En nuestra Patria la Jerarquía quiere acentuar su preocupación por el Seminario el mismo día en que la Liturgia hace presente el misterio del Espíritu Santo que desciende en forma de fuego y huracán al cenáculo para lanzar al mundo con ímpetu invencible a los primeros sacerdotes del cristianismo.
La Jerarquía hace un llamamiento a la conciencia de todos para no detener con nuestras omisiones culpables ese avanzar del sacerdocio portador de redención. El llamamiento de nuestros obispos encuentra su apoyo en el Representante de Cristo que siempre, pero sobre todo en los últimos pontificados, ha sido insistente, apremiante cuando se trata del futuro de la Iglesia que incuba en los seminarios. «No hay ningún otro problema que le supere en categoría ni que tenga mayor alcance», dijo Pío XI al hablar del problema del seminario. «En todos los sectores de la vida católica, el fruto substancial de una obra o de un movimiento depende principalmente del impulso espiritual que le da el sacerdote», escribió Pío XII.
Cada día tornan más actuales esas palabras, porque cada día estamos viendo con gozo que se dilata más la promoción al campo apostólico de los seglares que han comprendido su papel activo den la Iglesia y necesitan más al sacerdote. Por eso al hablar de seminario, el pueblo católico está hablando de su propia vida, de sus hogares, de las instituciones y del vigor de su propio catolicismo.
Mañana cuando los ornamentos rojos de la misa nos recuerden el impetuoso soplo de fuego del Espíritu Santo para dar testimonio de la redención al mundo entero, pensemos en el cenáculo de nuestra Diócesis: el Seminario. Lo necesita dios porque allí sacará los nuevos apóstoles que lleven ese impulso de vida divina a informar la vida del mundo. Y porque Dios necesita seminarios, es obligación ayudar a sostenerlos a la medida de los deseos de Dios: primero orando y apoyándolo moralmente y luego sosteniéndolo económicamente pero con generosidad.
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