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No.2972 Pág. 1 – EDITORIAL – MODERNIZARSE NO ES PROFANARSE

Si se puede hablar de reforma, no se debe entender cambio, sino más bien confirmación en el empeño de conservar la fisonomía que Cristo ha dado a su Iglesia, más aún, de querer devolver siempre su forma perfecta que por una parte corresponda al plan primigenio y que por otra sea como árbol de la semilla, ha dado a la Iglesia, partiendo de aquel diseño, cual es y amarla con sentido inteligente de la historia y con la humilde búsqueda de la voluntad de Dios que asiste y guía a la Iglesia, aun cuando permite que la debilidad humana oscurezca algo la pureza de sus líneas y la belleza de su acción. Esta pureza y esta belleza son las que estamos buscando y queremos promover…
Es menester evitar el peligro que el deseo de reforma podría engendrar en la opinión de muchos fieles que piensan que la reforma de la iglesia debe consistir principalmente en la adaptación de sus sentimientos y de sus costumbres a los de los mundanos. La fascinación de la vida profana es hoy poderosísima. El conformismo les parece a muchos ineludible y prudente. Quien no está bien arraigado en la fe y en la práctica de la ley eclesiástica, fácilmente piensa que ha llegado el momento de adaptarse a la concepción profana de la vida, como si esta fuese la mejor, la que un cristiano puede y debe apropiarse…
El naturalismo amenaza vaciar la concepción original del cristianismo, que todo lo califica como de igual valor, atenta el carácter absoluto de los principios cristianos; la costumbre de suprimir, la costumbre de excluir todo esfuerzo, toda molestia de la práctica ordinaria de la vida, acusa de inutilidad fastidiosa a la disciplina y a la ascesis cristiana; más aún , a veces el deseo apostólico de acercarse a los ambientes profanos o de hacerse acoger por los espíritus modernos, se traduce en una renuncia a las formas propias de la vida cristiana y a aquel mismo estilo de conducta que debe dar a tal urgencia de acercamiento y de influjo educativo su sentido y su vigor.
El gran principio, enunciado por Cristo, se presenta de nuevo en su actualidad y en su dificultad: estar en el mundo, pero no ser del mundo. Y dichosos nosotros si Aquel «que siempre vive e intercede por nosotros» eleva todavía su alta y tan conveniente oración ante el Padre Celestial: «No ruego que los saques del mundo sino que los guardes del mal».

Bien vale para nota editorial de un vocero católico esas citas, al pie de la letra, de la encíclica de Paulo VI, al hablar, en la «Ecclesiam suam», de la tarea renovadora que caracteriza hoy a la Iglesia.

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