Desde el 25 de septiembre último entró en vigencia la reforma a la ley de migración que establece facilidades para obtener residencia definitiva en el país a los sacerdotes y religiosas extranjeros que se dediquen a su sagrado misterio.
En el considerando del decreto, la asamblea tributa este justo elogio a los sacerdotes y religiosos: «Considerando que es de todos conocida la labor eminentemente social y cultural que desarrollan en el país los sacerdotes y religiosos católicos extranjeros…» Justo elogio de los sacerdotes, pero también alto honor de la Asamblea Legislativa que sabido justipreciar estos méritos. Efectivamente es mutuo el honor, ya que se destaca la labor silenciosa y abnegada de hombres y mujeres que vienen a convivir las tareas de la patria con la misma entrega de quien trabaja en su propio suelo, y también destaca la consciente responsabilidad de unos diputados que con toda verdad pueden decirse auténticos demagogos fáciles ha reconocido siempre con cariño y gratitud eso mismo que ahora es una expresión de una Asamblea Nacional. Será también la nueva ley un justo estímulo a la labor de esos sacerdotes y religiosos «extranjeros»; así entre comillas, porque dentro de la Iglesia no se conoce ese calificativo ya que el Reino de Dios no reconoce fronteras y solo levanta los espíritus mezquinos e incomprensivos de los grandes bienes que trae una conjugación de corrientes internacionales orientadas al engrandecimiento espiritual y cristiano de todas las patrias. Pero aun así, aun llevando en el alma la amplitud de los horizontes católicos, ecuménicos, el sacerdote y el religioso es hombre o mujer que tiene corazón y tiene patria y es susceptible al estímulo de un país acogedor que reconoce su abnegado servicio, doblemente meritorio por no realizarlo en su propio suelo.
Felicitamos pues a la Asamblea Legislativa por tan atinada interpretación del sentir del pueblo y del reclamo de la justicia.