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No.3010 Pág. 1 – EDITORIALES – LA LECCIÓN DEL INCENDIO

Pocos criterios son tan eficaces para aquilatar el temple de los hombres y de los pueblos como una catástrofe.
La luz del incendio que redujo a cenizas gran parte del Mercado No. 1 de esta ciudad, en las primeras horas de la noche del martes de esta semana, ha reflejado una vez más la fisonomía de San Miguel. Fisonomía de contraste que es interesante estudiar para fomentar los admirables rasgos de bondad de nuestro pueblo y corregir los aspectos que nos afean.
El espíritu de colaboración, por ejemplo, de hospitalidad y heroísmo de los buenos, merece todo nuestro aplauso porque es el consuelo de los abatidos en la hora de la prueba y es honor del pueblo. En cambio la imprevisión y el desorden que se descubre en nuestros incendios, terremotos, inundaciones, etc. Y sobre todo póngase una mano fuerte de escarmiento sobre la villanía del latrocinio que explota la confusión y la angustia de esas horas trágicas.
Pero hay un ángulo de vista sobrenatural desde donde quiere enfocar el acontecimiento este vocero del catolicismo para decir una palabra de aliento y orientación a los protagonistas de la catástrofe. También aquí se define en contraste la postura espiritual de los migueleños: en unos el incendio descubre su apego desesperado a las cosas de la tierra que no se resignan a perder; en otros la resignación cristiana y serena que nunca como en esa hora comprende a profunda teología de esa palabra tan salvadoreña: que se haga la voluntad de Dios.
Entre esas dos actitudes espirituales que provoca la catástrofe cual mejor situada en la verdad? y en la realidad cual da más seguridad y capacita mejor al hombre para rehacerse de la ruina?
Porque esa fe valiente en la voluntad permisiva de Dios que caracteriza el alma de nuestro sufrido pueblo, lejos de fomentar un conformismo estéril o estoico es la fuente de sus energías para la proverbial lucha serena e indomable por la vida.

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