La nacionalidad que nos legaron nuestros próceres proclamó desde su origen fidelidad a la Religión Católica Apostólica Romana, tal como la habían profesado los siglos pasados.
El Concordato de Barrios con la Santa Sede, el cual por voluntad del mismo Presidente revestía carácter de ley; proclama también solemnemente en el primer de sus 27 artículos: «La Religión Católica Apostólica Romana es la Religión del Estado de la República de El Salvador, la que conservará con todos sus derechos y prerrogativas de que goza por la ley de Dios y disposiciones de los sagrados cánones».
Cabe preguntar a los depositarios de la voluntad nacional y a los que en estos días evocan, par honrarla, la ideología y la voluntad del Presidente Barrios, que se ha hecho esa herencia de nuestros Próceres y esa voluntad de Barrios?
En días más recientes, Su Santidad Pío XII, al recibir las credenciales de nuestro Embajador ante la Santa Sede, hacía notar con finura diplomática este déficit cívico de El Salvador: «La situación constitucional y legislativa- dijo el Papa no se ha realizado siempre en su Patria, como en otras naciones, de acuerdo con los principios y criterios que parecían exigir los sentimientos religiosos del pueblo y los inderogables postulados de un bien común rectamente entendido bajo el pernicioso influjo de ciertas ideas cuya futilidad es cada día más evidente, vinieron a sucederse en vuestra nación, tras algunas ordenaciones bien orientadas, retrocesos y roces, de cuyos efectos sufre hoy todavía sensiblemente una buena parte de su pueblo. Y el Papa exhortaba a una ratificación que tuviera más en cuenta «Las oportunas enseñanza de l a experiencia del pasado» y «las legítimas aspiraciones de la inmensa mayoría de la población».
Entre esos «influjos perniciosos» que han causado en nuestra Patria, incluso en el mismo Gobierno de Barrios, esta incoherencia cívica están en primera línea las ideas masónicas pues, como ocurrentemente comentaba Monseñor Chávez y González, los tres puntos que rubrican la «fraternidad» del masón significan las tres piquetas que destruyen el cristiano espíritu de nuestra vida nacional: separación de la Iglesia y del Estado, enseñanza sin Dios y matrimonio civil.
Cuando nuestros gobernantes no están bajo ese «Pernicioso influjo» escriben Concordatos como el de Barrios y cartas como la de nuestro héroe a su esposa, hace un siglo, poco antes de morir: «Muriendo cristianamente es bello modo de morir… Ahora yo invoco tus sentimiento cristianos para que te resignes con mi desgracia y sobrelleves la que te origine mi muerte. Pregunta por mis últimos momentos y sabrás que he estado resignado por amor de Dios, pues debo recibir sus decretos con entera conformidad».