Unión donde quedó el primer sepulcro de un jesuita.
Diez años mas tarde en 1869 el mismo monseñor Pineda y Zaldaña y el Presidente don Francisco Dueñas coronaron las esperanzas del pueblo. el 8 de diciembre llegaban entre el común alborozo los P. José Telésforo Paúl y Roberto María Pozo con dos hermanos a los que se agregó luego el P. Salvador Di Pietro. Pero aquel domingo de Ramos que bien podía escogerse como fecha del arribo de los Padres de nuestra Patria, luego se tornó en doloroso viernes santo. Porque después de tres años de labores espirituales en que nuestra historia recuerda la palabra elocuente del P. Paúl su colaboración con el Can. Vacchiotti en la construcción de la nueva Catedral, etc, la masonería insufrió su odio antieclesiástico en la Asamblea y en el populacho.

De nada sirvieron el cariño del auténtico pueblo, la serena voz de la Jerarquía y la contundente dialéctica de nuestros diputados sacerdotes Rodríguez y Aguilar y Norberto Cruz. En la oscuridad de una noche y bajo la lluvia, en vísperas de la fiesta del Sagrado Corazón el 5 de junio de 1872, fueron sacados al destierro entre soldados. Dos de un barco en la Libertad se irguió por última vez la serena voz de la inocencia y de la justicia en una digna protesta escrita a la que hicieron eco la Jerarquía y el corazón del verdadero pueblo.
El último capítulo de este perenne anhelo de la Patria ya nos toca vivirlo. Es apenas de 50 años. Sus nombres son conocidos de muchos de nosotros. De nuevo la persecución fue el lenguaje tormentoso que dio las voces de mando a este ejército de la gloria de Dios. Fue la revolución de Venustiano Carranza en México en 1914 la que señaló el ostracismo a los jesuitas. Monseñor Pérez y Aguilar y su fiel consejero Monseñor Belloso sintonizaron la voz de la Providencia. Y aunque fue en forma provisional, ya que en los proyectos de la Compañía Centro América debía atenderse desde España, fueron enviados los primeros 6 jesuitas que inician esta nueva dinastía del espíritu y de la cultura en El Salvador: PP Manuel Díaz Rayón, Herminio Suárez, Gabriel Ortiz, Alfredo Méndez Medina y los hermanos Andrés Hernández y Antonio Louceda. Por la ruta del mar, desde Salina Cruz llegaron a Acajutla el 18 de agosto de 1914, fecha que este año se torna de caracteres de oro.
En ordinarios ministerios sacerdotales, en la residencia de Monseñor Pérez, y luego frente al Cuartel de Artillería y por último, por iniciativa de Monseñor Dueñas, en la Iglesia de San José que venía a ser su tierra prometida desde los tiempos de la vieja Iglesia de la Presentación, esperan la voz de la obediencia que marcará su ruta por la Patria. La voz llegó desde La Habana, cuando el Provincial autorizó hacerse cargo de la dirección del seminario.
A la sombra de San José y luego del Carmen de Santa Tecla comenzaron desde entonces a desfilar los admirables hombres del cincuentenario cuya sola enumeración evoca tantos recuerdos: santos e ilustres sacerdotes guías de la santidad y de la cultura, abnegados Hermanos coadjutores héroes del silencio y de la humildad, hombres venidos de México y de España a los que luego se han unido con honor selectos hombres de nuestra Patria.

Tan grande y épico es ese desfile que en vez de enumerar sus admirables componentes, es mejor evocar la común alegría de que todos sus nombres están escritos en el libro de la vida y que precisamente es el más grande éxito del jesuita, ser grande y «anhelar ser desconocido y tenido por nada».
II.- El espíritu de la Compañía
Pero por más grandioso que sea ese desfile épico de la Compañía de Jesús bajo el cielo de nuestra Patria, es más grandioso pensar en el gozo común de que nos habla Jesús y que unifica en un solo corazón a todos esos héroes de la gloria de Dios. Quienes nos hemos honrado con su consejo, o su amistad o su educación, descubrimos esa maravillosa identidad de pensamiento de la que es símbolo aquella vida ordenada y laboriosa que en todas sus cosas marca la jornada con precisión cronológica campana desde las 4:30 de la mañana hasta las 9:30 de la noche.

