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No.3016 Págs. 1 y 12 – EDITORIALES – LIBERTAD RELIGIOSA

Ha sido la noticia relevante del Concilio en esta semana: la aprobación en principio de la declaración acerca de la libertad religiosa.
Ciertos corresponsables más inclinados al alarmismo que a la información nos quieren presentar una victoria de «progresistas» sobre «conservadores». Pero no hay nada de eso. Ningún Padre del Concilio ha dudado de la necesidad ni de la oportunidad de esta declaración; lo único que ha provocado diferencias se refiere a la formulación, a la motivación y a la extensión de una proclamación tan trascendental, llamada a desafiar los siglos. Por eso aún pasarán algunas semanas antes de proponer la redacción definitiva de este pronunciamiento conciliar que solo ha sido aprobado en principio hasta hoy.
Solo ha sido aprobada en principio porque al fin y al cabo esta declaración no es otra cosa que la traducción a lenguaje del siglo veinte de la admiración máxima de Jesucristo: «Si permanecéis en mi palabra, seréis en verdad discípulos mío, y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Juan 8,32)

La libertad que acaba de proclamar el Concilio se cimienta en la verdad y es defensa de la verdad. No se crea que es un ridículo retorno a las libertades trasnochadas del agnosticismo o del indeferentismo liberal, para los que todas las religiones son iguales por la cobarde o perezosa renuncia de la búsqueda de la verdad. Esas falsas libertades ya fueron desmenuzadas por el genio de los Papas del siglo XIX, de León XIII sobre todo. La Libertad del Concilio es muy distinta; es la proclamación del derecho que tiene cada hombres a buscar y seguir la verdad religiosa sin ninguna fuerza externa trate de imponérsela, porque la verdad no se impone al hombre ni por fuerza física, ni por presión social ni por autoridad política, ni por coacción mora; la verdad, y sobre todo la religiosa, solo entra en la conciencia por sus fuerza intrínseca y por su capacidad de lograr la adhesión de la inteligencia y del corazón.
Y como consecuencia de este derecho individual de buscar y seguir la verdad sin coacciones, el Concilio proclama el derecho comunitario o social de la libertad religiosa, ya que cada hombre solo llega al conocimiento de la verdad y enriquece su vida religiosa si se le permite el diálogo con los otros hombres para recibir lo que ignora y para transmitir lo que sabe. Sobre todo cuando esa verdad religiosa implica una necesidad de salvación eterna.
Sobre estos principios dinámicos de la defensa de la verdad se funda la espléndida declaración moderna del Vaticano II acerca de la libertad religiosa. Un argumento más de la Iglesia defensora de la dignidad y del derecho humaNo.

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