Una nueva navidad hace brillas su mágica noche de paz sobre el mundo.
Pasan los siglos y se suceden hombres, pueblos y costumbres. Pero una cosa permanece como anhelo palpitante en el fondo de toda civilización monosílabo: Paz!
Paz a los hombres de buena voluntad.
Por eso la Iglesia hace del inagotable contenido de esa palabra la meta de su incansables trabajos. La paz que Cristo trajo al mundo viene a ser para la Iglesia como la estrella que marca su auténtico camino; por eso constituye un poderoso argumento de la verdad católica el que un Papa de 1964 pronuncie la misma palabra de paz a los hombres en el mismo suelo de Belén, y repita ese mensaje desde los mismos cielos donde lo cantaron los ángeles de navidad, hoy alcanzados por el avión y el helicóptero.
Porque «en verdad – dijo el Papa al viajar últimamente a la India- no es el deseo de novedad o de viajar el que nos mueve a esta decisión, sino el celo apostólico de lanzar nuestro saludo evangélico a los inmensos horizontes humanos que los nuevos tiempos abren a nuestros pasos…»
Si la paz es el eterno criterio de la verdad católica y la señal y fruto de la eficacia redentora de la Iglesia, que cada católico procure cotejar a la luz de esta navidad la verdad y autenticidad de su fe y de su buena voluntad; será verdadera nuestra fe y auténtica nuestra práctica religiosa, si hemos aprendido a disfrutar e irradiar el perenne anhelo de Dios y del hombre: la paz.