Y como se ensancha el espíritu sobrenatural al pensar que por ese mismo carril marchan más de 35,000 hombres de los cuales por término medio va rindiendo la jornada de su vida en jesuita cada día (mueren unos 359 jesuitas cada año entre sacerdotes, coadjutores y jóvenes escolásticos). Y que muchas de esas almas van aureoladas de auténtica santidad hasta el punto de tener en la Curia General, que se encarga de las múltiples beatificaciones y canonizaciones que surgen de este ininterrumpido presentarse de jesuitas cargados de méritos a la eternidad.

Nadie mejor que un sucesor de Ignacio de Loyola puede analizarnos ese secreto íntimo de la Compañía como es el Superior General actual quien escribe: «Establecidos en 90 países, pertenecientes a 80 nacionalidades, los jesuitas, conservando a Dios gracias, sus propias características nacionales e individuales, tienen no obstante fama de ser conformados sobre un mismo molde; en efecto, formados desde el noviciado en las escuela de los ejercicios espirituales, su vida está animada de una idéntica aspiración: establecer el Reino de Cristo en e el grupo selecto y en la masa, entre pueblos de mayor o menor civilización mediante la investigación científica, las publicaciones, la enseñanza en todos los grados, los Ejercicios Espirituales, las obras de apostolado laico, la predicación y las misiones el catecismo, la formación de seminaristas, las de jóvenes obreros o de los agricultores…Su instituto no excluye ninguna forma eficaz de apostolado, y les deja campo abierto para introducir constantemente nuevas formas, según la exigencia de los tiempos. La unidad de visión y la unidad de fin, en la más amplia variedad de medios; la mora a la eficacia y el realismo: un cierto vigor de acción que gustosamente abandona lo accesorio para atenerse a los esencial tales son, diría yo, las manifestaciones más visibles del profundo amor activo que todos han concebido por cristo Señor en el curso de su formación. Son con todo, perfectamente conscientes de su propia deficiencia y de sus defectos que se esfuerzan en corregir; quedándoles por hacer, aun así, todavía no poco. Por su afección al Señor, son perseguidos como la Iglesia, con la Iglesia y a causa de la Iglesia…»
De qué no serán capaces los diversos talentos de los hombres cuando los mueve un solo amor? Ese solo testimonio de unidad y santa disciplina, prolongado sin interrupción por medio siglo y más allá en nuestra patria es ya en si una obra espiritual de primera magnitud. Es el subsuelo fértil de la inmensa mies, es el cimiento inconmovible de una admirable construcción y por eso no se ve a pesar de ser lo principal en las pluriformes obras exteriores del Jesuita.
Pero solo teniendo en cuenta esta sabia generosa comprenderemos mejor la invitación de Jesús: «levantad vuestros ojos y ver las regiones que ya albean para la siega». Porque solo así descubriremos en la obra de la compañía su unidad y su estilo.
Veamos aunque sea someramente.
III. Las obras de estos cincuenta años
1.- El seminario, la obra principal que brotó de ese espíritu fue el seminario. Con qué alegría exclamó Monseñor Pérez y Aguilar: «Mi seminario se ha salvado», cuando el 1914 los primeros jesuitas, recién llegados, indecisos de la obra que deberían emprender en esta Patria, recibieron desde la Habana la orden del Providencial P. Renaud de aceptar la dirección del seminario decadente. Desde aquel curso de 1915 nuestro clero cimentó su formación sobre la sólida base de la «Ratio Studiorum» y la ascética de la Compañía.

Mejicanos y Españoles se dieron desde entonces a este apostolado tan trascendental de forjar los sacerdotes de la Patria; todo son beneméritos pero es de justicia destacar ciertas figuras providenciales como la del P. Rafael Ramírez que con monseñor Belloso y los entonces Padres Alférez y Chávez hizo el seminario ideal de sus veinte años de vida salvadoreña, hasta ver convertido su sueño en el más grande altar de San José en la Patria, el Bizarro seminario de cemento armado. Macizas como su estructura, hacia el 18 de octubre de 1938, se estampaban las firmas de S.S. Pío XI como Augusto Prefecto de la Congregación de Seminarios y la del P. Ledochowski como Superior General de la Compañía para erigir aquel edificio en carácter de seminario central de El Salvador. No menos vigorosa han sido las manos de los PP. Barisin, Iriarte Aranguren y Segura que empuñaron el timón de esta obra para orientarla siempre más arriba hasta poder figurar con honor entre los 14 seminarios que dirige la compañía de América Latina.
«SAN JOSÉ DE LA MONTAÑA»
El nombre sigue evocando el milagro, la brecha de urbanización que abrió nuestro seminario en aquellos montes, se ha ensanchado hasta hacer de ellos una de las más aristocráticas barriadas, que con justicia puede llamarse también creación genial de la compañía en San Salvador.
Cuando años más tarde, el anciano pionero de la obra recordará con nostalgia aquella gloriosa aventura, escribirá: «a todos nos movió única y sinceramente un gran cariño a la Iglesia salvadoreña, una clara visión de las múltiples necesidades espirituales del pueblo centroamericano, un vivo deseo de elevación en todo sentido y dignificación ante la sociedad del clero salvadoreño…a mí particular me movió además un buen deseo que siempre tuve de que la unión moral centroamericana fuera una realidad. Y nada mejor que un seminario en donde se conocieran, amaran y estimaran los futuros sacerdotes de las cinco Repúblicas y que fuera como un hogar común en donde maduraran a su tiempo las grandes empresas de conjunto de la Iglesia Centroamericana». (P. Ramírez, desde el Seminario» abril 1945 pág. 289).

Yo soy testigo de que este sincero afán de elevación y unión sacerdotales sigue siendo el m´vil de la obra vocacional de los jesuitas en la Patria; y los he visto llorar las crisis y fracasos que el noble ideal ha sufrido muchas veces, no por la mala calidad de la semilla que se ha sembrado, sino por la sencilla razón que Cristo mismo explicó en la parábola del trigo y la cizaña: el enemigo de Dios cuenta aliados para vulgarizar y desunir aún el mismo corazón del sacerdote, cuyo carácter sagrado no suprime las naturales deficiencias e inconstancias de la voluntad humana. Pero como las sombras solo sirven para resaltar las luces, la luminosidad de esta obra vocacional de la compañía es uno de los brillos más hermosos de este áureo jubileo.
2.- EL EXTERNADO SAN JOSE
A la sombra del viejo seminario el Rector de 1920 P. Fernando O. Ambía hace nacer un humilde origen el futuro gran colegio Externado San José. Para aquel curso se admitieron a las clases del seminario otros jóvenes de la sociedad que se preparaban al bachillerato que razones prácticas recomendaron separar, sobre todo cuando Doña Mercedes de Meléndez proporcionó la casa adyacente al seminario. El Externado vino a ser la realización del viejo sueño de Alcaldes, Presidentes y Obispos como lo vimos antes. Hoy quién puede medir los alcances espirituales, culturales y sociales de ese otro monumento de San José que ha legado a ser este vigoroso edificio de amplios claustros y de atrevida arquitectura y que también puede figurar con honor entre las 20 universidades y 64 colegios que sustenta la compañía en América Latina. También aquí las críticas contra el colegio olvidan que hasta en el mismo colegio de Jesús alguien pudo trocar las divinas enseñanzas en vil traición.
3.- Mientras tanto en la mística frescura de las colinas de Santa Tecla, dos esbeltas torres góticas simbolizan la obra de elevación espiritual del pueblo y el callado trabajo de estudio y santificación del Noviciado San Ignacio.
4.- Como madre fecunda de dos fecundos hijos, la Iglesia de San José vio partir de su sombra su querido seminario y se crecido Externado y siguió viviendo la línea de sus nobles tradiciones apostólicas; desde aquel altar, desde aquel púlpito, desde aquellos silenciosos confesionarios, desde aquellas modestas habitaciones de la vieja residencia, que fecundas corrientes de vida espiritual han salido a fecundar la sociedad capitalina y de toda la República.
5.- Porque desde allí partieron también las rumorosas aguas del Apostolado de la Oración que riegan hasta el último cantón de la Patria.

Así como también desde allí y desde las otras residencias se irradian bellas obras e iniciativas de apostolado que, silenciosamente, sin demagogia vanas, van haciendo el verdadero bien de nuestro pueblo como: los clásicos Ejercicios Espirituales de San Ignacio, la Dirección espiritual de las conciencias, la Congregación Mariana de Caballeros, la Asociación de San José de la Montaña, las giras vocacionales, la red de catequesis intercolegial y interescolar que genialmente timonea al incasable P. López, la obra social de cursos nocturnos para obreros, o de asistencia caritativa en las barriadas pobres, misiones populares, capellanías de colegio, orientación cinematográfica, programas de radio y televisión, la Revista ECA, el mensajero del Corazón de Jesús, la revista desde el Seminario y San José de la Montaña y una eficaz y silenciosa colaboración con la Jerarquía, la cual podía repetir la frase que se atribuye a León XIII «hay que estar al timón de la Iglesia para comprender lo que significan los jesuitas en la Iglesia».
CONCLUSIÓN
Un escenario de anchura mundial enmarca la gloria y da su sentido católico a este aniversario de oro de la Compañía en nuestra Patria. Esta es la misma hora en que las esperanzas del mundo miran con interés a la Iglesia en su tercera fase conciliar. Desde la majestad de la Basílica Vaticana, en un rito digno de las páginas del Apocalipsis, el Papa, hace 5 días celebró rodeado de 24 ancianos que en aquella aula católica representaban las razas de todos los continentes. Y en el acento de Paulo VI vibraba la voz de la Iglesia misma para ofrecerse generosa al mundo entero: «Vaya nuestro pensamiento al mundo que nos rodea con su interés o con su indiferencia y hasta quizá con su hostilidad…con el propósito de poner la Iglesia al servicio de su salvación espiritual y de su prosperidad civil, par su paz y verdadera felicidad» (Discurso inaugural de la 3a. Sesión).
«Sentir con la Iglesia» fue siempre el inconmovible dogma de la Compañía de Jesús, que lleva además en sus mismas bases constitucionales la promesa jurada, escrita por la misma mano de Ignacio de Loyola de «servir a Dios en la obediencia fiel a nuestro Santo Padre el Papa Paulo III y a los Romanos Pontífices que sean sus sucesores».

Por eso, el clima de concilio en que se celebra este cincuentenario, encuentra a la Compañía en nuestra Patria, «en clima de espera y actitud de disponibilidad, de oración y de ofrecimiento», y lejos de sentirse llegando a una meta siente más bien que estas bodas de oro son un nuevo punto de partida que lanzará el ejército inmortal de la Compañía hacia los nuevos horizontes que señalará el Concilio a las conquistas de la Iglesia.
Los brazos no están cansados después de medio siglo de trabajo. Las mieses ondulan cargadas de cosechas pero los segadores sienten en la eterna primavera de la Iglesia la necesidad de sembrar nuevas esperanzas en la Patria.
Y en este común optimismo siento como pocas veces al exaltación de mi patriotismo para saludar con el alma de la Patria en mis labios al épico ejército de la gloria de dios que desfila cargado de méritos e inquietudes nuevas, dispuesto hoy mas que nunca a mas audaces aventuras.
Padres Jesuitas: los de hoy, los de ayer y los de mañana, los que todavía levantáis en vuestros vigorosos brazos el pabellón de la gloria de dios y los que dormís el sueño de la muerte envueltos en sus gloriosos pendones…mi Patria os saluda con gratitud y esperanza, y comprendiendo que solo el lenguaje divino de la fe y de la oración puede expresar todas las dimensiones de este jubileo, cae de rodillas bajo el peso abrumador de cincuenta años de benemérita historia para decir por vosotros y por ella misma: TE DEUM LAUDAMUS.

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